Referentes sociales coinciden en que la demanda de ayuda es cada vez mayor, tanto en la atención alimentaria como de trabajo. Son 2.500 niños y niñas que nacen en la pobreza cada año, según cálculos de Los sin Techo. Un llamado a acelerar la atención de los más pobres entre los pobres.
Nancy Balza
Las cifras de pobreza (32,2 %) e indigencia (6,3 %) que difundió el Indec hace poco más de una semana no sorprendieron a las autoridades, ni a referentes sociales y políticos. Mucho menos a quienes encarnan las estadísticas y ocupan buena parte de su día en tratar de revertir un presente que es, en realidad, una herencia -en una acepción que trasciende al concepto político electoral tan contemporáneo- que lleva varias generaciones; la única posible en un universo donde falta todo y que seguirá sin cambios aún cuando se apaguen los ecos del anuncio oficial, a menos que se tomen medidas urgentes.
Como en el caso de Mario, de 30 años y oficio de albañil y pintor, al que le cuesta conseguir una changa para sostener a su esposa y sus dos hijos y que admite “inventar lo que sea” para sobrevivir. “No se me cae la cara si tengo que salir a la calle a pedir”, afirma quien aprendió el oficio de panadero en el penal de Coronda pero se quedó sin la actividad una vez que completó el período de capacitación. Así lo cuenta a El Litoral, antes de responder al llamado por un posible trabajo en un edificio “de 40 pisos”.
O el universo de M., que con 34 años recién cumplidos, la pelea sola con sus cuatro hijos -uno de ellos con discapacidad-, que cuenta orgullosa que llegó hasta 2º año pero la mayor está estudiando en la secundaria “y no se lleva ninguna materia”; que tiene como meta inmediata festejar los 15 a la segunda -y desde allí sí cambiar de vida- y que desde su casa “humilde y chica” sostiene una copa de leche para 30 chicos y chicas de su barrio. Porque “siempre hay alguien que tiene más necesidades que una”, aunque reconoce que a veces ella también pasa hambre.
Son unos 2.000 niños y niñas que nacen en la pobreza cada año en la ciudad; es un rancho por día, justo en los barrios donde la changa no llega o cuesta salir a buscarla, por ejemplo cuando llueve mucho. Los mismos sectores postergados cuyos habitantes no entran fácilmente al mundo del trabajo formal y apenas pueden terminar la escuela primaria.
Así lo describe José Luis Zalazar, responsable de hábitat y desarrollo comunitario del Movimiento Los sin Techo, mientras apunta un ejemplo concreto sobre cómo se va gestando esa herencia: “Dos chicos, uno del centro y otro de La Tablada -por poner un barrio- empiezan la escuela primaria; uno cuenta con los ‘privilegios’ de una familia que lo acompaña, un hábitat adecuado y una buena alimentación. El segundo no tiene nada de eso. Pero la escuela es la misma y es difícil que los dos alcancen el mismo objetivo”.
UNA GOTA EN EL MAR
El diálogo con Zalazar se produce en el breve viaje desde el edificio del diario, a metros del centro, hasta Barranquitas Sur, donde el Movimiento construye en conjunto con el gobierno provincial y la Municipalidad de Santa Fe un plan de 50 viviendas, muy cerca del Jardín Municipal donde concurren niños y niñas de ése y otros barrios cercanos. Son casas de material que reemplazarán los ranchos de varias familias que vivían, en su gran mayoría, en el mismo reservorio de Barranquitas. No son muchas cuadras de aquí hasta allá, pero es otro mundo.
En una de esas casas van a vivir Natalia, su marido y sus tres hijos. El más chico está en brazos y acompaña el diálogo de la madre con sus propias expresiones y exclamaciones. Son muchos niños en el barrio y ella -a quien se le ilumina el rostro cada vez que habla de esa vivienda que está tomando forma definitiva- confía en que algún día ésta será para los suyos.
