El Papa en el Capitolio

Por primera vez en las historias de los EE.UU. y la Iglesia Católica, un Papa habla en el Capitolio ante los congresistas, que lo recibieron con una ovación. Más aún, en diferentes momentos de su alocución, lo interrumpieron con sus aplausos y, en algunos tramos del discurso, se pusieron de pie y enjugaron lágrimas en sus rostros.

La invitación para que Francisco hablara desde el mismo lugar donde el presidente de la Nación brinda su informe anual, la realizó el congresista republicano y conservador, John Beehme. El dato debe mencionarse para relativizar las versiones circulantes respecto del rechazo de los políticos conservadores al Papa. Si bien es verdad que hay divergencias entre la cosmovisión papal y la de líderes republicanos, como también es cierto que algunas disidencias se manifestaron y que al día siguiente Beehme, que lloró a lágrima suelta durante la sesión especial, al día siguiente renunció a su cargo, también hay que decir que las expresiones de rechazo fueron minoritarias. Es que el prestigio espiritual de Francisco es tan alto, que hasta los políticos más conservadores optan por hacer silencio, e incluso, como ocurrió, algunos expresaron su adhesión a la figura del Sumo Pontífice.

Sin duda que las palabras del Papa fueron trascendentes, y de seguro la pieza oratoria se integrará a los grandes discursos brindados por los líderes mundiales en el siglo XX y lo que va del XXI. Con voz pausada, rehuyendo los recursos facilistas de la retórica, el expositor se preocupó por abordar los temas considerados fundamentales en los tiempos que corren, incluso aquellos que en los EE.UU. despiertan fuertes controversias.

En todo discurso importa lo que se dice y cómo se dice. No es una cuestión formal, tiene que ver con la capacidad del orador para conmover al auditorio. Cuando el Papa recuerda “no le temamos a los extranjeros porque la mayoría de nosotros fuimos alguna vez extranjeros”, está opinando sobre un tema urticante en el país del norte, como es la inmigración, pero al mismo tiempo lo hace refiriéndose a una experiencia histórica en la que las grandes mayorías pueden reconocerse.

“Tierra de los libres y hogar de los valientes” fueron sus palabras para referirse a una nación cuyos referentes principales son, para Francisco, hombres como Abraham Lincoln, Martín Luther King y el monje trapense Tomás Merton. A partir de allí, ninguno de los temas que hoy están en la agenda pública de los Estados Unidos fue omitido. A la defensa en términos humanistas de la inmigración y la convocatoria a solidarizarse con los refugiados, sumó la crítica a los traficantes de armas, ese formidable negociado que se perpetra sin solución de continuidad, por lo que con justeza los calificó de mercaderes de la muerte.

La perspectiva religiosa no podía faltar a lo largo de su intervención. El talento de Francisco consiste en su capacidad para tratar los grandes temas que agitan a los pueblos y a las naciones, desde lo religioso. La afirmación de la fe y del valor que se necesita para ejercerla de manera auténtica, no le impidió realizar una severa crítica al fundamentalismo religioso, un error profundo a la que ninguna religión ha podido escapar, dijo.

También hubo palabras a favor de la vida, un compromiso que exige la derogación de la pena de muerte en los EE.UU. y en el mundo, pero también sostuvo, que el derecho a la vida debe protegerse desde el momento de la concepción. Republicanos y demócratas escucharon con atención. Como se sabe, unos están a favor de la pena de muerte; otros a favor del aborto, pero en la ocasión optaron por escuchar con atención las palabras del líder máximo de la Iglesia Católica, cuya gira por la primera potencia mundial ya merece calificarse de histórica.

La afirmación de la fe y del valor que se necesita para ejercerla de manera auténtica, no le impidió realizar una severa crítica al fundamentalismo religioso.