“El invisible”

Una novela china

16-GEFEI.jpg

Ge Fei, autor de “El invisible”, recientemente publicada en castellano. Foto: Archivo

 

Por Enrique Butti

¿Por qué hay tanta gente empecinada en ser artista o adoradora del arte, a pesar de que un dudoso talento, una formación inadecuada o la mala suerte busquen con ahínco desahuciarla?

Quizás esta fantasía se aproxime a una respuesta: tras el Juicio Final, los artistas y sus cultores son instalados en un gigantesco teatro. Por el escenario desfilan el aedo Homero, el payaso Plauto, el embadurnado Giotto, el tecladista John Lennon... En la platea, sin quedarse quietos en sus asientos, se pasean el egocéntrico Dalí, la pizpireta Isadora Duncan, la bajoneada Virginia Woolf... En los palcos, encerrados en sus torres de marfil, Emily Dickinson, Marcel Proust...

Y así hasta llegar allá arriba, donde por el tesón de habérsela creído nomás, está accatastata la enorme hueste de estetas que en el mundo han sido. Ya Dante nos advierte que aunque en el Cielo existan jerarquías, a nadie se le ocurriría quejarse o envidiar a quienes terminaron más próximos a la Luz; de manera que allí están los tesoneros estetas, en el Gallinero, felices, compartiendo la eternidad con las mentes más sensitivas de la humanidad.

Este preámbulo atañe a la lectura en estas tierras de la novela “El invisible”, del chino Ge Fei, que acaba de publicar en castellano Adriana Hidalgo. Porque de aquel Paraíso que nos espera a los adictos al arte, un buen anticipo tenemos en este valle de lágrimas, y ese anticipo radica en el asombroso milagro de que lo dicho -ni siquiera escrito- tres mil años atrás, o lo que Cervantes escribió quinientos años atrás, nos sigan hablando al oído. No menos asombroso resulta que una novela como “El invisible”, escrita por un autor nacido en Dantu, República Popular China, en 1964, y radicado en Pekín nos conmueva por su cercanía estilística y espiritual.

El narrador de la novela es el pequeño hombre medio universal, mediocre, invisible, olvidado de toda historia. Vive en Beijing, es artesano -técnico del hi-fi, fabrica amplificadores- y las cosas en el negocio -y sobre todo en el amor- no le han ido bien (su madre, visionaria, se lo predijo, así como después, a punto de morir, le vaticina que una verdadera esposa lo espera en su vida). Al parecer elige para sí todo lo que no le conviene. Pero a su manera es un héroe, porque lo guía la honestidad, el renovado estupor frente al mal y la sinceridad (detesta por ejemplo el discurso de los profesores e intelectuales que requieren de su trabajo, algunos porque predican siempre catástrofes y otros porque al contrario sostienen que están en el mejor momento y todos en el mundo esperan que China vaya a rescatarlos).

A los 48 años lo encontramos en un momento crítico. Su hermana lo conmina con artimañas a que le deje la casa en la que está viviendo. Su único amigo se niega a hospedarlo. Y entonces se decide a responder al pedido de un misterioso millonario -un mafioso seguramente, ante quien todos se inclinan- que busca “el mejor equipo de audio del mundo”, y a partir de ahí sobreviene el desenlace de la narración.

Todo con un tono de ingenua confesión, llena de vigor, de situaciones y personajes vivaces, con solapada pero firme ironía respecto del comunismo imperante (para no ser menos que su amigo, por ejemplo, el narrador se inscribe en la Universidad Vocacional Bandera Roja y se anota al azar en la carrera de economía marxista, pero sólo logra seguir con esfuerzo la materia Lengua y Literatura para Universitarios antes de tirar la toalla). Si resultara útil estampar un rótulo que asociara esta novela con alguna corriente y con autores occidentales podría hablarse de minimalismo, siempre que acordáramos que lo mejor de esta corriente corresponde a autores que no se ajustan a lo que dictamina la convención, autores tan disímiles como Bohumil Hrabal, Sherwood Anderson, J.D. Salinger o Felisberto Hernández.

Esta reseña comenzó hablando de las dichas que ofrece en la Tierra el Paraíso del arte. Va a terminar ahora con una manifestación de entusiasmo de quien hace mucho tiempo que ninguna narrativa de su propia cultura, lengua y nación le concedía una cercanía sensible y encantada como esta novela llegada casi de otro planeta.