Sobre los epígrafes en Poe

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Ilustración de Odilon Redon para los cuentos de Edgar Allan Poe.

 

Por Fabricio Welschen y Enrique Butti

Casi todos los cuentos de Poe tienen epígrafe.

Epígrafe es una cita que, a modo de sentencia, introduce, resume o direcciona la lectura del texto al cual encabeza. En nuestro tiempo ha comenzado vigorosamente a ejercer una función menos decorosa: la de una invocación elegida no por su pertinencia sino por la firma, es decir, para conquistar prestigio bajo el manto de un nombre consagrado (“si escribo algo con afán comercial y lo escudo con la auspiciosa rúbrica de un autor canónico, atenúo el carácter bastardo de mi texto”) o para establecerse en una filiación determinada (“si cito a un autor de culto yo paso a formar parte de ese culto”). De esta inocua perversión forma parte también la imposición de acompañar los trabajos académicos con epígrafes que sirvan de inmediato, antes de leer siquiera una frase del trabajo, para, otra vez, embanderar filiaciones o conferir prestigio.

Los cuentos de Edgar Allan Poe son de variada especie. Se lo considera iniciador de distintos géneros y categorías de narraciones: fundador del género policial (detectivesco), preceptor del cuento de horror (en una amplia gama que él rotuló con términos que hoy nos resultan ambiguos: Cuentos de lo grotesco y arabesco); precursor del relato fantascientífico (con “Hans Pfaal”, por ejemplo); adelantado en la tematización de lo urbano (“El hombre de las muchedumbres”) y, lo menos reconocido hasta hoy, cultor de ese tipo de narración de índole metaliteraria que haría eclosión precisamente en nuestro tiempo, y que podríamos definir como “narrativa ensayística”, con producciones que incluirían a cuentos como “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges, a algunas novelas de Vladimir Nabokov y Milan Kundera, por no citar a tantos emuladores que llevaron este tipo de literatura a la mera repetición y a una secuela de tics honrada por la academia catedrática, tan presente en la narrativa actual argentina (Ricardo Piglia y compañía). Los cuentos de Poe que se inscriben en esta línea (“Jamás apuestes la cabeza al diablo”, “Cómo escribir un artículo de Blackwood” y tantos otros) se encuentran signados por una impronta paródica, cuyo principal blanco es la literatura de los trascendentalistas y la ampulosa jerga de los escritores de la Nueva Inglaterra de aquel tiempo.

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Ilustración de Benjamín Lacombe para una edición de los cuentos de Edgar Allan Poe.

Consecuente a esta variedad en sus cuentos, Poe selecciona y utiliza de diversas maneras los epígrafes. Usa dichos populares, en los que bromea instituyendo como eminente, por ejemplo, a una pregunta banal y atemporal como “¿Qué hora es?”, que adscribe a un “Dicho antiguo” en el cuento “El diablo en el campanario”. Usa citas en su lengua original (varias en griego y latín, en francés, en alemán y en italiano). Usa un epígrafe que debía serle tan caro que siete años más tarde lo retoma como título de un cuento (“Mellonta Tauta”), o el de “El cuento mil dos de Scheherezade”, que un año antes había glosado en “Un relato de las montañas escabrosas” (esa sentencia clave en Poe que reza: “La verdad es más extraña que la ficción”). Usa epígrafes que recurren en el final del mismo cuento, en una estructura circular que, en el caso de “El hombre de las muchedumbres” alcanza no sólo a la repetición del epígrafe (que por otro lado ya aparecía dentro del primer cuento publicado de Poe, en 1832) sino también a la cita que abre y cierra el cuento.

Los casos más representativos son los epígrafes que anticipan el desenlace de la historia, como en dos de los cuentos más célebres del autor. “William Wilson” es la historia de un Doppelgänger, de un doble. El narrador, que enmascara su identidad en el nombre genérico William Wilson, padece la constante presencia de un tocayo que lo sigue desde su época de estudiante e interfiere cada vez que comete una mala acción. No es necesario llegar al final, cuando el narrador mata a puñaladas a su doble, para entender lo que anticipa el epígrafe: “¿Qué decís de ello? ¿Qué decís de la torva conciencia, ese espectro en mi camino? (Pharronida de Chamberlayne)”.

