Espacio para el psicoanálisis

La mujer no existe

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“Filosofía del tocador”, de René Magritte.

 

Por Luciano Lutereau (*)

Si el aforismo lacaniano “No hay relación sexual” indica que el acceso al Otro es fallido en el camino de la sexualidad, ¿de qué otro modo puede trazarse ese puente?

Los casos freudianos lo ilustran de la mejor manera. No se enferma de neurosis por cualquier motivo. En la causa del ser neurótico, hay una elección respecto de la posición sexuada o, mejor dicho, de la realización simbólica del sexo. Es lo que ocurre con el hombre de las ratas, en el punto en que tiene que tomar una posición ante una situación matrimonial; o incluso en el caso Dora, para quien la elección forzada transcurre entre el dejarse tomar como la mujer de un hombre o ser la “nena de papá”. En resumidas cuentas, la instancia simbólica del casamiento representaba (en pasado, porque quizá ya no lo haga en nuestro tiempo) un momento en que el sujeto debía efectuarse respecto de su sexualidad.

En el caso del varón esto es más claro todavía o, mejor dicho, la masculinidad se revela como el caso paradigmático de este movimiento: un hombre “se hace hombre” en la medida en que realiza un acto por el cual toma a una mujer como suya, aunque más no sea para perderla, dado que la elige como madre de sus hijos. En última instancia, en el corazón de la sexuación masculina, desde la perspectiva de Lacan, está el acontecer de la paternidad. Éste es el sentido de otra célebre referencia lacaniana, en la clase del 21 de enero de 1975 (en el seminario RSI): “Un padre no tiene derecho al respeto, ni al amor, más que si el supuesto respeto y el supuesto amor, están ‘perversamente’ orientados, es decir, hace de una mujer el objeto que causa su deseo”.

Que este movimiento, que va desde la posición fálica (infantil y feminizada) hacia la castración que introduce la paternidad (en tanto se toma lo que se pierde, para perderlo, pero de un modo en que esa pérdida es causa de deseo), sea por lo general sintomatizado no le quita un vector estructural. La realización simbólica del sexo es un acto imposible. La paternidad no quiere decir que alguien se convierta en padre, sino que es atravesado por un acontecimiento que lo destituye como sujeto. A lo sumo luego habrá modos narcisistas de recuperar algo de esa destitución, a través del orgullo, la historia, el linaje, etc.

Ahora bien, ¿qué equivalente de esta exigencia simbólica encontramos en el caso de la mujer? La respuesta freudiana es conocida: la maternidad. Sin embargo, por esta vía se instala la perversión de lo femenino, eso que Lacan llamaba el “servicio sexual”, por el goce al que el niño sirve. Otra posición femenina (en el sentido de otra toma de posición respecto del Otro sexo) la encontramos en la histeria, pero esta vez respecto del deseo. ¿Qué quiere una mujer?, es la pregunta histérica que, en todo caso, eleva al estatuto de síntoma que no haya un acto que realice el ser femenino como sí lo hay en el caso de la masculinidad. Lo femenino se dice de muchas maneras, hay modos diferentes de responder a ese enigma que es tal porque no hay una efectuación posible.

De esta manera, el hombre queda confrontado con una realización (de lo) imposible, mientras que en el campo de lo femenino encontramos una derivación de lo contingente, un conjunto abierto, dado que no hay asunción de La mujer. Por eso, la otra cara de la máxima “No hay relación sexual” radica en que afirmar que “La mujer no existe”.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como docente e investigador. Autor de varios libros, entre ellos: “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.