El impacto de la crisis

Panorama al otro lado de los índices

Una canasta básica de alimentos por las nubes y un costo en útiles escolares que prácticamente se duplicó suponen un desafío en cualquier economía doméstica. Para quienes no cuentan con ingresos fijos o éstos se reducen a subsidios, la incertidumbre es mayor y el día a día se convierte en una verdadera lucha. Aquí, un diagnóstico de Los Sin Techo y el testimonio de algunos referentes barriales.

Panorama al otro lado de los índices

No queda otra. La calle es una pileta pero el alimento es una necesidad para los chicos de Pompeya que van a la copa de leche de Los sin Techo.

Fotos: Mauricio Garín

 

Nancy Balza

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Devaluación, aumento de precios, créditos en menos cuotas, pérdida de poder adquisitivo. En nuestro país, enero se despidió con un panorama incierto y febrero no empezó mucho mejor.

2014 se anticipa como un año difícil. La pregunta es cómo será el año o más cerca todavía, el día a día, en aquellos sectores donde no hay un sueldo fijo que defender, ni ahorros que puedan amortiguar la crisis, ni seguimiento de precios que valga porque todo cuesta más y el cien por ciento del dinero que ingresa -sea por trabajos ocasionales o subsidios- se destina a comer.

“En los barrios es distinto cuando llueve, cuando anochece, cuando nace un niño y cuando hay que afrontar cualquiera de los problemas que todos sufrimos en general; es muy diferente cómo impacta la inflación en la vida de los pobres”. La frase, que es el punto de partida de la entrevista con el sociólogo y coordinador del Movimiento Los sin Techo Jorge Jourdán, es una síntesis del tema que se plantea en esta nota y anticipa una realidad diferente de la que habitualmente transitamos en los medios de comunicación. Y con barrios refiere a la geografía que se extiende más allá de las avenidas principales, sobre todo por el oeste, de sur a norte.

“En general, tendemos a absolutizar nuestros problemas de la clase media y a olvidarnos de cómo pueden vivir en otros sectores de la misma ciudad, donde se tiene poquísima inserción laboral estable, la mayoría de los pobladores trabaja de changas, de empleo doméstico y, a veces, lo más estable es la construcción, aunque venimos de un 2013 donde ese rubro se estancó y disminuyó”, analiza Jourdán.

Si bien destaca como aspecto positivo el aporte que reciben las familias a través de la Asignación Universal por Hijo y otros subsidios oficiales, aclara que “en no pocos casos constituyen el ingreso más estable de todo el grupo”.

“En los barrios -apunta- tenemos grupos familiares que viven el día a día y su problemática central es conseguir el puchero. Entonces, no podemos hablar de que aumentó o no la capacidad de ahorro. En una coyuntura como la actual, los ingresos simplemente disminuyen y la situación, ya difícil, se vuelve más difícil e incierta”. El dato se confirma en el territorio: Marta, referente de la copa de leche que el Movimiento tiene en barrio Chalet, lo dice más o menos con las mismas palabras: “Todo lo que tiene la gente lo usa para comer, y si cocina se arregla con guisos, sopas o comidas sencillas; de las milanesas olvidate”.

Para colmo, si en las áreas más urbanizadas 15 días de lluvia implican trastornos en el tránsito y en el desenvolvimiento cotidiano, en las zonas más postergadas significa no poder hacer changas y paralizar la obra en la que trabaja aquel que es albañil o pintor, lo que implica que los ingresos se reducen a cero. En efecto, un relevamiento realizado entre 551 familias a mediados de 2012 ubicaba a las changas como principal ocupación, seguido del trabajo de ama de casa, cirujeo y albañilería. Sólo en siete casos la respuesta fue trabajo estable. “Estos grupos son los primeros que sufren las crisis económicas y los que más tiempo necesitan para recuperarse; los pobres, en tiempos de prosperidad, como hemos tenido, se benefician pero en forma tangencial, como por goteo”, analiza.

“Un núcleo de exclusión”

El Movimiento cumplió 25 años de trabajo en 2013, un período en el que se sucedieron crisis económicas en un sube y baja que fue dejando a muchos en el camino: “Hay una gran transformación de los problemas de la pobreza pero podemos decir que hay una exclusión y desigualdad que se ha mantenido a lo largo de este período”.

“La pobreza se eliminó de las estadísticas; hoy no tenemos ningún parámetro. No podemos debatir la magnitud de los problemas y mientras tanto no podemos solucionarlos”. Siguiendo este análisis, Jourdán opina que “no hay una comunicación entre el poder político y estos sectores. Hoy el que está integrado a un trabajo estable va a tener un negociador, el campo también, los bancos también. Pero los pobres no tienen un canal de negociación para plantear sus problemas más que indirectamente a través de dirigentes barriales, que no alcanzan a representar a todos y muchas veces quedan sin capacidad de modificar esa realidad”.

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Fuera de las estadísticas oficiales, Norma, coordinadora en Pompeya asegura que en el verano no se redujo la cantidad de chicos que desayunan en el local.

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En barrio Chalet, Marta es referente desde hace varios años de Los sin Techo y asegura que la situación económica, más allá de los subsidios, empeora. :

 

El otro aspecto que considera necesario comprender es que esta situación impacta en toda la ciudad: “Cuando hay tiros en los barrios no alcanza con decir ‘no me importa’; son tiros en la ciudad. Los chicos que no se educan también son santafesinos. Y este tema constituye uno de los problemas estructurales porque, a pesar de los avances que puede haber en la educación, hay un bajo porcentaje de jóvenes que van a la secundaria y este problema no parece estar en el debate”. En la encuesta mencionada se preguntó también sobre el nivel educativo del jefe de familia: 41% dijo tener el primario completo y el 34% el primario incompleto. Sólo el 7% había logrado completar la secundaria.

