Preludio de tango

Raúl Iriarte

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Manuel Adet

Los dioses le otorgaron todos los atributos para una fama perdurable: registro de barítono, afinación perfecta, dicción impecable y pinta ganadora que supo usarla en el escenario y fuera del escenario. Como los grandes cantores, instaló algunos tangos en el catálogo del género que aún hoy se disfrutan. Me refiero a, por ejemplo, “Mañana iré temprano” y “Cada día te extraño más”, ambos escritos por Carlos Bahr.

Su época de oro fue la que vivió con la orquesta de Miguel Caló. Allí ingresó a principios de 1943 y estuvo hasta fines de 1945. Todo lo que vivirá después será como consecuencia de su paso por la formación musical que con justicia era considerada la orquesta de las estrellas, porque allí participaban derrochando su talento Carlos Di Sarli, Domingo Federico, Osmar Maderna, Armando Pontier y Enrique Mario Francini. La participación de estos músicos exquisitos en la orquesta de Caló produjo como contrapartida una crisis, el día que éstos decidieron retirarse para formar sus propias orquestas.

Sin embargo, Caló superó el momento, entre otras cosas porque contó con cantores de la talla de Iriarte, Luis Toloza o Roberto Arrieta. Cuarenta y tres temas grabará la orquesta de Caló con su participación, un repertorio que se inicia en mayo de 1943 cuando graba “Es en vano llorar”, de Oscar Rubens y Alberto Suárez Villanueva, mientras que de la otra cara figura el tango de Piana y Manzi, “De barro”, cantado por Jorge Ortiz y concluye con la grabación de un tema de Homero Expósito y Enrique Francini, “Óyeme”. En el medio hay verdaderas creaciones vocales, como es el caso de “Nada”, “Tabaco”, “Trenzas” o “Marión”.

Raúl Iriarte nació en Barracas el 15 de octubre de 1916. Aún gateaba cuando su familia se trasladó a San Isidro, donde transcurrieron sus primeros años juveniles. Se llamaba Rafael Fiorentino, pero debido a la fama del cantor de Pichuco decidió cambiar su nombre por el de Iriarte. Algún día sería interesante narrar las peripecias de estos nombres artísticos. Se dice, por ejemplo, que Juan D’Arienzo no se resignaba a aceptar que uno de sus mejores cantores se llamara José Emilio Dattoli. “Con ese apellido, en el tango no vas a llegar a ningún lado”, le dijo el maestro una noche que viajaban en un ómnibus para actuar en el casino uruguayo de Carrasco donde las funciones del “Rey del compás” eran aguardadas por multitudes. La anécdota cuenta que de pronto D’Arienzo le preguntó al chofer del colectivo cómo se llamaba: “Armando Laborde”, contestó el hombre mientras continuaba manejando. “Ya tenés nombre nuevo”, le dijo D’Arienzo a su cantor.

En el caso de Iriarte, ocurrió algo parecido. Caló no encontraba el nombre justo para el cantor que acababa de presentarle y que exhibía el apellido de uno de los cantores más famosos de la década. La anécdota cuenta que una tarde, maestro y cantor salieron de la radio, caminaban por avenida Entre Ríos y al llegar a la esquina de Belgrano, Caló vio el inmenso cartel de una tienda de ropas llamada “Casa Iriarte”. A partir de ese momento Rafael Fiorentino se esfumó en el aire.

Iriarte se inició desde muy pibe en el ambiente del tango. Según se cuenta, a los diecisiete años debutó en Radio Prieto acompañado de las guitarras de Di Savio, Durante y Deluchi. Poco tiempo después fue convocado por el maestro Mario Azerboni y luego estuvo breves temporadas con las orquestas de Edgardo Donato y Enrique Forte.

Se dice que fue Oscar Rubens el que lo presentó a Caló. Alberto Podestá acababa de dejar la orquesta para sumarse a la de Pedro Laurenz y ese vacío había que llenarlo con un cantor muy bueno que se llamará Iriarte. Después se sumará a la orquesta Raúl Berón y cuando éste se vaya con Francini, se incorporará Tolosa y luego Arrieta.

Iriarte deja la orquesta de Caló y a partir de ese momento trajinará por las radios y los escenarios de la noche porteña. La fama adquirida con Caló garantizaba el éxito en cualquier parte. En 1948 debuta en Radio Belgrano como cantor de la orquesta dirigida por Ismael Spiltanik. Y al año siguiente pasa una temporada en la orquesta del maestro Armando Lacava.

Al iniciarse la década del cincuenta, Iriarte da una vuelta de página en su historia. Para esa fecha inicia sus prolongadas y reconocidas giras por América Latina. El escenario porteño se traslada a Santiago de Chile, Bogotá, México, La Habana. Como Carlos Gardel, Charlo o Alberto Gómez, entre otros, su fama lo consagra más en América Latina que en la Argentina.

En México, los trasnochadores del cabaret El Patio disfrutan todos los fines de semana de su presencia. En esa ciudad graba con la orquesta de Luis Alvarez “Prohibido” y “Noche de locura”, temas de Carlos Bahr y Manuel Sucher. Como se sabe, para esos años y para los posteriores, el tango es más popular en Bogotá, Medellín, Cali o La Habana que en Buenos Aires, una diferencia que aún hoy se mantiene. En ese escenario tropical Raúl Iriare luce su talento y su pinta, al punto que en los programas de tango emitidos por las radios, los únicos cantores que se escuchan son Gardel e Iriarte.

Mal no le debe de haber ido con las recaudaciones, porque para mediados de la década compra un restaurante en el centro de Bogotá. A ese comedor asistirá una amplia platea de comensales más interesados en escuchar los tangos de Iriarte que en saborear los platos del menú.

Además de empresario gastronómico y cantor, nuestro héroe se dedica a promover artistas que llegan de Buenos Aires con los bolsillos flacos, pero desbordantes de ilusiones. Armando Moreno, Roberto Mancini, Juan Carlos Godoy, son algunos de sus ahijados que, fiel a su ejemplo, divulgarán el tango por las principales ciudades de la región.

En 1972 el hombre regresa a Buenos Aires y, como no puede ser de otra manera, se suma a la orquesta de Caló con quien graba “La mentirosa”, “Flores negras”, “Un lugar para dos” y “Nubes de humo”. Poco tiempo después regresa a Bogotá y en 1977 se retira de los escenarios para dedicarse de lleno a su actividad de empresario y promotor de artistas. Lejos de su patria, Iriarte muere el 24 de agosto de 1982; cerca de nosotros quedan sus tangos granados con Caló: “Flor de lino”, “Trenzas”, “Fruta amarga”, “Cuando tallas los recuerdos”, excelentes interpretaciones, algunas algo llorosas para mi gusto, pero Iriarte podía darse esos lujos porque le sobraba cancha y calidad.