Las mujeres y la novela

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Virginia Woolf. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Julio Anselmi

“Un cuarto propio”, de Virginia Woolf. Traducción de Jorge Luis Borges. Con ilustraciones de Becca Stadtlander. Lumen. Buenos Aires, 2014.

La tesis de Virginia Woolf, la sensata y bien demostrada tesis de Un cuarto propio, es que para las mujeres (en Inglaterra, pero la cuestión atañe a todo el mundo) la independencia intelectual resulta imprescindible para generar una escritura valiosa, y como las mujeres tuvieron desde siempre “menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses”, a eso se debe el número escaso de mujeres escritoras inglesas en comparación con los hombres, y a eso se debe también el esfuerzo enorme que debieron sobrellevar las primeras escritoras.

A lo largo de la extensa conferencia que conforma el libro (cuyo tema es “Las mujeres y la novela”), la insistencia de Woolf radica en que para escribir como se debe la mujer necesita “tener dinero y un cuarto propio”.

En el prólogo a su Orlando, Virginia Woolf comienza agradeciendo a quienes la ayudaron a escribir ese libro, incluso cuando algunos sean tan ilustres que apenas se atreve a nombrarlos, pero “nadie puede leer o escribir” (en inglés, se sobreentiende) sin estar en perpetua deuda con Defoe, Sterne, Emily Brontë, De Quincey y una larga lista.

En Un cuarto propio traslada ese agradecimiento a las mujeres precursoras, las que en el siglo XVIII descubrieron la importancia práctica de la escritura y empezaron a hacer traducciones o escribir novelas malas (“El dinero da valor a lo que impago es frívolo”). Y repite que sin ellas “Jane Austen y las Brontë y George Eliot no hubieran escrito, como no lo hubieran hecho Shakespeare sin Marlowe, o Marlowe sin Chaucer, o Chaucer sin aquellos poetas olvidados que trazaron el camino y domesticaron la rudeza natural del idioma. Porque las obras maestras no nacen aisladas y solitarias; son el producto de muchos años de pensar en común, de pensar en montón, detrás de la voz única, de modo que ésta es la experiencia de la masa”.

Libro emblema de las feministas, Un cuarto propio supera el tenor del panfleto, y como ella misma llega a remarcar, resulta “fatal para el que escribe pensar en su sexo. Es fatal ser un hombre o una mujer pura y simplemente; hay que ser viril-mujeril o mujer-viril. Es fatal que una mujer acentúe una queja en lo más mínimo; es fatal que defienda cualquier causa hasta con razón; o que hable deliberadamente como mujer. La palabra fatal no es una metáfora, porque todo lo escrito con ese prejuicio deliberado está condenado a la muerte”.

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