Una respuesta integral

Abordar este tema implica no sólo garantizar el alimento sino dotar a los sectores más humildes de condiciones sanitarias dignas y resolver cuestiones de hábitat. En este sentido, señaló que “hay un esfuerzo del que participamos con la Municipalidad y la provincia en Barranquitas y Villa Oculta, con la construcción de cien viviendas que permitirán sacar a ese número de familias de zonas inundables. Es un ejemplo para amplificar a una escala acorde a la problemática”. “Calculamos que hay que hacer 200 unidades habitacionales por año y nosotros vamos a construir cien en un año y medio”.

Y es que el crecimiento demográfico, que es desigual según la zona de la ciudad que se analice, “se mantiene y explota en barrios hacinados donde nacen por año unos 3.000 niños, un índice de natalidad que es el doble que en el resto de la capital. El crecimiento de la ciudad muchas veces está impulsado por los nacimientos en los barrios más pobres. Y eso es todo un desafío”.

En este punto, destaca como positiva la ampliación de la educación inicial por parte de la Municipalidad a través de jardines diseminados en distintos barrios. “Lo mismo tenemos que avanzar en el sistema primario y secundario. Los chicos van a la escuela pero reciben una educación que no está acorde a lo mínimo que tienen que saber para desempeñarse en la sociedad, y ni hablar de la secundaria”.

En síntesis, para Jourdán ante la crisis la sociedad debe tener una apertura solidaria hacia aquellos que sufren más. “La política, creatividad y desafíos para implementar medidas audaces, masivas y que rompan la exclusión, no que la mantengan; y quienes dirigen la economía deben admitir que están en deuda y que lo que no hicieron también causó problemas para los pobres. Cíclicamente vemos una generación de pobres que en lugar de avanzar, retrocede. Estamos manteniendo un núcleo duro de exclusión, que es producto de reiterados fracasos. Porque si en el período en que tuvimos más crecimiento en la Argentina no lo abordamos, no esperemos solucionarlo en época de vacas flacas”. Y concluye: “Hay una estructura histórica de planes nutricionales que es necesario reforzar. Pero lo que faltan son los otros proyectos que salen de la asistencia”.

Las ollas que llena el Estado

Lía Masjoan

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En Villa Oculta. Como muchos chicos, los hijos de Norma Molina buscan su vianda en la Casita Padre Catena. La guardan para la noche porque al mediodía comen en la escuela. Foto: Pablo Aguirre

Norma Molina tiene 37 años y 8 hijos: cuatro nenas y cuatro varones, que van desde los 5 hasta los 18 años. Cualquiera arriesgaría que pasa gran parte del día en la cocina de su casa de barrio Villa Oculta, preparando desayunos, guisos y platos suculentos para alimentar a su numerosa familia. Pero no. Los hijos de Norma almuerzan en el comedor escolar y cenan la vianda que cada mañana preparan en la Casita Padre Catena, una institución solidaria que reparte abundantes porciones, con fruta incluida, para 300 chicos del barrio. “Siempre ponemos un poco de más porque sabemos que también comen los padres”, confesó Ema Tarragona, una de las encargadas. Esta iniciativa, que se lleva adelante desde hace 7 años, tiene un punto a favor muy destacable: recupera el hábito de comer en familia entre los que sí o sí necesitan de la solidaridad para tener un alimento en el plato todos los días.

De a poco, se fueron sumando al servicio de vianda -que es solventado con fondos del gobierno provincial- las 20 familias que se instalaron hace unos meses en las nuevas casitas que construyó Los sin Techo en el extremo oeste del barrio.

Norma es colaboradora de la Casita. “Somos muchos en casa, mi marido es pintor y a veces no alcanza”, contó. Una ayuda es la asignación universal que, no sabe por qué, sólo recibe por tres de sus hijos ($ 1.200 en total).

Inés Mancilla también dedica sus mañanas a la cocina comunitaria de la Casita. A cambio recibe un bolsón semanal con 7 kilos de carne, dos pollos y verduras que usa para preparar la cena. Al mediodía sus tres hijos almuerzan en la escuela, como todos los del barrio. Incluso en vacaciones, porque permanecen abiertas para cumplir esta misión.

Así, con esas rutinas alimenticias, muchas mujeres del barrio sólo se ven ante el desafío de la olla vacía los fines de semana, cuando las instituciones solventadas por el Estado cierran sus puertas. Y eso explica un dato curioso que se observa al caminar las calles de Villa Oculta: el barrio carece de carnicerías y verdulerías. Directamente no hay. En un contexto de mucha pobreza, es el Estado el que suple esas compras. “Una vez intentaron traer una verdulería pero no funcionó”, contó Ema.

Sí hay pequeños almacenes, como el de Alicia Martínez. “Lo que más vendo es azúcar, yerba, aceite, harina, jabón en polvo y lavandina”, dijo asomándose desde la diminuta ventana por la que atiende a sus vecinos. “Los precios aumentaron, pero la gente sigue comprando. Yo compraba menudo de pollo a $ 20 el kilo y ahora lo pago $ 40”, contó.

Si necesitan alimentos frescos, los de Villa Oculta dejan atrás el puente ferroviario y caminan hasta Villa del Parque, donde hay numerosos comercios, que incluso anotan en la libreta. En un almacén, se consigue el kilo de milanesa de pollo a $ 37 y en una carnicería de Padre Catena al 4200 se ofrecen 5 cortes de carne a $ 180, incluyendo pulpa, puchero y picada. “No aumenté los precios porque, si no, no vendo”, dijo el comerciante.