Las “reverencias” de la Cámara Alta y la pasión por la política

Jatón, el senador que se resiste a ser ex periodista

En 2015, contó 134.441 votos en La Capital. De ellos, 96.626 los sumó en la ciudad. Fue su debut electoral, con la boleta del PS. Sigue sin afiliarse.

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Emilio Jatón. Con tantos años de trabajo en el noticiero de TV abierta, a los periodistas les cuesta tomar distancia del representante por La Capital. Tratarlo de usted resultaría impostado.

Foto: Flavio Raina.

 

Luis Rodrigo

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—¿Vas a estar en la campaña?

—No creo. No soy candidato. Para acompañar candidatos, sí seguramente.

—Se te menciona tanto en la ciudad, que uno te imagina diciendo fulano es mi candidato.

—Sería una falta de respeto que yo pudiera decir algo así... Ni soy afiliado al partido. Voy a acompañar, sólo eso. Los que deciden seguramente serán otros. Yo tengo una responsabilidad. Soy senador y voy a cumplir íntegramente con ese compromiso. Mi equipo trabaja con nuestro objetivo de intentar estar a la altura de esa tarea.

—Con tantos años de ver a los políticos: ¿cómo es finalmente ser uno de ellos?

—La vida política es apasionante si uno lo toma con vocación. Quien lo tome como negocio seguramente no lo sentirá así. Si todos los políticos tuvieran vocación de servicio y les importara el otro como persona, la política sería distinta. Ésos son mis parámetros, en mi vida como dirigente político, que no sé si será corta o más extensa, no me voy a separar de los parámetros que tenía mi vida como periodista. Honrar la verdad, pensar en le otro, la igualdad, la justicia.

—Cuándo comenzaste tu carrera nos dijiste esto mismo. Pregunto si la realidad que encontraste resultó distinta o no de lo que imaginaste. Vos hablaste de quienes ven la política como negocio.

—Es lo mismo que la sociedad. Buenos y malos, negociantes e idealistas. Honestos y de los otros. Miserias y bondades, nada nuevo. Lo mismo que en la sociedad. Lo mismo. Sí, pude acentuar algunas cosas que pensaba, reafirmar ciertas convicciones sobre lo que necesita la actividad política, vocación de servicio, sobre todo.

—Y en el Senado, ¿qué encontraste?

—Me encontré con personas que saben cuidar su territorio. Saben pelear por su territorio. Y saben armar el poder, por eso están mucho tiempo. Ellos tienen ya un “manual de procedimiento” de cómo mantenerse en el poder, y lo hacen muy bien. Y son muy buenos defensores de sus departamentos. Utilizan todas las herramientas a su alcance para defenderlos y para sostener su poder.

—Seguís hablando de “ellos”, en tercera persona.

—Sí porque yo no conozco esas herramientas. Sólo las estoy viendo, en los otros. Creo que mi pensamiento no pasa por quedar toda la vida en un Senado, ni atornillarme a un sillón en la política. Lo mío pasa por hacer lo mejor posible hoy. Mañana no sé qué puede pasar con mi vida, ni qué puede pasar con mi vida política. No pienso en mantenerme en el poder. Pienso en hacer lo mejor posible con ese poder y el lugar que me toca ocupar.

—Pero muchos piensan en vos como candidato. Tenés muchos votos, en una ciudad importante, en la que al socialismo le ha costado siempre hacer pie a nivel municipal.

—No me preocupa que los otros piensen en mí. Me preocupa qué pensamos nosotros, el equipo que me toca encabezar, para mejorar. Tenemos una función y no me van a separar de ahí. Que me pongan en cualquier lista... pero la última palabra la tengo yo. A mi mandato de senador, le falta mucho, tengo mucho por hacer y por construir. No descarto nada. Pero no puedo pensar en ser candidato cuando tengo por delante dos años y más como senador. Sería una irresponsabilidad.

—¿Ser senador es lo que imaginabas?

—Es más de lo que imaginaba.

—Así que es aun mejor...

—No. No sé si es mejor... Sí, digo que es más de lo que pensé. Hay una reverencia, un trato especial al senador que no había previsto... Todavía me cuesta que me llamen “senador”.

—¿No me vas a decir que no te das vuelta cuando escuchás “¡Eh, senador!”?

—En verdad que no. Eso no hace más que distanciar a la política de la gente... Esas reverencias, esa pompa, esas palabras tan ampulosas... no me convencen.

—Y eso que te tocó un Senado muy desacartonado, de mucha familiaridad.

—Sí, es familiar hasta que empiezan las discusiones. Ahí se terminan los parientes. Una cosa es el recinto, otra la Parlamentaria (la reunión de lo jefes de los bloques) y otra las comisiones (de trabajo legislativo que deben reunirse durante la semana). Todo se negocia en el consenso y el disenso político y en las conveniencias de cada uno.

—¿Se pelea por todo?

—Es lo que tengo que aprender, y mucho. En el Senado, lo que se ve dentro del recinto es una cosa. En cambio, en las comisiones se discute en otros términos, políticos y territoriales. Todos son win win, quieren ganar y ganar. Eso lo tengo que aprender. Es un mundo diferente para mí pero tengo muy claro que tengo que defender el lugar dónde estoy y la gente que represento.

—¿Cambió tu relación con la gente, de público o votante, de destinatarios de tu labor periodística a electorado?

—No, para nada. Me han aceptado en esa labor y les tengo que responder. Soy consciente de que tengo muchas más herramientas y responsabilidades de las que tenía cuando era periodista. Y así como antes las compartía con la gente, ahora también lo hago.

—Son herramientas que tientan.

—Sí. Pero no pienso quedarme con ninguna. Del Senado me voy a ir vacío, pero lleno de cariño. La gente me está devolviendo las cosas buenas o malas que hice en toda mi vida. Y no tengo cómo agradecerles tantas muestras de cariño.

 

La pasta de los obreros

“Me marcaron hechos personales y colectivos en este año y medio. De los primeros, recuerdo a un pibe de Alto Verde, que llevaba un arma en la espalda y que me pidió ayuda... y uno siente una vergüenza terrible porque nos falta mucho en lo social. Y de lo colectivo, Galletti. La fábrica estaba perdida y había intereses que se estaban colando y convenciendo a los empleados de bajar los brazos, de tomar las indemnizaciones. Pudimos intervenir y colaborar y trabajar con ellos, para que tomaran conciencia que la herramienta era de ellos, que el poder usarla estaba en ellos... Hasta compramos harina para que no se caiga la fábrica. Y hoy estamos orgullosos porque los empleados son dueños de la empresa. Manejan su dinero y están contentos. Para mí, fue maravilloso, pasamos de cortar la ruta a tomar una sidra dentro de la fábrica para festejar, con las mejores pastas y grisines”.