Por Luis Rodrigo
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Realista pero optimista. Mario Chiovetta habla de las dificultades que enfrenta el país para repatriar a sus investigadores, y de las políticas públicas que tienen ese fin, aún lejano.
El director del Centro Científico Tecnológico Conicet Santa Fe encuentra razones -apoyadas en números- para verificar que la situación respecto de los cerebros perdidos para la Argentina está todavía lejos, de revertirse, pero advierte que la tendencia es positiva, o incluso muy positiva si se compara con lo ocurrido durante los ‘90 y sus secuelas, hasta la crisis de 2001-2002.
Del país han emigrado entre 5 y 7 mil investigadores, formados como mínimo en un 90% con el bolsillo de los contribuyentes argentinos, a un costo promedio de entre 200 y 250 mil pesos, al cabo de entre 15 y 20 años de labor y estudio. Pero en los últimos años han regresado 830.
“Es una cifra alentadora, y es aún más importante si se advierte que antes no había prácticamente regresos”, subraya el Dr. Chiovetta.
Para el investigador que encabeza el ex Ceride-Santa Fe las 830 buenas noticias se explican tanto por las razones estructurales y económicas nacionales, que despiertan el interés de los investigadores en volver, como por un programa que se ocupa de recuperar lo más importante: el nexo entre esos cerebros formados en Argentina y los investigadores que trabajan en el país.
Para identificar ese programa, el Conicet creó un acrónimo destinado a conmover: Raíces. La Red de Investigadores y Científicos de la Argentina tanto busca repatriar cerebros como mantener en contacto a los argentinos que investigan, dentro y fuera del país.
Libro de pases
El periodista fuerza una comparación y el entrevistado responde: “Sí, pero que sea a préstamo”. El Dr. Chiovetta bromea cuando se le pregunta si todo investigador, como todo futbolista, sueña jugar en Europa (o en el mundo desarrollado, tenga o no fútbol).
Los jugadores que regresan del exterior suelen estar de vuelta, o como prefiere decir Chiovetta en “la curva descendente” de su carrera. En cambio, si el capital humano está las neuronas -no en los pies- recuperar un científico que ha pasado muchos años en el exterior significa un plus para el país.
“Ese tema de la edad es un muy buen punto”, dice el director, acaso con alta consideración por el empate. De todas formas aclara: “es importante que el investigador regrese aún relativamente joven. La actividad cerebral puede llegar a la vejez, pero la juventud tiene la creatividad que necesita la actividad científica. Y ser creativos, originales, es clave en el desarrollo de la investigación”.
Como en el maltratado deporte en la Argentina, la ciencia argentina sigue con muchos de sus talentos fuera del país, pero con una diferencia clara: “hay una pendiente ascendente de las condiciones para la investigación en la Argentina; el plan de los últimos cinco años del Conicet de aumentar cada año el número de becarios que ingresan la sistema y el número de investigadores que ingresan a la carrera, en forma automática, está generando una situación mejor”, subraya Chiovetta.
“No siempre los recursos materiales siguen, con la misma velocidad, esa buena tendencia de los recursos humanos. Nosotros estamos construyendo una situación diferente, acá se puede apreciar incluso físicamente con los edificios de tres unidades ejecutoras que hace tiempo que necesitan esos espacios. Somos optimistas, y hay razones para serlo: hay investigadores que están regresando y aunque el número no sea tan grande como el que ha emigrado, es porque están viendo que de alguna manera nuestro país intenta acercase a tener los niveles que debería tener en la inversión científica y tecnológica”.
Una deuda
El reclamado amor a la camiseta celeste y blanca no merece esos reproches en el ámbito científico.
Entre los investigadores que eligen no emigrar, que van a regresar o que ya lo han hecho “están quienes consideran que deben honrar una deuda, que es real, y que se resume en ‘tengo que devolver a la sociedad lo que costó mi educación’. Somos unos pocos privilegiados los que pudimos acceder a este nivel de formación. Esa idea hoy se fortalece, y creo que haber superado crisis como las de 2001-2002 es clave. Es vital para el crecimiento del país que una parte de su juventud reconozca este tipo de cosas, en todas las actividades es necesario: va por sobre lo lírico o romántico; es parte de una ecuación económica. El país necesita que regresen o se queden sus habitantes más preparados”.
Un tercer grupo de investigadores es todavía menos comparable con los futbolistas que se fueron. Son los que piensan que el país presenta una enorme oportunidad para el desarrollo de su actividad.
Consideran que, como dice el director del Conicet, “nuestro país va a crecer”: los esperanzados investigadores quieren estar en ese equipo.
Lo impensado y su dinámica
“Hay distintos enfoques, y esto que decíamos de lo bueno de ir al Barcelona pero a préstamo, para que regresen los investigadores es para muchos de los que dejan la Argentina un objetivo personal... Lo cierto es que nuestro país está lejos de la inversión de los recursos generales de su PBI en ciencia y tecnología. No solo en comparación con los países más avanzados, sino con respecto a los vecinos que desde hace tiempo hacen mejores esfuerzos que nosotros. Hoy está claro que el gobierno nacional ha anunciado como objetivo acercarse al 1%, como objetivo. Pero todavía estamos lejos. Brasil lo ha superado, y Chile se está acercando. No comparemos con el mundo desarrollado”, advierte.
“Digo que hay una buena perspectiva, que los jóvenes que vuelven ven esa perspectiva y que el panorama -respecto de lo anterior- es de optimismo”.
“Hay de todo -concluye-, cada experiencia humana es particular y los enfoques distintos. También muchos piensan que estar en el sistema, con la capacidad y sin los recursos, es finalmente un desperdicio para el propio sistema científico y tecnológico... Que desea ir por ejemplo a desarrollarse a Francia. En realidad, nunca sabremos si ese investigador que se va volverá a no. Y seguramente, tampoco él lo sabe”.