La vuelta al mundo

Grecia, Markaris y el comisario Jaritos

17_1_1030858.jpg

Petros Markaris, el autor de novelas policiales que radiografía la situación de la Grecia actual. Foto: Archivo El Litoral

 

Si quiere conocer lo que ocurre en Grecia lea las novelas de Petros Markaris, sobre todo las cuatro últimas dedicadas precisamente a la crisis. Se trata de “Con el agua al cuello”, “Liquidación final”; “Pan, educación y libertad” y “Hasta aquí hemos llegado”. Son cuatro novelas que cuentan como protagonista al comisario Kosta Jaritos, un policía decente, algo conservador como Maigret y que, como su colega francés, se esfuerza para cumplir de la mejor manera posible con su deber en un mundo que cada vez lo conforma menos.

Se dice que la novela policial tal vez sea la heredera de la novela realista o la novela social del siglo XIX. La hipótesis es opinable, pero para el caso convengamos que Markaris se vale de las posibilidades del género para discurrir sobre los problemas sociales, políticos y culturales de su tiempo. Digamos que el crimen es apenas un pretexto para hablar, desde la literatura, acerca de los dramas cotidianos de la realidad social.

No es novedoso decir que la ficción es uno de los caminos posibles para develar la trama social. En el caso que nos ocupa, Markaris lo hace bien y, en algunos momentos, muy bien. Nacido en Turquía, hijo de madre armenia y padre griego, vive en Atenas desde hace muchos años. No es un improvisado en lo suyo. Estudió economía en Viena, descubrió a Bertoldt Brecht en Alemania y se dio el lujo de traducir el “Fausto” de Goethe al griego.

Antes de dedicarse a la novela policial, escribió obras de teatro, guiones para películas, filmadas por Theo Angeloupoulos, pero la fama y el dinero lo logró a través de las novelas que tienen como personaje principal al comisario Jaritos, un hombre que camina por las calles de Atenas indagando acerca de la comedia humana, como le gustaría decir a Balzac, uno de sus maestros.

¿Qué dice Markaris de Grecia? Que lo que está ocurriendo ahora era algo que cualquier observador medianamente atento lo veía venir desde hacia por lo menos cinco años. En realidad, a Grecia las cosas no le salen bien desde mucho tiempo atrás. Primero fue la ocupación nazi, después la fracasada revolución comunista, más adelante la crisis de la monarquía y finalmente las tres dinastías políticas que gobernaron al país alentando la corrupción, despilfarrando los recursos y, por supuesto, gastando mucho más de lo que producían.

Markaris habla de la dinastía de los Papandreu, los Karamanlis y los Mitsotakis. De derecha, de izquierda o de centro, lo mismo da, pero todos unidos en la exigencia de emplear al partido y a los amigos en el Estado y vivir de prestado gracias a la emisión y el endeudamiento. ¿Parecido a la Argentina? Bastante. Estado colonizado por los partidos y los sindicatos, punteros y favoritos disfrazados de empleados públicos, impuestos regresivos que paga la resignada minoría que cumple con las leyes, mientras que los más poderosos los eluden y un sector importante funciona en el territorio de la economía en negro.

El ingreso a la Unión Europea fue vivido como una oportunidad que pronto se desperdició con la toma de créditos que nunca se destinaron a los objetivos declamados. Markaris postula que desde la guerra civil de 1946-49 en adelante las políticas de acuerdos y consensos nunca fueron posibles. Al enfrentamiento entre nacionales y comunistas, le sucedió luego la rivalidad entre monárquicos y republicanos y, desde los sesenta, la confrontación entre los socialdemócratas del Pasok y la derecha de Nueva Democracia. El capítulo final está abierto con el derrumbe de los partidos tradicionales y la emergencia de Syriza, una coalición de izquierdistas, populistas, militantes sociales y aventureros de diverso pelaje que ya ha demostrado que no tiene las uñas cortas y que sus manos están algo sucias.

