Con Cachito Vera en su bar en La Serena...

“Me quisieron pegar por haber errado el gol en la final con Unión”

  • Era un pibe del club que se bancó la peor época, el post descenso de 1981. Rescata a Oscar Aguirre (“un fenómeno”) como el técnico que más lo ayudó. En aquella definición de 1989, Juan Alberto Vera pudo cambiar la historia cuando el primer partido estaba 0 a 0, bajó un centro y quedó mano a mano con Tognarelli, pero su remate se fue cerca. “Llegaron a decir que fuimos para atrás”, cuenta a la distancia.
“Me quisieron pegar por haber errado el gol en la final con Unión”

No podía faltar el banderín de Colón en esas paredes llenas de grandes glorias. En estos días, Cachito recibió la visita de muchos argentinos. Un muy buen anfitrión. Foto: El Litoral

 

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a La Serena, Chile)

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Muchos se sorprenden. Hasta su mujer le dice al enviado de El Litoral: “Menos mal que trajiste fotos de él jugando, porque acá no muchos le creen”. Es que Juan Alberto Vera llegó a La Serena en el final de una carrera que no se prolongó mucho tiempo, porque a los 28 años ya no jugaba profesionalmente. Tiene un bar con nombre futbolero (Minuto 90), cuadros y banderines de todos los equipos chilenos y un programa de radio. Se levanta todos los días a las 9 de la mañana y a las 10 ya está en el bar, donde permanece hasta las 10 u 11 de la noche. Así todos los días, a veces hasta más tarde, sobre todo cuando hay partidos de fútbol y la gente se acerca a verlos en la pantalla gigante.

—¿Qué se te dio por radicarte acá, Cachito?

—Me enamoré de este lugar, de mi mujer y de sus hijos. Hoy son mi familia, tengo este local, trabajo en radio y puedo vivir bien. Llegué en el 98, invitado por un amigo que hice cuando jugaba en Maipú. ¿Te acordás de Milanese Comisso?

—¡Por supuesto!

—Él fue el que me trajo y me quedé para siempre.

—¿Te fuiste con una deuda con Colón o el club con vos?, no hablo de lo económico, obvio...

—No, una deuda no. Los que nacemos en el club, los pibes, siempre nos quedamos con algo atragantado. Son pocos los que se salvaron económicamente, sobre todo en la época nuestra en la que no cobrábamos y sufríamos con malas dirigencias. Jugábamos por la camiseta en serio. Yo tenía 16 años cuando el club se fue al descenso en 1981. No teníamos ropa para entrenar, nos debían dinero y lo más duro fue haber perdido esa final que desencadenó mi salida del club.

—El partido con Unión en 1989...

—Sí, claro. Los videos que me trajiste de Chicho Aznar me ayudaron a recordar ese año. La pasamos mal después de esa final. Mucha gente no sabe que cuando empezó el año me vendieron sin recibir nada. En mi caso, por el préstamo de Civarelli le dieron mi pase a Carlos Quieto. Y lo mismo pasó con otros muchachos como Carozo Mir o Javier López. Me vendieron sin firmar un papel, sin preguntarnos nada y sin saber adónde iríamos después.

—¿Y el quince por ciento?

—¡Qué!... No vi jamás el 15 por ciento y si le preguntás al Zurdo o a Javier te van a decir lo mismo. Los tres pibes con futuro éramos Javier, yo y el Zurdo... ¡Nos regalaron!.

—¿Alguien te defraudó?

—No le guardo rencor a los dirigentes que me hicieron eso, entiendo ahora un poco más las cosas, en esa época recién empezaba, se dio tan rápido que fui creciendo aceleradamente. Cuando me di cuenta, habían pasado los cuatro años y no alcancé a explotar. Hubo técnicos que confiaron mucho en mí, como Oscar Aguirre, pero cuando llegó Horacio Harguindeguy con el apoyo político, parecía que no me conocía, que no sabía quién era, y tuve que empezar de cero, como si recién debutara. Ese año tuve graves problemas personales, a mi vieja enferma la tuvimos que llevar a Puíggari, y no era de hablar de esos temas. Nunca gané un mango con el fútbol, a los 28 años largué, pero pasó el tiempo, no gané nada con Colón y sin embargo me quieren y me recuerdan. Eso me hace muy feliz, sin dudas, porque soy sabalero de alma, de la cuna.