En cuanto al de “El escarabajo de oro” resulta curioso: “¡Qué hay! ¡Qué hay! ¡Este tipo baila como un loco! Lo ha picado la Tarántula (Todo equivocado)”. Rolando Costa Picazo (1) recurre a Burton Pollin para sugerir que el epígrafe fue inventado por Poe. Entonces, el “Todo equivocado” no es una referencia bibliográfica, sino que señala que el contenido del epígrafe es una equivocación: el tipo, más allá de si ha sido picado por una tarántula, no está loco ¿Qué relación tiene esto con el cuento? Precisamente, el protagonista, William Legrand, es considerado un loco. Quien le afirma esto al narrador es Júpiter, esclavo negro de Legrand y personaje que le ha acarreado a Poe la acusación de racismo, tal como le sucedió a Mark Twain con Huckleberry Finn. Según Júpiter, un escarabajo de oro ha picado a su amo y ése es el motivo por el cual actúa de forma extraña. No obstante, tal como se anticipa en el epígrafe, Legrand no actúa guiado por la locura, como creemos en la primera parte del cuento; al contrario, su comportamiento responde a un procedimiento estrictamente metodológico, cuyo fin es descifrar el enigma que le permite acceder a un tesoro.

En el caso “Ligeia”, que Poe consideraba su cuento favorito, la incidencia del epígrafe cobra una mayor importancia: “Y allí yace la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad, con su vigor? Pues Dios es sólo una gran voluntad que invade todas las cosas gracias a su intensidad. El hombre no se entrega a los ángeles, ni tampoco por completo a la muerte, salvo sólo por causa de la debilidad de su endeble voluntad (Joseph Glanvill)”. No se ha localizado este pasaje en los escritos de tal autor, repitiéndose lo que no es raro en los epígrafes de Poe, que rozan lo apócrifo. A diferencia de los casos anteriores, el epígrafe en “Ligeia” no sólo anticipa el final sino que también impone una exégesis. Al final de la lectura queda la duda de si lo acontecido en la historia es un suceso sobrenatural o si todo es producto del delirio de un narrador que además de evidenciar señales de locura es también muy afecto al consumo de opio. Pero si uno se remite al epígrafe, éste ya no deja margen alguno para la ambigüedad: su empleo en el cuento de Poe direccionaliza la lectura hacia una interpretación sobrenatural de los hechos.

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Grabado de Gustave Doré para “El cuervo”, de Poe.

No es casual que los últimos cuentos de Poe carezcan de epígrafes. La escritura arrebatada de estos cuentos revela una urgencia que olvida cualquier arbitrio o referencia. La narrativa ensayística que recurre en esos últimos cuentos se torna feroz, arremetiendo contra todos, contra la naturaleza imperfecta, el Populacho, el Progreso, la Tecnología, la República, los tipógrafos, los artistas artificiales -amén de los usuales blancos, los trascendentalistas y los intelectuales en boga de la Nueva Inglaterra-. Llama Cant (“jerigonza”) a Kant, Neuclides a Euclides, Hog (“cerdo”) a Francis Bacon (“panceta”). Escribe un cuento (“Hop-Frog”) para vengarse de todos los enemigos que lo acorralan (y cuyos chismes truncan su compromiso matrimonial con Sarah Whitman).

Sólo el arte se presenta como capaz de rescatarnos del magma defectuoso que es la realidad y devolvernos el Paraíso Perdido, esa “pieza de composición, en la cual ni el gusto crítico más exigente habría sugerido una enmienda”. El artista que es Poe en sus últimos cuentos ya lucha solo, sin otra voz que sea digna de acompañarlo para estamparse en la primera línea de sus escritos.

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En su último cuento, que queda inconcluso, un hombre totalmente aislado en un faro, en medio del mar, descubre “lo triste que suena la palabra ‘solo'” y el eco aciago que provocan las paredes cilíndricas de la torre. Éstas son las últimas palabras con que se interrumpe el cuento: “... cuando sopla un viento de sudoeste, el mar puede alcanzar una mayor altura que en cualquier otra parte del mundo, con la única excepción del Estrecho de Magallanes. Ningún mar, no obstante, podría lograr hacerle daño a esta sólida pared con remaches de hierro que, a cincuenta pies de la marca de pleamar, es de cuatro pies de espesor, cuando menos... La base sobre la cual descansa la estructura me parece que es de creta...” (“...The basis on which the structure rests seems to me to be chalk...”). Quizás sean las últimas palabras que Poe escribe. La imagen de una torre de acero sobre una base endeble.

(1) “Cuentos completos”, de Edgar Allan Poe, en dos volúmenes. Traducción, notas e introducción de Rolando Costa Picazo. Colihue. Buenos Aires, 2010.

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Retrato de Edgar Allan Poe, de Benjamín Lacombe.