Homo ludens, homo narrans

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Por Diego E. Suárez

“Xolopes”, de Juanjo Conti. Automágica. Santa Fe, 2014.

Muchos escritores conciben el acto de escribir como una prolongación del acto de leer. Quien escribe transfigura sus lecturas no sólo de páginas impresas, sino también de otros signos, sentimientos, suposiciones, recuerdos, acontecimientos azarosos. “Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen”, palabras de Juan J. Saer que aparecen en uno de los capítulos de Xolopes, de Juanjo Conti, y que de alguna manera delinean un plan de composición.

Xolopes podría considerarse novela sin narrador, o dicho de otro modo, novela en la que aparecen entretejidas tantas voces que pareciera no haber ninguna, con primeras personas que no se sabe de dónde provienen y terceras personas no menos sospechosas, con el agravante de que la consiguiente multiplicidad de relatos hace estallar la unidad de acción y termina por enloquecer la brújula de la trama. Es posible, sin embargo, establecer un punto por el cual cruzan todas estas rectas: Cancún. El lugar marca el tiempo del relato y todo pasa a ocurrir “antes” y “durante” Cancún, en un instante multifacético en el que confluyen sucesos simultáneos (muertes, conspiraciones, sueños, excursiones, almuerzos) con distintos protagonistas. Vemos actuar y oímos a vendedores ambulantes, empleados de hotel, vacacionistas y lunamieleros, en un entramado de géneros discursivos que van de la poesía a la crónica periodística, pasando por la fotografía, las recetas de cocina y hasta la bitácora de una revolución. La entonación que impregna el relato está signada por una ironía serena que no busca ser hiriente, sino más bien gozosa, carnavalesca.

Varios capítulos de la novela podrían considerarse autónomos, debido a sus atributos de microrrelato. El capítulo 69, por ejemplo, dice: “-¿Ese no es el animador de aquaeróbic? ¿Qué hace golpeando la puerta de una de las habitaciones?”. No identificamos quién pronuncia esas palabras, tampoco si se trata del fragmento de un diálogo o de un monólogo interior. Eso es todo, y esa línea alcanza y sobra para que el lector complete a gusto y piacere los intersticios del texto. Esta apertura a la participación del receptor en la creación de sentido es fomentada también por la estructura fractal y lúdica de la novela: 137 capítulos que por ejercicio de un ars combinatoria pueden ser recorridos alternativamente según hechos narrados y voces narradoras.

¿Cuántas veces hemos oído exclamar a alguien que acaba de contar una anécdota: “¡Yo tendría que escribir un libro!”? El autor de Xolopes debe ser uno de los pocos mortales que han hecho realidad ese proyecto, empleando la humilde técnica del personaje que en el capítulo 46 le comenta a otro huésped del hotel su afición a escribir cuentos. “Ah... hay que tener imaginación para eso”, dice el huésped, a lo cual el cuentista replica: “No tanta, me la paso recogiendo voces de otros”. A nadie se le escapa que la cosa no es tan simple, que se requiere algo más que eso. Discretamente, Conti sabe qué es y lo emplea con felices resultados.