La matriz del infierno

Por Augusto Munaro

Joaquim de Souza Andrade -o Sousandrade (1833-1902)- probablemente sea el escritor brasileño más innovador y menos comprendido del siglo XIX. Un ejemplo vivo de renovación del lenguaje. Razón por la que se lo tildó de loco, muriendo en la más absoluta de las pobrezas. Omitido, desdeñado y vapuleado por la crítica de su tiempo, debió aguardar recién hasta los años sesenta del siglo XX, cuando el movimiento artístico y literario llamado Concretismo, encabezado por Augusto y Haroldo de Campos, vindicaron sus aportes, considerándolos decisivos para la evolución del lenguaje. Sousandrade escribió varios libros elípticos, ricos en invención lexical, siendo “El guesa errante” (“O guesa errante”), un extenso poema panamericanista, su obra maestra. De su biografía, ese rizoma de ilusiones y frustraciones en la que todo hombre está destinado, nos basta saber que fue un nómade. Erudito (catedrático de griego y helenista declarado), viajó por la Amazonia. Estudió en Europa, graduándose en la Sorbona en Letras y en Ingeniería de Minas. Republicano, es decir liberal, se desplazó por Europa, viviendo en países como Francia e Inglaterra, este último, durante la represiva era victoriana. Estados Unidos lo recibió hacia 1870, donde se radicó en la ciudad de Nueva York, capital mundial del cosmopolitismo.

Estos desplazamientos geográficos impactaron en su operación en torno a la lengua de forma absoluta. Una experiencia que lleva a la conclusión de que si bien conoció a fondo la literatura extranjera, no asimiló ninguna tendencia definida. Estas dudas, vacilaciones, lo ubican por encima de sus contemporáneos y “bien pensantes” románticos. Sousandrade optó por el instinto. Así, su espíritu innovador construye una poesía de especiales características formales y semánticas. Un audaz juego de recursos fonéticos y gramaticales eruditos, siendo el nexo entre la acumulación cultural que une el indigenismo americanista con la tradición literaria occidental. (En ese aspecto, sus búsquedas lo emparentan con Ezra Pound y James Joyce, aunque cuatro décadas antes que ellos y de las vanguardias históricas). Y es en el presente libro, donde mejor logra desarrollar su aporte, extremado en imaginación en torno a la deformación del lenguaje.

“El infierno de Wall Street” (“O inferno de Wall Street”) es el canto décimo de “El guesa errante”, y desde el punto de vista poético, el canto más importante, y donde mejor está articulado su aporte innovativo. Consta de 176 estrofas y las mismas funcionan contra la musicalidad del verso. Ahora bien, este extraño rigor compositivo no trabaja a favor de una verdadera narración, ya que no hay un acontecimiento que se desarrolle linealmente, sino muchos alrededor del poema. Para llegar a ese efecto, se respaldó en la técnica del staccato. Con cada estrofa que escribe, Sousandrade no produce una frase verbal continuada, sino una sucesiva yuxtaposición de palabras sugerentes vinculadas literalmente con el conjunto del contexto (temas y circunstancias de la época, desde personajes históricos, como sucesos cotidianos; de esta mezcla, allí el verdadero infierno inventivo).

Palabras grotescamente deformadas que dinamizan nuevas conexiones. Hilvana, revincula significados. Se expande como la técnica del sueño. Eclosionando significados. Su ritmo es el de un collage en movimiento asociativo. O, el arte de la fuga del instante. Un procedimiento de raíz impresionista. Así, busca condensar la mayor expresividad posible en el verso a través de fogonazos de plenitud. De absoluto. El ritmo del verso es tan entrecortado como la expresión, dando origen a un número de asociaciones sensitivas inimaginables.

Sousandrade, un torturado por la forma, mezcla palabras francesas a su lengua original. Toma palabras de diferentes idiomas, obteniendo, en consecuencia, resignificaciones tales como: palabras compuestas, contracciones extrañas, neologismos, onomatopeyas personalísimas... Su barroquismo de imágenes, brota producto de choques de ritmos suaves y asperezas súbitas. Los recursos sonoros son innumerables. La táctica semántica aquí asombra. Hay lugar para la aliteración, la cacofonía, la asimilación, la asonancia. Su experiencia neoyorquina fue asimilada de modo tal que utiliza hasta los caracteres tipográficos como unidad de expresión vital.

La presente edición incluye extensos textos críticos que detallan al poeta brasileño, lo cual ayuda a valorar el difícil grado de inconvenientes que Sousandrade debió afrontar tras vivir a contracorriente. La traducción está a la altura del original. En un acto de amor y valentía por el lenguaje, el poeta Reynaldo Jiménez, se interna entonces, por uno de los momentos más intensos y osados de la historia de la poesía. Lo hace con altura, sin que el océano de significados lo ahoguen. De este modo, “El infierno de Wall Street”, libro que hace quedar a Madame Bovary, y su caprichoso le mot juste de Flaubert, como un ejercicio menor producto de un diletante con ínfulas de transgresor, se encuentra hoy, nuevamente, en circulación. Debieron transcurrir casi 150 años hasta que este caleidoscópico poema sea traducido, por primera vez, y de manera inmejorable, a nuestro idioma. Enhorabuena.