—¿Por qué dijiste que la pasaste mal en el 89, fue por lo económico solamente o por lo deportivo?

—Por esa jugada que erré en el primer partido, me gané insultos y apretadas. Vivía en 4 de Enero entre Suipacha y Junín y me fueron a buscar para pegarme. Se corrió la bolilla de que fuimos para atrás... ¡Sólo una mente enferma podía pensar que íbamos a ir para atrás si la mayoría éramos fanáticos de Colón!... Era el partido de nuestras vidas, pero vos sabés cómo son las cosas, siempre están los rumores y la verdad es que perdimos bien. Perdimos en la cancha y en las oficinas de la AFA.

—¿En las oficinas de la AFA?, ¿lo decís por aquello de Corral con la expulsión de Wolheim?

—En la semifinal con Lanús, lo echaron al Chino Wolheim en una jugada intrascendente. Antes del partido nos dijeron que nos cuidáramos con el árbitro. Y en la semana, le dieron dos fechas al Chino, que era el motor del equipo.

—¿Lo que querés decir es que, dirigencialmente, se movió mejor Unión que Colón en esa final?

—Todos sabían que Unión tenía influencias en AFA, amigos que lo iban a ayudar. Corral se movió bien. En esa época no había internet ni televisión y a nosotros nos decían “ojo que nos van a bombear”. Sabíamos que teníamos que jugar el 200 por ciento para ganarle a Unión. Nosotros llegamos muertos, con el Zurdo lesionado, con el Negro López en malas condiciones. A nosotros nos salvó el pibe Villarreal con un gol en cancha de Huracán y Unión pasó caminando. En el partido en la cancha de Colón no ligamos y en la de ellos no llegamos nunca al arco de Tognarelli. Y me quedó la espina clavada en esa final por no salir con tres delanteros en la cancha de Colón. Yo era un pibe y no podía decirle a Orlando Medina que no podía jugar a 40 metros del arco y abierto por izquierda.

—Recién hablaste del Patón Aguirre...

—¡Un fenómeno!... Nos trataba como hijos a todos los pibes, nos hacía volar. Ese equipo tenía al Negro Quinteros y al Gato Bujedo. No creíamos mucho en ellos, pero se adaptaron al equipo y volaban igual que nosotros. El Patón nos mandaba al frente bien, sin especular nunca. Lo que pasa es que a la gente de Santa Fe no se la reconoce. Es un tipo bárbaro y yo le tengo un agradecimiento eterno. Jugábamos con tres delanteros con él. Funcionábamos como un relojito e íbamos derechito al ascenso y nos eliminaron en Resistencia. Lo lamenté mucho, por nosotros pero también por él. Se merecía otra cosa porque hizo un campañón.

—¿Te hubieses hecho millonario si nacías 20 años después?

—Todos los que tenemos 50 años o más pensamos en eso... Hoy te salvás con tres o cuatro goles y en esa época, a mí me alcanzaba para ponerle nafta a la moto y nada más.

—¿Eras vago?

—... Me faltó esmerarme un poco más... No era un borracho que andaba tomando por la calle, era soltero, me juntaba con los amigos y era una joda simple, tomábamos algo y me iba a dormir. Yo era del club y me cuidaba. En el 89 tuve problemas con mi vieja, por lo que mi hermana y yo tuvimos que salir a bancar la situación porque mis viejos se separaron cuando éramos chicos. Mi vieja era fotógrafa de la Legislatura, tuvimos que internarla y eso me costó mucho. No era titular, todos decían que andaba de joda pero no era eso, la gente habla mucho y sin razón a veces. Jamás tuve un problema un día antes de un partido. Nunca salí en los días previos a jugar. Era una joda simple, te repito.

—No te volvés nunca más a Santa Fe...

—Mi cabeza está puesta acá, tengo una mujer maravillosa con hijos maravillosos. Nos costó llegar hasta donde estamos hoy. Tengo 50 años y lo que quiero es pasarla bien, ir a ver a mi vieja, a mi hermana, a los hermanos de mi papá, a mis sobrinos que son hermosos, a mis parientes. Eso es lo que quiero.

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Cachito Vera en el bar que maneja junto a su esposa, en pleno centro de La Serena.

