elecciones 2015

El día que la sociedad dijo basta

por Gustavo J. Vittori

En las democracias, la última palabra la tiene el pueblo. Y ayer dijo basta. Por el incremento porcentual de votantes, es evidente que muchos hastiados de la política y gente entrada en años que no habían acudido a la cita cívica de las Paso, esta vez dijeron presente.

Sin que un gobierno narcisista lo advirtiera, un proceso silencioso se producía en el interior de la sociedad, y cada exceso cotidiano de Cristina, cada agravio del oficialismo, cada ninguneo del “otro”, le daba impulso. La corriente subterránea ganaba fuerza sin que los encuestólogos de superficie lo percibieran en su real magnitud.

En los últimos meses, sin anuncios formales pero con efectiva determinación, la presidente lanzó una nueva fase del “vamos por todo” expresada en la masiva colonización de la administración central, de numerosos organismos del Estado, el Poder Judicial y el futuro Congreso de la Nación, con acólitos del cristinismo puro y duro. La jugada tenía el doble propósito de cubrir la retirada y condicionar los movimientos del próximo presidente de la república. La herencia política sería un corsé de hierro. Una administración colmada de militantes en las oficinas y sin un peso en el tesoro, vacío de divisas y abundante de títulos con promesas de dudoso pago.

La ciudadanía, entre tanto, parecía haber perdido tonicidad política. Después de enormes manifestaciones de protesta sin respuesta alguna por parte del poder, se veía aletargada, moralmente vencida ante un gobierno que, por añadidura, paga cada mes a nivel país y a los simples mortales la friolera de más de 18 millones de cheques (y de ellos, un millón cincuenta mil en la provincia de Santa Fe: sueldos, pasividades, asignaciones, planes, etc.). ¿Cómo hacer desde el llano para enfrentar semejante dispositivo de poder real?

Sin embargo, la historia interviene a su manera moviendo fichas impensadas. Por ejemplo, el “descubrimiento” de la cadena nacional como herramienta de propaganda gratuita por parte de Cristina, se terminó convirtiendo en un arma de doble filo, ya que el exceso comunicacional produjo empacho social.

Por otra parte, el escándalo electoral de Tucumán, que como estaba previsto no cambiaría el resultado final, tuvo un importante costo político para el oficialismo y, sobre todo, encendió las alertas sobre la inminente elección presidencial, lo que produjo un inédito ajuste del control comicial que asfixió las hipótesis de fraude.

A su vez, el discurso de campaña de Scioli caminaba todo el tiempo por la cuerda floja. Es más, sus dos ejes principales auguraban que, con su mandato, la Argentina daría un salto hacia el desarrollo nacional (afirmación que lleva implícito el presupuesto de que hasta ahora no lo hay) y que su victoria sería la de todos (y no la de un sector). Es cierto que esas afirmaciones eran compensadas con zalemas diversas hacia lo construido por Néstor y Cristina, pero que no alcanzaban a disimular diferentes visiones de fondo. Para colmo, en los últimos días y ante presiones de la presidente y los sectores que la apoyan sin beneficio de inventario, Scioli introdujo y acentuó en sus discursos de campaña grageas del kirchnerismo que satisfacen a su tropa pero espantan a gran parte de los argentinos. Al cabo, ni chicha ni limonada. Y ahora, un resultado de alto impacto político con todo lo que significa respecto del futuro inmediato.

En suma, los números dicen que la amplia victoria pronosticada por el sciolismo se redujo a un pescuezo, y que los principales distritos electorales, económicos y culturales de la Argentina: provincia de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, provincias de Santa Fe, Córdoba y Mendoza, han quedado en manos de la oposición al kirchnerismo. Además, que el buen resultado electoral de Omar Perotti en Santa Fe se explica por su perfil de político racional, dialoguista y productivista que abreva en el peronismo tradicional. Lo contrario fue la afrenta que, en la provincia de Buenos Aires, representó para la ciudadanía la fórmula de Aníbal Fernández y Martín Sabatella, provocadores profesionales designados por Cristina que mordieron el polvo de una sorprendente derrota a manos de una joven mujer: María Eugenia Vidal, la candidata del PRO, vector elegido por la sociedad para castigar la desmesura de un gobierno sin límites.

Sin que un gobierno narcisista lo advirtiera, un proceso silencioso se producía en el interior de la sociedad, y cada exceso cotidiano de Cristina, cada agravio del oficialismo, cada ninguneo del “otro”, le daba impulso.