A un izquierdista ilustrado como Markaris, Syriza está muy lejos de satisfacerlo, y una de las objeciones más fuertes que le hace es su alianza con los partidarios de Hitler que militan en Amanecer Dorado, una formación política que cuenta con participación privilegiada de jóvenes desocupados e inmigrantes. Amanecer Dorado no es una derecha más en Europa; es, lisa y llanamente, una coalición política integrada por enamorados de Hitler.

Markaris advierte que él está muy lejos de tener una mirada romántica o nostálgica del pasado, pero señala que en la Grecia que él conoció en su juventud la pobreza era digna y alegre, y no en vano en esos años el país se destacó no por el tamaño de su deuda o la profundidad de su crisis financiera, sino por la calidad de poetas como Ritsos, Elytis, Seferis o músicos como Theodorakis.

La decadencia se inició con la acelerada corrupción de la clase dirigente, el culto a la plata fácil, las ilusiones de disfrutar de un estilo de vida muy por encima de las posibilidades reales y la edulcorada fantasía de la casa de dos pisos. En ese clima, florecieron los negociados y las quiebras fraudulentas; llovieron los créditos y luego las órdenes de desalojo.

Grecia se transformó no sólo en el paradigma de la pésima administración de los recursos, sino en una versión caricaturizada y grotesca del socialismo ¿Qué socialismo? Esa versión empobrecedora, degradada y corruptora de un sistema donde por el peor de los caminos los habitantes viven parasitariamente del Estado y esa decadencia contribuye de manera perversa a reproducir las condiciones de dominación y control político.

Un ejemplo clásico del estilo griego de vida ocurrió en 2004, cuando el gobierno alentó la celebración de los Juegos Olímpicos. Se gastó para esa fiesta cinco veces más de lo presupuestado. Al final de la ceremonia, Grecia estaba más pobre y mucho más endeudada. A los gastos Olímpicos se sumaron los gastos militares para habilitar negociados escandalosos. Para justificarlos, siempre se alentó el nacionalismo más ramplón y primitivo: los problemas con Turquía, la crisis de los Balcanes, las relaciones con Macedonia y Chipre.

Este escenario proceloso y sórdido, decadente y crispado se despliega en la literatura de Markaris a través de banqueros mafiosos, políticos corruptos, jóvenes desocupados, pequeños burgueses egoístas, pero también trabajadores dignos, mujeres valientes, funcionarios honrados y políticos decentes.

Las escenas se desarrollan preferentemente en Atenas, en esa ciudad donde en algún momento el comisario observa cómo la recesión apaga las luces de los negocios ubicados en las principales avenidas, cómo las calles se oscurecen y en ellas anidan la emboscada y el crimen. La crisis, por lo tanto, no es sólo números, sino pequeñas y dolorosas tragedias diarias, tragedias donde las víctimas preferidas son los más indefensos.

Ahora, Grecia vuelve a ser noticia, porque para conjurar la crisis algún ministro de Economía apeló a la “original” solución del corralito, palabra que para los argentinos está cargada de aprensiones, desolación, dolor e impotencia. Los griegos están viviendo una experiencia parecida en estos días. ¿Se mantendrá el país en la Comunidad Europea? ¿Continuará o no bajo el área del euro? ¿Hará realidad el referéndum y regresarán al dracma? ¿Quiénes son los culpables: los insensibles funcionarios de la troika (UE, BCE y FMI) que exigen ajustes inviables o los jóvenes populistas de Syriza que se niegan a hacerse cargo de las responsabilidades adquiridas con los organismos internacionales?

El debate no es nuevo y las respuestas no son únicas. Por lo pronto, dejemos por ahora a que los economistas y los magos de las finanzas resuelvan de la mejor manera posible una crisis declarada por la ligereza de una elite dirigente, pero también por el conformismo de una sociedad seducida por el becerro de oro. Si los números nos resultan indescifrables, intentemos conocer lo que sucede con una sociedad que no parece ser muy diferente a la nuestra, a través del campo creativo de la ficción, es decir a través de las novelas de Petros Markaris y de ese comisario que cada vez con menos entusiasmo trajina por las calles oscuras de Atenas con la certeza de que a pesar de todo la justicia y el honor son valores que merecen ser defendidos.

por Rogelio Alaniz

[email protected]