Preludio de Tango

Antonio Rodríguez Lesende

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Manuel Adet

Fue considerado el mejor cantor de tangos de orquesta de todos los tiempos. Los que así opinaban alguna autoridad tenían para hacerlo: Julio de Caro, Osvaldo Fresedo, Ciriaco Ortiz, Carlos di Sarli y Antonio Bonavena. Con semejantes padrinos, todo comentario posterior al respecto resulta innecesario. ¿Por qué no se consagró como estrella? Por varios motivos: nunca salió de estribillista; careció de un repertorio propio; le faltó aquello que le sobraba a Gardel: entusiasmo, carisma, pinta brava; como se dice en estos casos, tuvo inspiración, pero careció de transpiración.

Así se explica la escasez de grabaciones y, para algunos, inhallables. Esto explica por qué los coleccionistas se sacan los ojos para contar con una copia del “Gallego”, aunque más no sea un modesto estribillo, ya que como ya lo dijera- durante largos años el hombre se desempeñó como estribillista, tal como lo exigían los directores de orquesta de entonces, para quienes el cantor no debía distraer a los bailarines con su voz.

No concluyen allí las anécdotas que lo hicieron célebre. En 1935 -y actuando como cantante de la orquesta de Ciriaco Ortiz-, estrenó en una reconocida boite de Florida entre Paraguay y Charcas, el tango de Cobián y Cadícamo “Nostalgias”, un poema que el empresario teatral Alberto Ballarini se dio el lujo de rechazar para la obra “El cantor de Buenos Aires”. ¡Lecciones de la historia! Rodríguez Lesende es reconocido por haber transformado a “Nostalgias” en una de los más populares poemas del tango, mientras que el nombre de Ballarini se recuerda por haber sido el empresario teatral que con infalible olfato decidió rechazarlo.

Pero si por algún motivo a Rodríguez Lesende se lo recuerda en la historia tanguera es por haber sido el cantor que se dio el lujo de decirle “no” a Aníbal Troilo. ¿Fue tan así? Más o menos. Según dicen los que saben, todo empezó con una pequeña pelea entre el dueño del cabaret Marabú y Carlos Di Sarli. Como consecuencia de ello, un empresario de apellido Salas le propuso a Pichuco organizar una orquesta en tiempo récord (diez días) para iniciar la temporada del Marabú, prevista para el 1º de julio de 1937, fecha sagrada para muchos tangueros.

Troilo en aquella época tocaba el bandoneón en el Casanova de calle Maipú acompañado, entre otros, por Orlando Goñi, Toto Rodríguez y Pedro Sapochnick. El Casanova -dicho sea de paso- fue un cabaret importante para Pichuco, porque se dice que allí conoció a Zita, su mujer de toda la vida, que entonces trabajaba en el guardarropa del local.

Recordemos que Troilo entonces tenía alrededor de veintitrés años, y si bien ya era un bandoneonista con un prestigio ganado, todavía no era el gran prócer del tango que vamos a conocer y disfrutar después. Lo cierto es que Pichuco aceptó la propuesta de Salas y empezó a armar su orquesta a los empujones, tarea no demasiado complicada para quien conocía el ambiente. Los músicos los consiguió rápido, pero el problema pendiente era el cantor.

Troilo pensó en primer lugar en Rodríguez Lesende, que entonces cantaba en el cabaret Lucerna, acompañado del pianista Miguel Nijensohn. Allí fue una noche acompañado de Luis Sierra amigo del Gallego, porque ya se sabía que el hombre era complicado, vueltero y poco amigo de aceptar compromisos. Se cuenta que Troilo le ofreció 85 pesos por mes, pero el cantor le pidió 200, cifra que para su sorpresa fue aceptada. Sin embargo, Lesende inventó otro pretexto: los horarios, las incomodidades, algunas diferencias con los músicos, motivo por el cual Troilo comprendió que debía desistir de su proyecto.

Para la historia tanguera, quedó claro que Rodríguez Lesende le dijo “no” al bandoneón mayor de Buenos Aires, al maestro que en el futuro todo cantor sabía que una convocatoria suya lo instalaba en el acto en el universo de las estrellas. En definitiva se dice-, el Gallego no fue capaz de reconocer en ese gordito engominado a una de los futuros patriarcas del tango. En realidad, según cuenta Luis Sierra, lo que Rodríguez Lesende rechazó fue la exigencia de dejar su puesto de cantor estable del Lucerna, para irse dos meses con Troilo. La película concluye cuando el puesto de cantor lo acepta Francisco Fiorentino.

Antonio Rodríguez Lesende, el “Gallego”, nació en Vigo en 1905 y murió en Buenos Aires el 2 de octubre de 1979. A la Argentina, llegó en 1906 y su infancia transcurrió en el mítico barrio Balvanera. Tenía apenas quince años cuando ya se destacaba en el coro de Orfeon (asociación de coristas) como primer tenor. Su paso siguiente fue el teatro Colón, donde además de aprender canto y teoría musical, se destaca como corista. A los veinte años ya está en radio Splendid cantando tangos, acompañado por la orquesta de José Tinelli y, luego, por la de Francisco Lomuto. Para entonces sus condiciones de estribillista son ponderadas por los mejores maestros de su tiempo. A su desempeño en radio Splendid le suma, años después, su contrato con radio El Mundo. Allí, se lo autoriza a cantar con todos los conjuntos típicos que figuraban en el elenco de la emisora. Más estribillos.

En 1927, es contratado por firma Brünswick, donde cuenta con la compañía de Edgardo Donato y Juan Polito. A principios de los años treinta, está con la orquesta de Antonio Bonavena. Allí graba uno de los tangos que tengo en mi modesta discoteca: Almagro, de Iván Diez y Vicente San Lorenzo. Escucharlo a Lesende es un placer, pero al mismo tiempo una impotencia; placer porque es buenísima; impotencia porque su intervención es muy breve y uno se queda con las ganas.

El mismo año que estrena “Nostalgias” constituye un trío acompañado de Joaquín Mauricio Mora y Héctor Morel. Luego se desempeñará como vocalista de un trío integrado por músicos cuya calidad está fuera de discusión: Ciriaco Ortiz, Juan Carlos Cobián y Cayetano Puglisi.

Alrededor de 1943 otros dicen 1947-, Rodríguez Lesende se retiró de los escenarios, las radios y las grabadoras. Estaba en la plenitud de su edad y del dominio de sus facultades, pero por motivos que desconozco decidió abrirse del tango y de la noche para dedicarse a vender rulemanes. Sin embargo, en 1953 retornó una breve temporada con la orquesta de Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Antonio Rodio. Se asegura que quien lo convenció del retorno fue el maestro Argentino Galván, integrante y arreglador de esta formación musical. Gracias a este breve regreso, nos queda como alhaja la grabación de “Tierrita”, un tango de Agustín Bardi que él interpreta con su ya reconocida solvencia. ¿Otros tangos para disfrutar? “Milonga del Centenario”, “Mano brava”, “Santa mujer”...