Foto: El Litoral

ANÉCDOTAS DE VIAJE IV

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a La Serena, Chile)

Arreglamos un módico precio y subimos. Había que viajar hasta las afueras de La Serena para ver el entrenamiento abierto de la selección. Necesitábamos de él para regresar y por eso le pedimos el teléfono. Cuando terminó la práctica, la única alternativa fue la de llamarlo y pedirle que nos lleve a un buen restaurante para amenizar el domingo con un almuerzo entre compañeros de trabajo y lejos de casa. Antes, les había contado a ellos que a las 8 de la mañana (acá todavía es de noche a esa hora), me fui a correr a la playa. Con 6 ó 7 grados de temperatura que provocaban un frío que calaba los huesos. Se los conté, me miraron y escucharon atentamente. Ninguno de los dos dijo nada. “A buen entendedor pocas palabras”, me dije. Pensaron que estaba rematadamente loco. Y de verdad que algo de razón tienen. O toda.

Vuelvo al taxista y no es que la tengo contra ellos, pero sinceramente me hizo reir un montón. El viaje de regreso, que se prolongó hasta Coquimbo (de La Serena se divide por un monolito), fue sencillamente para alquilar balcones. Y cuando lo llamamos para que nos lleve de regreso al hotel, pasadas las 4 de la tarde, más todavía.

Tocamos el tema de los 33 mineros. “A algunos de ellos los llevaron para dar charlas de motivación por el mundo”, contó. Entonces, le dije que alguna vez tuve la suerte de escuchar una charla de esta naturaleza de uno de los sobrevivientes de Los Andes, y enseguida dijo. “Bueno, pero aquellos estaban preparados, eran universitarios. Acá, a los mineros, les das un transportador para que hagan el 8 y les sale torcido”.

Cuando llegamos a la zona cercana al límite con Coquimbo, no dudó en señalar su nacimiento en esa ciudad. “Acá en La Serena se la creen, piensan que son los mejores del mundo. Y los mejores están allá, en Coquimbo. Tenemos 56 kilómetros de playa y acá no se pueden ni bañar”. Y nos llevó a un buen restaurante, obviamente en Coquimbo, marcando territorio.

Cuando volvíamos, tocamos el tema político. Antes que nada, aclaro que poco y nada me interesa y sé de política, pero le sacamos el tema del Beagle y esa rivalidad que hay entre argentinos y chilenos. ¿Nos quieren o no nos quieren?, le preguntamos. “Sí claro, por supuesto, ¡cómo no los vamos a querer!... De última, les cambiamos la Bachelet por Cristina y listo”, concluyó enfáticamente antes de dejarnos en casa.

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Cachito acompañado por dos sabaleros que fueron a visitarlo en la breve estadía en esta ciudad. Se trata de José Pisarello y su amigo Juan Pablo. Uno de Santa Fe y el otro de Santo Tomé, unidos por una pasión: la rojinegra. Foto: El Litoral

“Las mega estrellas se la creyeron”

Fue muy crítico Cachito con el trabajo de la selección. Comentó el partido para la radio que trabaja y lo hizo con la camiseta de Colón, tal como había prometido. Se sacó fotos con mucha gente que se acercó a saludarlo. Y hasta se confundió en un abrazo con el Bichi Fuertes.

—¿Desilusionado con la selección?

—Los jugadores tienen que entender que no se gana con la camiseta, Argentina jugó un buen primer tiempo pero en el segundo, a pesar de lo que hizo Paraguay, se bajó un ritmo y luego del 2-1 no presionó más. No sé si fue cansancio o falta de confianza, pero parece que hay que pellizcarlos para que se despierten.

—¿Creés que se pensaron que el partido estaba ganado?

—Hoy las mega estrellas se creen así, son como autosuficientes. Vi poca autocrítica del Tata, quizás lo hizo del camarín para adentro, pero para afuera fue muy poco lo que dijo. No me gustaron los cambios, Biglia no estaba bien y lo que hizo fue peón por peón. Fue poner un delantero por otro delantero y un 9 por un volante que ya estaba cansado. Paraguay jugó sólo en el segundo tiempo y nos empató. Faltó presión y darse cuenta de que a la espalda de Mascherano, el rival hizo lo que quiso. Fue flojo y preocupante lo del segundo tiempo. Ojalá mejoremos mañana.