Mirada desde el sur

No van a los velorios

POR RAÚL EMILIO ACOSTA

¿Qué sociedad es ésta que ni siquiera se puede conmover ante un muerto? ¿En qué sociedad estamos viviendo, que los hijos preguntan: “Papá, ¿qué tenemos que hacer cuando nos asalten?”. ¿Qué sociedad es ésta en la que los funcionarios nos cuentan, como si fuera una crónica periodística lo que pasó? ¿Qué sociedad?

Disculpen, como decía el viejo cómico popular: “Estoy cargado”. Ansiedades, fastidios y algunas desilusiones. Básicamente estoy cargado porque tengo preguntas, pero no tengo respuestas.

Fui interpelado por mi familia: “¿Qué podemos hacer, como solución, cuando nos asalten? Papá, explicalo. Hacé una reunión el fin de semana para darnos un instructivo de cómo resolver nuestra vida cuando nos asalten”. Lo único que se me ocurrió decir fue: quédense quietitos, entreguen todo, bajen la vista, no los miren.

He llegado a la mitad de mi vida, 71 años, y tengo que explicar a hijos y nietos cómo hacer para sobrevivir a un asalto. ¿Un asalto de quién? De alguien. ¿Cuándo? No sé, en algún momento.

Todos los habitantes de la región Rosario estamos a expensas de que nos asalten y nos maten, que nos acuchillen, que nos carguen a culatazos, que nos tiren al suelo, que nos violen. En algún lugar, en cualquier momento. El gendarme que salió a dar respuestas avisó eso: “... Hoy le toca a usted, mañana a mí”. Agradezcamos que alguien dio la cara a la sociedad.

¿Es ésta una sociedad donde conviene vivir? No. ¿Es ésta la sociedad que elegimos? No. ¿Éstos son los gobernantes que elegimos en la Municipalidad, en la Provincia y en la Nación para que nos resuelvan la existencia? Sí. ¿Qué existencia nos resuelven? En mi caso explicar, con un instructivo, qué hacer cuando te asalten en algún lugar, en algún momento, un día de éstos, alguien tan innominado como el señor terror. Porque lo que estamos viviendo es una situación de terror. Ni siquiera es seguro quedarse en la casa -una o dos veces por semana cuentan de alguien a quien encontraron en la casa, medio vivo o medio muerto, atado con alambre o con cintas, mientras robaban y/o lo violaban.

Cuando uno pregunta sobre estos temas a los gobernantes, los gobernantes se enojan, están nerviosos. Crispados. No es bueno. No es bueno por varias razones. La primera, porque no es bueno que de arriba hacia abajo venga una orden nerviosa o un mensaje de “tengo nervios”. Hay más de un funcionario que ha contestado mal a los movileros. Están por ahí guardadas las notas. Le han repreguntado al movilero: “¿Usted qué me quiere decir con lo que me pregunta?”.

De arriba viene una forma de comportarse que de abajo se replica y se aumenta. Cascotean a los movileros en los barrios tomados por los clanes de la droga. Basta de nervios, compañeros gobernantes. Basta de contar (me) lo que pasó. Porque para contar lo que pasó estamos nosotros, los periodistas.

Esta semana fue muy particular. El caso Mattioli conmocionó a la ciudad de Santa Fe. Explicaban lo inexplicable, finalmente reflexionaron. Más vale tarde.

En la ciudad de Rosario, el caso del arquitecto Procopio (hermano del joven colega, Pablito Procopio) sensibilizó a toda la grey periodística. Fue asesinado en mitad de la tarde. Pongámosle, a las cinco en punto de la tarde, como decía Federico García Lorca. Un auto que daba vueltas, dos tipos que se bajaron y lo mataron. Listo. En la misma sociedad donde hacía una semana estábamos con el caso del pibe Gerardo “Pichón” Escobar. Salió de un boliche protegido y autorizado y apareció ahogado. Una semana sin rastros. Recuerda el caso Franco Casco, donde la policía fue ¿según íntima convicción? la asesina. El caso Escobar, para que no se convierta en esto, tienen que resolverlo lo más pronto posible. Era un joven empleado municipal de Parques y Paseos.

No estamos en Rosario fuera del país. Claro. Por lo demás, la otra cuestión, la de fondo, es la siguiente: ¿quién da la cara por lo que está pasando? Acá, hay un desencuentro entre los que sufren y los que deben cuidarlos, los que deben darnos el pésame y los que deben alentarnos. Nadie se anima a dar el pésame por miedo a que lo insulten.

Caso límite. La Señora presidente y los radicales discuten qué camiseta tenía un joven muerto. ¿Qué sociedad es ésta, que ni siquiera se conmueve ante un muerto? Respuesta: una sociedad donde no van los representantes del pueblo a los velorios.