El incidente literario
El incidente literario
La tradición literaria de la payada

El escritor español Luis García Montero viajará a Santa Fe para sostener un diálogo poético. Seguramente encenderá el lenguaje con la chispa de su palabra; el diablo encarnado en un gitano decidor de versos. Habrá payada una vez más. Foto: Archivo El Litoral
Santiago de Luca
Ligada a la oralidad y a sus movimientos verbales -tensiones-, surgió en la extensión de la Pampa la payada. Este diálogo poético responde a una necesidad íntima porque fenómenos parecidos se dieron en los lugares. Desde la antigua poesía árabe, donde las justas poéticas unían a las tribus del desierto, a los trovadores provenzales, hubo a lo largo del tiempo conversación en formato de desafío poético con improvisación. También en el origen pero de nuestra literatura encontramos la ficcionalización de una payada en la escritura. En la segunda parte, conocida como “La vuelta”, se cuenta la payada que sostuvo Martín Fierro con el hermano del negro que mató en un cruce de cuchillos. Por lo tanto, se sugiere que la disputa verbal es la continuación de la pelea física por otros medios. La violencia en el origen de la cultura. Los hechos se van mostrando gradualmente. Un hombre llega, sin mayores explicaciones, y desafía a Martín Fierro. Lo que importan son los detalles: “Era fantástico el negro,/ y para no dejar dudas/ medio se compuso el pecho. / Todo el mundo conoció/ la intención de aquel moreno,/ era claro el desafío/ dirigido a Martín Fierro”. Pero Martín Fierro no desconoce la técnica: “A un cantor le llaman bueno,/ cuando es mejor que los piores./ Y sin ser de los mejores,/ encontrándose dos juntos/ es deber de los cantores/ el cantar de contrapunto”. Lo demás se sabe. Preguntas generales. Cuál es el canto del cielo, cuál el de la tierra, del mar o el de la noche. Respuestas generales. Pero del choque de las palabras surge la verdad de lo que se había escondido. “Y suplico a cuantos me oigan/ que me permitan decir,/ que al decidirme a venir/ no solo jué por cantar,/ sino porque tengo a más/ otro deber que cumplir”. La voz del moreno es la voz de la conciencia: “Y si otra ocasión payamos/ para que esto se complete,/ por mucho que lo respete/ cantaremos si le gusta/ sobre las muertes injustas/ que algunos cometen”. Pero ya no se buscar pelear. En el choque de palabras, se agotó el impulso agresivo.
Alrededor de 1877, Rafael Obligado compuso su “Santos Vega” donde se despliega poéticamente una payada y el mito que la tradición popular había tejido alrededor de este gaucho que payó contra el diablo. El libro está dividido en cuatro partes. I. El alma del payador. Se habla de una sombra doliente que atraviesa la pampa. II. La prenda del payador. III. El himno del payador. IV. La muerte del payador. Conviene detenerse en esta última parte donde se produce el duelo. Santos Vega está bajo un ombú “en el amplísimo asiento que la raíz desparrama”. Un jinete se acerca y desafía al gaucho. Siempre hay alguien desconocido que viene a disputar el poder de las palabras. “Por fin, dijo fríamente /el recién llegado, estamos/ juntos los dos, y encontramos/ la ocasión, que éstos provocan/ de saber cómo se chocan/ las canciones que cantamos”. Tal vez sólo en el adverbio “fríamente” podemos empezar a intuir con quién se va a payar. Dicen, porque todo esto fueron cosas orales, que se escuchó una música nunca oída entre estos dos gauchos que alargaron las horas de dos días con una payada infernal hasta que con precisión de artista Santos Vegas comprendió que había llegado su hora y aceptó su derrota. “Y si cantando murió/ aquel que vivió cantando,/ fue, decía suspirando, / porque el diablo lo venció”. Por la literatura gauchesca y los informes de amigos nocturnos sabemos que contra ese señor, experto en los matices del azufre y los versos octosílabos, nadie la taya. De toda esta escena, podemos rescatar la imagen del choque de las canciones que se cantan y el diálogo poético que desencadena el ritmo de las palabras.
Leopoldo Lugones no payó, pero reflexionó sobre la payada en el libro “El payador”. Habla de hombres sentenciosos, inclinados a las aseveraciones que formulan la irrevocabilidad del destino. La pulpería aislada en la pampa como una barcaza en el mar. “Tratábase de certámenes improvisados por los trovadores errantes, o sea las payadas en que se lucían los payadores. El tema, como en las églogas de Teócrito y de Virgilio, era por lo común filosófico, y su desarrollo consistía en preguntas de concepto difícil que era menester contestar al punto, so pena de no menos inmediata derrota. El buen payador inventaba, además, el acompañamiento recital de sus canciones, y aquellos lances duraban a veces días enteros”. A su vez, Lugones cuenta que un tal Serapio Suárez se ganaba la vida recitando el Martín Fierro en los ranchos. No tenía otro oficio.
¿Murieron los payadores para siempre? No lo sé. Sin embargo, el mismo deseo habita en los conversadores nocturnos de los bares. Siempre habrá confabuladores nocturnos. Bioy Casares decía que los escritores descendían de la estirpe de esos hombres que en El Cairo contaban, por unas monedas, historias. Una de las posibles etimologías de la palabra payada proviene del caló andaluz “payo” que significaría campesino. Tal vez por esto un poeta de Granada debería ser buen payador. Este jueves el escritor español Luis García Montero aceptó el reto. Viajará desde Granada a Santa Fe para sostener un diálogo poético. Seguramente, encenderá el lenguaje con la chispa de su palabra; el diablo encarnado en un gitano decidor de versos. Habrá payada una vez más.