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“El retorno del péndulo”

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Zygmunt Bauman.

Foto: Archivo El Litoral

 

De la redacción de El Litoral

La clínica psicoanalítica y la teoría social ensayan sus afinidades y problemáticas en el encuentro entre el sociólogo Zygmunt Bauman y el psicoanalista argentino (radicado en España) Gustavo Dessal, tal como testimonia El retorno del péndulo, que acaba de publicar Fondo de Cultura Económica.

Una nutrida correspondencia dio origen a este libro. Dessal había percibido “una resonancia entre el concepto de lo ‘líquido’ y la predicción que Jacques Lacan aventuró como consecuencia de la caída de la ‘imago paterna’, figura del discurso que, más allá de sus críticas o sus desaciertos, cumplió la función de ordenar y formalizar las piezas sueltas de la maquinaria humana. A la decadencia de Dios y del padre, le sigue la entronización de la técnica como instrumento de un liberalismo desnudo, desembarazado de sus clásicos disfraces morales e ideológicos. La nueva gobernanza así resultante ha diluido en su magma global todo aquello que se empeñe en conservar su especificidad o su diferencia”.

El concepto de “líquido” a que alude Dessal, que ha hecho célebre a Bauman, refiere a la civilización globalizada actual interpretada como un estado desprovisto de toda estructura narrativa, en el que cada sujeto debe reinventar su teogonía personal, con el riesgo de “pagar el terrible precio del destierro al no-mundo, cada vez más habitado por seres condenados a la deshumanización y la indiferencia”.

También nota Dessal que el paradigma de lo “líquido” podía asociarse a lo que Freud denomina “desintrincación pulsional”. Tanto en la historia humana como en el individuo se presenta la lucha de Eros y Thánatos, los reinos que paradójicamente promueven la vida y la destrucción, en una “intrincación” que a veces pierde equilibrio y suelta lo que Freud llamó “desintrincación pulsional”, el desprendimiento de la pulsión de muerte que “liberada de sus marcos de contención puede imponerse hasta el extremo de la autodestrucción”.

Bauman se pregunta qué cambiaría Freud respecto de las fuerzas en pugna de represión y libertad, si viviera hoy. Insistiría, quizás, más que antes, en que cualquier civilización -toda comunión de seres que quisiera elevarse de su condición animal- es una transacción. Pero, dice Bauman, quizás invertiría su diagnóstico de esos bienes en transacción: “Probablemente diría que los principales descontentos de nuestro tiempo se originan en la necesidad de ceder una buena parte de nuestra seguridad a cambio de seguir eliminando, una por una, las restricciones impuestas a nuestra libertad. En lo que concierne a esa minoría de la cual suelen reclutarse los pacientes que buscan cura psicoanalítica, la fuente del padecimiento parece ser ahora la carencia de seguridad, que envenena el goce de una libertad individual sin precedentes. Los temores a la desprotección personal que la civilización del trascendental estudio de Freud prometía extirpar, volvieron recargados. Y los grilletes que solían reprimir los instintos personales, los grilletes que los hombres y las mujeres de aquella época bregaban desesperadamente por romper, ya no parecen tan repulsivos si se los compara con los recién descubiertos horrores de la perpetua y continua inseguridad”.

Gran parte de los comentarios que intercambian Bauman y Dessal versan precisamente sobre este tema de la libertad y la seguridad, y de su difícil equilibrio, de esa ambivalencia entre eutopía (un buen lugar, donde la seguridad y la libertad estarían en armonía, sin provocar descontento ni disenso) y utopía (un lugar que no está en ninguna parte). Esa ambivalencia inherente a la civilización que, como señala Bauman, no puede prescindir de la coerción, y por ende tampoco puede existir sin engendrar resistencia contra sí misma, en la medida en que “la coerción, por definición, significa enfrentar situaciones en las que la balanza se inclina en contra de hacer lo que se quiere y a favor de hacer algo que se querría evitar”.