En un extremo del nuevo barrio se observa una casa de dos plantas, por ahora la única del plan. Es para Mariana y su familia. Son ocho en total incluyendo a dos adultos, cinco hijos y la recién llegada: Valentina, de dos meses. Allí, el ruido es distinto: es el que producen las herramientas mientras se acomodan los últimos detalles antes de la mudanza que en el momento de esta recorrida era inminente. Para Mariana, desde hace un año jefa de hogar luego de que su marido quedara incapacitado para trabajar, el cambio también va a ser importante: de vivir en condiciones precarias y rogar que no se vuele el techo durante la tormenta del pasado 19 de febrero a habitar una casa de material, el panorama que se abre es otro. Aunque la falta de un ingreso estable se hace notar: está claro que los planes sociales son bienvenidos, pero no alcanzan.
Por la misma calle, unos metros más al fondo está la casa de Roque, pescador de oficio, ya jubilado, habitante histórico de la zona del reservorio. “Teníamos un rancho ahí, lo tuvimos que desarmar y nos vinimos para acá. Hasta ahora, está todo tranquilo”, cuenta con música de cumbia de fondo. Marcelo, su sobrino, aprendió el oficio de la construcción con su padre y ahora encontró ocupación en una de las cooperativas de trabajo; “después nos van a llevar a ayudar para otro lado”, confía el joven de 21 años.
En un futuro cercano serán 50 viviendas, y en un terreno que se pidió al intendente y con recursos del Estado, Los sin Techo proyecta erigir un centro de capacitación para adultos y una copa de leche reforzada. Pero es muy probable que en el conteo final también se sume algún nuevo rancho, detrás de alguna de las casas de material para el hijo o la hija de alguna de las familias que se mudaron al nuevo barrio. Eso también es parte de la herencia.
POBRES ENTRE LOS POBRES
“El tema grave de la pobreza es la indigencia, que es la situación de los más pobres de los pobres”, insiste José Luis Ambrosino, coordinador de Los sin Techo. Ellos cobran planes sociales, pero una familia tipo de dos adultos y dos niños necesita reunir 5.500 pesos por mes sólo para comer. No se propongan la pobreza cero porque es un concepto de manual -pide-; propónganse suavizar la vida de los pobres entre los pobres”, que en la ciudad de Santa Fe, con 400 mil habitantes, son unas 6.000 familias.
Según sus cálculos, con 18 ó 20 millones de pesos mensuales “se haría mucho para aliviar la indigencia, pero es una decisión operativa, no ideológica. Sabemos que la solución es el trabajo pero si no hay una propuesta a chicos y jóvenes que están en la calle para que realicen trabajos elementales, como para que estén ocupados, es difícil resolver este problema y las alternativas non sanctas aparecen a la vista”.
“Algo se está haciendo desde el gobierno provincial y municipal; pero hay que multiplicar y acelerar”, insiste Ambrosino.
Y también “hay que tener fe y esperanza”, dice Mario, el albañil, pintor y panadero, que heredó la pobreza pero también el temple de su mamá; “que no trabaja pero la rema como puede”.
Un dato anunciado Mucho antes del 28 de septiembre, cuando el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) difundió los datos oficiales de pobreza e indigencia -luego de la última medición en la segunda mitad de 2013 con el inverosímil resultado de 4,7 % de personas en esa condición- se advertía desde distintos organismos sobre un panorama social y laboral complejo: * Mayo: Unicef Argentina informaba que el 30% de las chicas y chicos de entre 0 y 17 años es pobre y un 8,4% es extremadamente pobre, de acuerdo con una medición multidimensional, categoría analítica que combina 28 indicadores de privación que abarcan desde la nutrición hasta la exposición a la violencia. Los datos correspondían a fines de 2015. * Mayo: Al cabo de la Semana Social de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (Mar del Plata) se expresó la preocupación por la fragilidad de la condición laboral de miles de personas y situaciones de precarización laboral en que está inmersa buena parte de los trabajadores, sin acceso a sus derechos sociales ni protección del Estado. * Agosto: El barómetro de la Deuda Social Argentina (UCA) actualizó datos publicados en abril, según los cuales a fines de 2015, el 29% de los argentinos era pobre, y agregó que en el primer trimestre de 2016 se habían sumado 1,4 millones de personas, llegando entonces al 34,5% de la población en esa condición.
La mayoría de los hijos e hijas de los entrevistados va a la escuela, un primer paso en el difícil camino de torcer la herencia. Foto: Pablo Aguirre