SOBRE LA OBRA DE EMILY BRONTÓ

La cumbre más borrascosa

Por Nilda Somer

Alguien las llamó “esas inglesas locas”, escritoras excéntricas que cubren con novelas extraordinarias el panorama literario del siglo XIX. Leídas hoy, hay dos por lo menos que se revelan geniales y tan ineludibles como lo mejor de Flaubert, de Tolstoi y de Dostoievski: “Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë, y “Middlemarch”, de George Eliot.

“Cumbres...” y Emily Brontë constituyen el mayor misterio. Son la novela y la escritora más locas. Incluso para nuestro tiempo, que se regodea en el aplauso de las transgresiones más rebuscadas, todas permitidas y, por lo tanto, en cierto grado inocentes. Leyéndola hoy tenemos la misma impresión que nos dan algunas obras y biografías de la mal juzgada era victoriana, la impresión de que se estaba entonces más libre que hoy. Pasolini lo decía a propósito de las supuestas oscuridades y represiones de la Edad Media y de la Roma de los Papas: aquello tiempos, aseguraba, eran más afectos a la búsqueda del goce y de la felicidad.

Victoria Ocampo, en un notable ensayo sobre Emily Brontë, nos recuerda que “Cumbres...” se publicó en diciembre de 1847, un año antes de que muriera su autora, y que fue muy mal recibida por la crítica. Sus personajes siguen siendo tan abominables, espantosos, desenfrenados y entrañables como resultaron en aquel momento. Extremadamente contradictorios, como el retrato de Emily que pinta Somerset Maugham: “Era dura, dogmática, porfiada, hosca, colérica; y era devota, respetuosa, industriosa, impasible, paciente y tierna (...). En su timidez había tanto apocamiento como arrogancia. El genio de Emily era imprevisible y sus hermanas parecen haberle tenido miedo”.

De esas hermanas, Charlotte, que había publicado con gran éxito su novela “Jane Eyre”, se sintió obligada, tras la muerte de Emily, a dar alguna explicación sobre las barbaridades de “Cumbres...”, y creó así el mito de una escritora irreflexiva e ingenua, atrapada en el páramo inculto e inclemente donde se había criado. La verdad es la opuesta: la estructura de la novela es compleja y virtuosa, Emily era una fina y educada poeta, y el municipio industrial de Haworth donde vivió y murió no estaba en absoluto aislado culturalmente.

No hay en esta novela la mínima consideración por los problemas sociales y atención a las correcciones o incorrecciones políticas (a diferencia de “Jane Eyre”, de Charlotte, o de “La inquilina de Wildfell Hall”, de la otra hermana, Anne, que bregaban por una reivindicación feminista). En su creación de un universo aislado, Emily se permite la fusión de la novela gótica y del realismo más exacerbado, de la ensoñación romántica y el melodrama, nadando en aguas que no evitan los oleajes de tabúes ancestrales como el incesto o la necrofilia. Extrañamente, no se ha señalado que toda la vitalidad narrativa y las proezas técnicas y la polifonía de “Cumbres...” la individualizan como un puntual antecedente de un autor clave de la literatura contemporánea y de la literatura de toda América, William Faulkner, maestro de los más grandes escritores latinoamericanos: de Rulfo a Borges, de García Márquez a Onetti. Incluso la creación de míticos locus como el condado de Yoknapatawpha, Santa María, Macondo o las orillas de los compadritos de Borges, y el vértigo genealógico de los Sartoris, los Sutpen, los Compson, los Buendía reconocen su origen en la meseta sometida a los tumultos atmosféricos del lugar llamado justamente “Cumbres...”, y en la confusión de generaciones y nombres (como los que se producen con Catherine Earnshaw, Catherine Heathcliff y Catherine Linton).

“Cumbres...” es una lección de libertad en una época en la cual los narradores se someten a proyectos y reglamentos antes de comenzar a escribir sus obras. Es, sobre todo, un ejemplo de cómo una obra maestra puede mantenerse incontaminada a pesar de las varias torpes versiones cinematográficas y teatrales; de radiografías psicoanalíticas y de análisis destripadores.

Extrañamente, no se ha señalado que toda la vitalidad narrativa y las proezas técnicas y la polifonía de “Cumbres...” la individualizan como un puntual antecedente de un autor clave (....), William Faulkner.