Tribuna sobre periodismo

Estar por encima de la presión de los “amigos” y la insidia de los “enemigos”

19_lucas cejas.jpg
 

Por Alfredo F. Laría (*)

DyN

La dicotomía “amigo-enemigo” ha sido considerada tradicionalmente como uno de los rasgos característicos del discurso populista. En realidad, el autor de este antagonismo imaginario fue Carl Schmitt, un ideólogo que a pesar de su radicalismo y su apoyo al nazismo, conserva cierta actualidad. Es interesante señalar que para Schmitt, esa dicotomía era constitutiva de todo el espacio político, de modo que contaminaba al conjunto de la política y no era un rasgo específico de una ideología en particular.

Ahora, que el “enemigo” kirchnerista ha desaparecido prácticamente del escenario político y opera como elemento residual de la política argentina, afloran nuevas contradicciones. Al frente del gobierno hay un nuevo presidente, respaldado por una novedosa alianza política, en la que se entremezclan figuras de variada procedencia. Como resulta normal en todo gobierno que se estrena, se producen errores -algunos de grueso calibre- que, como ha reconocido el propio presidente Mauricio Macri, obligan a “volver a foja cero” algunos asuntos mal gestionados.

Frente a este nuevo cuadro de situación, se van configurando, de modo espontáneo, nuevos clivajes políticos. Algunas personas o grupos, que han sido objeto de ataques arbitrarios y fueron tratados con especial saña por los gobiernos del matrimonio Kirchner, temen un retorno del populismo y, por consiguiente, son condescendientes con los errores del gobierno y tienden a exculparlo asignándole una buena fe que no debe ser discutida. Por el contrario, otras personas o grupos, que aspiran a un verdadero cambio republicano y ansían que se instale definitivamente una cultura del respeto a la ley, no pueden contemplar con la misma indulgencia los actos oficiales que parecen dar continuidad a la tradicional “viveza criolla” de nuestra sociedad.

Esta tendencia, a veces inconsciente, de calibrar la actuación de los “amigos” con una diferente vara de medir a la que usamos para medir las acciones de nuestros “enemigos”, no debe sorprender a nadie. Forma parte de la naturaleza humana porque está inscripta en una cultura milenaria vinculada a los comportamientos de nuestros ancestros, los colegas simios, que libraban luchas por el poder o el sexo de la misma letalidad que las nuestras. En este sentido, se puede decir que la sociobiología ha acudido, sin percatarse de ello, a apuntalar las tesis teológico-políticas de Carl Schmitt.

La circunstancia de que la empatía forme parte de nuestra naturaleza antropoide debe congratularnos, porque nos permite considerar como “rasgos humanos” la consideración por la suerte de los demás y el dolor por el sufrimiento ajeno. Pero, la identificación grupal es también responsable de la xenofobia y el racismo que, en el caso de los homo sapiens, al combinarse con una desarrollada capacidad tecnológica, puede elevar los niveles de violencia a un nivel “inhumano”. De esta circunstancia ofrece crudo testimonio la cifra de 64 millones de muertos que produjeron en el siglo XX las dos grandes guerras mundiales. El problema reside en nuestra naturaleza afectiva. Las reglas morales nos pueden dar criterios generales sobre lo que desde una perspectiva racional consideramos bueno o malo, pero luego, a la hora de actuar o decidir, las emociones se imponen sobre las normas morales. Nuestra empatía o simpatía es más fuerte y nuestras opiniones racionales sobre la realidad son deconstruidas y reconfiguradas para adaptarlas a una visión más amigable con nuestros deseos. Como decía el poeta, “en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

Desde una perspectiva republicana, la aspiración a conseguir mayores cuotas de autonomía e imparcialidad, superando los condicionamientos sociobiológicos, opera en algunas esferas que cumplen ciertos roles institucionales. En un sentido amplio, es posible referirse tanto al Poder Judicial como a los medios de comunicación, puesto que en las democracias modernas, ambas esferas cumplen el rol de contrapoderes que pueden poner límites al poder más fuerte, que en las democracias presidencialistas reside en el Ejecutivo. De modo que es comprensible que en estos espacios aumente la exigencia de comportamientos éticos invulnerables a las presiones que pueden provenir desde el poder político o desde el poder económico.

Por otra parte, todos los actores o protagonistas en estas esferas del contrapoder, deben hacer un esfuerzo especial para librarse de las presiones a las que son sometidos por los “amigos” del poder. De ningún modo, deben ceder al chantaje emocional de los que piden una mirada laxa sobre los acontecimientos porque los “enemigos” acechan. Aunque resulte en ocasiones difícil mantener una visión imparcial por las características emocionales de nuestra naturaleza y aunque eso tampoco libere del riesgo del error, hay que ser exigentes y no cejar en ese empeño.

El kirchnerismo siempre cultivó la idea de que ésa era una tarea destinada al fracaso. Como heredero de la visión marxista-leninista que dividía a la sociedad en clases sociales, se estaba con el pueblo y los trabajadores o se apoyaba a la oligarquía. En ese enfrentamiento radical no había espacio para las actuaciones independientes, liberadas de los prejuicios de clase. La pertenencia a una clase social determinaba la forma de pensar y de obrar.

Sin embargo, la realidad ofrece todos los días manifestaciones de independencia crítica. Un ejemplo es la reciente investigación del periodista Hugo Alconada Mon, quien ha develado las cinco transferencias realizadas por un habitual cambista de Odebrecht, condenado por la Justicia brasileña en el Lava Jato, a favor del titular de la Agencia Federal de Inteligencia, Gustavo Arribas. Es obvio para todos que ni el periodista ni el medio en el que se publicó la información (La Nación) pueden ser considerados “opositores”. Justamente, en esa capacidad para estar por encima de la presión de los “amigos” y de la insidia de los “enemigos”, se realiza la frágil labor del periodismo.

Sería un error pensar que la dicotomía “amigo-enemigos” es una excrecencia del kirchnerismo, ya que está inscripta en nuestra naturaleza política y se hace presente en todas las formaciones políticas. En este juego de roles intercambiables, que forman la trama compleja de nuestras sociedades democráticas, algunos tienen asignada la difícil e insobornable misión de asumir y defender la imparcialidad. No es tarea sencilla y suele provocar algunos sinsabores.

(*) Es periodista y abogado.