Educar, un desafío de estos tiempos

Por Elda Sotti de González

No podemos negar que culmina un año difícil. Los resultados de las evaluaciones llevadas a cabo en los últimos tiempos, revelan un pronunciado retraso en el nivel de conocimientos de los alumnos. Expertos en educación afirman que hoy la crisis es profunda: escaso o nulo acercamiento a la lectura, falencias en la interpretación, ausencia de técnicas de estudio y deserción escolar, entre otras dificultades.

Conviene aclarar que el objetivo fundamental de la escuela moderna argentina era transmitir la cultura. El docente aparecía como dueño de un discurso que incluía finalidades precisas: cultura homogénea, distribución de saberes sobre la base de la razón. La población se encaminaba así hacia el orden y el progreso.

Varios fueron los motivos que, ya en la posmodernidad, provocaron una ruptura con el proyecto anterior: la familia y la escuela -que otrora cumplían un rol protagónico- se enfrentaron de pronto a un excesivo consumo de imágenes y la palabra escrita perdió parte del valor adquirido en la modernidad. Los sistemas educativos se vieron sobrepasados por el vertiginoso ritmo del desarrollo científico y tecnológico, pasando a ocupar éstos un sitio de privilegio como alentadores de la producción. Esto generó un desarrollo desigual y trajo consigo una profunda fragmentación de la sociedad, con la presencia de diversos discursos, movimientos sociales y problemáticas transversales que se incrementaron con el transcurrir del tiempo. Familias desmembradas, hijos desprotegidos y muchos atrapados por los azotes del alcohol y la droga. La violencia se instaló en la sociedad y encontró también el resquicio por el que logró penetrar en muchos ámbitos escolares, alterando el funcionamiento institucional: conflictos de integración, la despreciable práctica del bullying, niños portando armas, vandalismo, en fin, hechos que nos han llenado de estupor. Se resintió, en muchos casos, la relación de los padres con los docentes, pero también la relación de los padres con los hijos. El personal de las instituciones escolares vio de pronto deteriorada su autoridad.

Aunque muchas veces un estado de impotencia interfiera en esa pasión que lo anima, es el docente quien, ante los inconvenientes que hoy sufre la sociedad y que repercuten en el aula, debe afrontar el desafío que comporta educar.

La lectura de la obra “En la escuela hoy” de Philippe Meirieu, en mi opinión, resulta de sumo interés. Allí, el autor habla de la educabilidad y entiende que nadie puede enseñar sin postular que el otro que está frente a él es educable. Dice: “No debo desistir porque es el postulado que alimenta mi inventiva pedagógica y didáctica. (...) Gracias al aguijón extraordinario que representa, no me canso de imaginar nuevos métodos para hacer retroceder el fracaso y combatir todas las formas de fatalidad”.

Quizás a partir de una actividad dinámica y colaborativa se logre robustecer una sana convivencia en el aula. Tal vez así la apatía y ese afán de hostigar que suele aparecer como fenómeno inexplicable, poco a poco se vayan disipando para dar paso a un aprender con otros, creativamente, solidariamente, inaugurando al mismo tiempo espacios para la autonomía, la libertad y el fortalecimiento del espíritu crítico. Ese dinamismo podría surgir a partir de una situación problemática que ofrezca un centro fecundo, movilizador, que active las mentes, promueva aprendizajes significativos y permita la adquisición de competencias básicas para seguir aprendiendo toda la vida. La heterogeneidad presente en el aula y las experiencias previas favorecerían una auténtica actividad de diálogo, de intercambio, de esfuerzo compartido. Quienes se atreven a soñar, a imaginar como posibles ciertas cuestiones que hoy no lo son, también merecen ser atendidos.

Brindar a los estudiantes la oportunidad de interiorizar valores que les facilitarán la construcción de un proyecto de vida para el futuro sobre la base de la dignidad, entiendo que es el mayor desafío que enfrenta el educador. Complejo, no caben dudas. Pero vale la pena perseverar, intentando desde las aulas, aun aquello que se perfila como casi imposible, sin olvidar que el afecto, el estímulo y la alegría son sumamente importantes.

Aunque muchas veces un estado de impotencia interfiera en esa pasión que lo anima, es el docente quien, ante los inconvenientes que hoy sufre la sociedad y que repercuten en el aula, debe afrontar el desafío que comporta educar.