Mirada desde el sur

El país de Robertito

Raúl Emilio Acosta

Es increíble cómo la cabeza junta fogonazos, flashes, cómo en la cabeza una cuestión dispara otras y otras. Una de esas disparadas es la foto de Evita. Evita con el collar con rubíes. Confieso: es fondo de pantalla de mi celular. Evita sacó a patadas a la gente que regalaba cosas a los chicos, a las Damas de Beneficencia, y armó la Fundación Evita. Tenía una particular mirada hacia la gente de la clase alta, a quien llamó “la oligarquía”. Evita no era una delicia de bondad; era una ejecutante de un mandato duro. Blanco y negro. Ella hablaba de descamisados y cabecitas, sus “cabecitas”. Fallecida muy joven, sigue siendo una llamarada que molesta y dispara controversias. Es el último imán novelesco en el mundo. El resto de la Argentina es el Che Guevara y Maradona.

Paralelamente, en este año 2014, por primera vez fui al Rock&Feller. Una franquicia muy bien iluminada y con vidrieras al bulevar más lindo de Rosario, el de las palmeras. El bulevar Oroño. Antes estaba en la sede del Comando del II Cuerpo de Ejército, expropiada y convertida en Casa de la Memoria. No había ido, no es de mi agrado simplemente, pero mis nietos me llevaron porque les gustaba el menú, unas cosas mexicanas y las gaseosas elementales. Mis nietos tienen 10 años. Lo que advertí es que en ese lugar había chicas lindas, chicos lindos, había alegría. Los meseros cantaban y sonreían. Estoy hablando del mediodía de un día de semana; no he estado en otro momento. Había alegría, era lindo, linda gente, gente ideal para revistas de modas, para el boludeo. Certificación y constancia: no hay pobres ni tristezas en los bares de moda. Cotillón, chucherías, pulseras y perlas. El flash es de eso, de alegría. No hay mala onda ni malas noticias en los sitios de moda. A la medida de quien no quiere malas nuevas.

Otro fogonazo del cerebro; escuché a la señora presidente cuando dijo que el mejor periodista era Robertito. Ya tuve oportunidad de ver un reportaje a Robertito. En el programa de televisión de chimentos de farándula que conduce Jorge Rial, éste, su conductor, charló con Robertito. En realidad se llama Roberto Funes Ugarte, es nieto o bisnieto del Perito Moreno, es de una familia supercajetilla de Mendoza. Tan cajetilla que habla de Máxima (Máxima Zorrequieta); habla con todos los que corresponden e integran el viejo “quién es quién” de una ciudad que es un país: Buenos Aires. Narró cómo sedujo a Hadad y sedujo a Feimann (Feinmann, el malo). Y, obvio, contó cómo sedujo a la presidente, que lo invitó a tomar el té a su residencia personal en El Calafate y le mostró las rosas. Robertito se sacó una selfie con la presidente; en el jardín que ella cultiva con amor. El colega no tuvo ningún problema en charlar mano a mano con Cristina. Imagino, pero poco, esa charla. Robertito es tan Carlitos Perciavale; tan Federico Manuel Peralta Ramos; tan hermosa muestra de la oligarquía es este Robertito que no tenía ningún problema en decir que él repartía pizzas para pagarse los estudios. Que bailaba los fines de semana, por plata, siendo del coro de la Tetamanti en las bailantas. Vi fotos y videos de él bailando cumbia con la Tetamanti. Honrados trabajos juveniles. Robertito era de la banda que se disfrazaba en las fiestas del DJ Pont Lezica para animar, porque le pagaban. Y con eso se costeaba los estudios. Bello ejemplar de estudiante. De argentino pum, para arriba. En el reportaje explicó: nunca hablamos de política ni de dinero en la mesa familiar, para no atragantarnos. Así me enseñaron.

Después pensé en tanto periodista serio, gente que conocí, bella gente con la que trabajé y otros con quienes no trabajé ni estuve nunca de acuerdo, como Rodolfo Walsh, que finalmente es periodista y hay cátedras y demás reconociendo a un escritor formidable. Para muchos, mejor cronista que Truman Capote. Que Cristina diga que el periodista que le gusta es un periodista muy cajetilla me parece muy bien, muy revelador. Que toma el té con ella sirve para entender el alma de Cristina, que no es más buena o más mala por esto, pero es más visible. Es positivo en el fin del ciclo visualizar el alma de CFK.

Me parece que hoy que estamos viendo el alma de Cristina tan aguas en reflujo, tan bajamar, tan Aguas de Marzo, cuando se están yendo las olas de la playa y queda toda la basurita, todo lo usado, todos los tachitos vacíos, todos los forros sueltos, todo lo malo que el agua tapaba.

Se está bajando el agua de la década kirchnerista. Y lo que está quedando es que, pese a que podría haber elegido citar homenajes a la memoria de Rodolfo Walsh, su eje y su ejemplar periodístico es Robertito. Ni Rial o Brienza, que la entrevistaron, o Verbitsky, José Pablo Feinnman (el bueno) tantos, hasta el mismísimo Orlando Barone. No. Nada. Roberto. Más efectivo: Robertito.

Esto no es mejor ni peor. Esto ni siquiera es malo. Esto es, simplemente, una confesión de partes que elimina cualquier otra prueba.

Al final, escuchándolo a Robertito, tan natural , tan naturalmente así, absolutamente Robertito, queda una profunda sensación de liviandad. La liviandad de Cristina. Nuestra presidente.

Escuché a la señora presidente cuando dijo que el mejor periodista era Robertito, Roberto Funes Ugarte, nieto o bisnieto del Perito Moreno, de una familia supercajetilla de Mendoza. Tan cajetilla que habla de Máxima; habla con todos los que corresponden e integran el viejo “quién es quién” y cuenta cómo sedujo a la presidente.