editorial

Cuando la transgresión es la regla del juego

  • Las muertes en Costa Salguero y la tragedia de Cromañón tienen numerosos puntos en común.

Los accidentes existen. Sin embargo, no se puede hablar de imprevistos cuando los que deben velar por el cumplimiento de las normas son conscientes de los indicios que pueden desembocar en un hecho trágico, y nada hacen para torcer el rumbo.

O, lo que es peor, cuando se corrompen y terminan generando o avalando las circunstancias propicias para el desastre y la pérdida de vidas.

La historia reciente de la Argentina está plagada de desgracias que, probablemente, pudieron ser evitadas si se hubiese actuado a tiempo ante la flagrante violación de las reglas.

El caso más reciente fue el de las muertes de cinco jóvenes que habían ingerido drogas de diseño durante una fiesta electrónica organizada en Costa Salguero, Buenos Aires.

El fiscal federal que interviene en la causa acaba de señalar que en esta tragedia hay un triángulo de responsabilidades que incluye al concesionario del predio, la empresa organizadora y la que abastecía de bebidas. Y que sólo fue posible gracias a la complicidad de miembros de algún organismo del Estado.

Respecto de la responsabilidad estatal, advirtió sobre las conductas de inspectores municipales y miembros de la Prefectura Naval. Unos y otros parecen haber mirado hacia otro lado de manera intencional.

Lo sucedido aquella noche no fue un hecho aislado. El consumo de este tipo de drogas en fiestas electrónicas, la manipulación en el expendio de agua potable y el ingreso de más personas que lo permitido, eran una suerte de secreto a voces desde hace demasiado tiempo.

Todos lo sabían. Incluso los jóvenes y adultos que conscientemente deciden participar de estas fiestas en esas condiciones e ingerir este tipo de drogas, asumiendo los riesgos que eso implica. Tarde o temprano, la tragedia iba a suceder.

El 30 de diciembre de 2004, se produjo en el local República Cromañón un verdadero desastre. Esa noche, mientras el grupo de rock Callejeros realizaba su presentación, entre los asistentes se dispararon bengalas que terminaron generando un infierno que le costó la vida a 194 personas.

Salvando las distancias, aquel caso también fue una muestra clara de cuáles pueden ser las consecuencias cuando las reglas se violan de manera flagrante.

La investigación posterior permitió corroborar que el local estaba repleto de materiales inflamables, que el número de personas presentes excedía largamente su capacidad, que las salidas de emergencia estaban obstaculizadas y que se habían pagado sobornos a policías federales y a inspectores de la ciudad de Buenos Aires.

En definitiva, ambos hechos -que desembocaron en tragedias- dejan al desnudo a una sociedad corrompida desde sus raíces y acostumbrada a la transgresión permanente.

Nadie puede alegar ignorancia frente a estas circunstancias. Todos sabían lo que estaba sucediendo. Especialmente, aquellos en quienes recae la responsabilidad de ejercer los controles. Por acción u omisión, existen responsabilidades compartidas que no se pueden negar.

Tarde o temprano las desgracias iban a ocurrir. Es el riesgo de no actuar a tiempo y de hacer de las transgresiones a las normas verdaderas reglas del juego.

Por acción u omisión, existen responsabilidades compartidas que no se pueden negar.