El incidente literario

Tragedia griega II: El agón de Antígona y Creonte

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Los héroes trágicos asumen su destino y no se proclaman inocentes, van hasta el final de las consecuencias de sus actos. Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago De Luca

La tragedia Antígona de Sófocles continúa la trama mitológica de la casa de Layo. El terrible agón entre Creonte y Antígona influyó a lo largo de los siglos en la cultura occidental. Muchos escritores interpretaron, en su contexto, esta obra. Pensemos en Hölderlin, quien realizó una traducción de esta tragedia con anotaciones antes de sumergirse en los años “de locura”. Hegel señaló que lo trágico reside en el hecho de que, enfrentados, tanto Antígona como Creonte tienen razón. Antígona tiene sus motivos para enterrar a su hermano y Creonte los suyos para mantener el orden en la polis prohibiendo esas honras fúnebres. Se ha señalado que lo trágico reside en un contraste insalvable en el que no hay conciliación posible. Sófocles no tiene piedad con sus personajes y no condesciende al acuerdo, al final que arregla el desarreglo. Antígona no se aviene a las leyes y Creonte no puede sino hacer cumplir su edicto. Los dos están perdidos y caminan hacia su destrucción más allá de sus fuerzas.

Hay una idea fatalista que atraviesa las diferentes tragedias griegas: la divinidad envía sufrimientos mayores de los que se pueden soportar. Sin embargo, el héroe trágico camina de la mejor manera que puede su camino, aun no pudiendo modificar su destino. El carácter obstinado de Antígona, heredado de su padre, está a la altura de este universo implacable. El tiempo fue construyendo de manera gradual pero de hierro la telaraña de esta tragedia. Después de la muerte de Edipo, sus dos hijos se disputaron el poder. Polinices atacó la ciudad defendida por Eteocles. Los dos murieron en la batalla y Creonte, su tío, tomó el poder y ordenó un enterramiento con todos los honores para Eteocles, pero prohibió enterrar a Polinices. Antígona desafiará la ley de la polis e intentará enterrar a su hermano. Una vez descubierta es condenada a muerte. Los héroes trágicos asumen su destino y no se proclaman inocentes, van hasta el final de las consecuencias de sus actos: “Creonte: —Eh, tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo, ¿confirmas o niegas haberlo hecho? Antígona: —Digo que lo he hecho y no lo niego. Creonte: —(...) ¿sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacerlo? Antígona: —Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto”.

Antígona actúa con conciencia y, como hizo su padre cuando aceptó el destierro, no alega ignorancia en su defensa. Ella sabía que sus acciones implicarían su muerte. Y por eso no hay lamentos y está cerca de celebrar su suerte. “Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar”.

El agón continúa y Creonte le recuerda que ella conocía que transgredía las leyes establecidas. Luego se desarrollan los argumentos con más intensidad, violentando las palabras que se abren en un sonido furioso y rítmico. Creonte sostiene que no se puede honrar al hermano impío, a quien quiso asolar su ciudad, igual que al que murió defendiendo la ciudad. Antígona le recuerda que no era un siervo, sino un hermano, el que murió. Aquí estamos encerrados en este círculo que no se puede conciliar. La tragedia no es un diálogo dialéctico que a la lógica de la tesis y la antítesis cierra una síntesis. Aquí las posiciones son irreconciliables. Casi como un militar contemporáneo Creonte dice: “El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera”. Antígona responde: “Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor”. En este diálogo escrito en el siglo V antes de nuestra era tenemos condensando todo lo que hay en el ser humano, su capacidad de matar y su capacidad de tocar el violín y hacer música con las palabras.

Es un error ver en Creonte un simple dictador. Esto sería una lectura lineal, anacrónica y anularía el componente trágico porque sería un texto de denuncia y no una tragedia griega donde nos encontramos con caminos irreconciliables. Con Sófocles comienza de forma significativa el camino de la construcción de la conciencia en la literatura. Poco o poco la escritura va desplegando esas palabras que hay en el interior de las personas. En un momento Antígona duda, no de realizar su acción, pero sí en el hecho de que toda la verdad esté de su lado. Se pregunta a ella misma y, con este gesto, ahonda en la elaboración de la conciencia: “¿Qué derecho de los dioses he transgredido? ¿Por qué tengo yo, desventurada, que dirigir mi mirada ya hacia los dioses? ¿A quién de los aliados me es posible apelar? Porque con mi piedad he adquirido fama de impía. Pues bien, si esto es lo que está bien entre los dioses, después de sufrir, reconoceré que estoy equivocada. Pero si son éstos los que están errados, ¡que no padezcan sufrimientos peores que los que ellos me infligen injustamente a mí!”

La tragedia no se hizo para celebrar la victoria como la épica. Estas tragedias indagan con toda la fortaleza que es posible el destino y los abismos de los hombres. Desde la Odisea se sabe que los dioses envían desgracias y males para que las futuras generaciones tengan algo que cantar.