La protesta se multiplica en las calles de las principales ciudades del país. foto:efe
Por Rogelio Alaniz
La protesta se multiplica en las calles de las principales ciudades del país. foto:efe
Rogelio Alaniz [email protected]
Es probable que las diferentes centrales obreras de Turquía declaren una huelga general en repudio de las acciones represivas del gobierno presidido por el primer ministro Recef Tayyip Erdogan. Por lo pronto, la central obrera que nuclea a los empleados públicos ya anunció un paro de 48 horas que, en caso de extenderse, le provocaría un serio dolor de cabeza al régimen. En principio, ya estamos en el quinto día de movilizaciones extendidas por las principales ciudades del país. El argumento de que se trataba de un puñado de “verdes” inadaptados y ajenos al sentimiento popular, pierde consistencia ante el aluvión de protestas. Son precisamente estas movilizaciones masivas las que han dado lugar a que más de un periodista compare las concentraciones en la histórica plaza de Taksim con lo que hace unos años ocurrió en la plaza Tahrir de El Cairo que dio origen a la “primavera árabe” y, entre otras cosas, puso fin al régimen de Mubarak. Es verdad que el origen de las protestas en Estambul fue el rechazo de un sector de la ciudadanía a la intención del gobierno de transformar al parque Gezi -uno de los pocos espacios verdes de la ciudad y un lugar simbólico de tradiciones nacionales- en un centro comercial. A la objeción en defensa del medio ambiente se suma la impugnación jurídica, ya que la remodelación del parque hasta la fecha no fue autorizada por la comisión municipal. Como para confirmar que la protesta “verde” es consistente y extendida, se impone recordar que desde hace tiempo arrecian las protestas contra el proyecto gubernamental de construir un puente sobre el mar Bósforo. Lo cierto es que aquello que se inició como una rebelión verde amenaza con transformarse en una rebelión nacional contra los excesos y abusos autoritarios del régimen de Erdogan. El parque Gezi fue el punto de partida de una suma de reclamos de la sociedad civil. Hace un mes, trabajadores y empleados públicos protestaron por la decisión del gobierno de prohibir la celebración del 1º de mayo. En la ocasión, los manifestantes calificaron al primer ministro como “el nuevo sultán” y exhibían carteles con la leyenda “Todos somos hijos de Kemal Ataturk”, el líder político cuyo nombre es sinónimo de nacionalismo democrático, modernización económica y cultural, y república laica, calificaciones que por supuesto no son compartidas por la comunidad armenia. Otro frente de tormenta con el que Erdogan viene lidiando desde hace tiempo, es el religioso. Si bien cuando asumió en 2003 se presentó como un líder islámico moderado en sintonía con proyectos económicos liberales, en la actualidad el tono religioso de su gobierno es cada vez más marcado e intolerante. La reciente inauguración de una “gigantesca” mezquita en el centro de Estambul, es parte de lo que se le atribuye como una peligrosa tendencia a la islamización de Turquía. Asimismo, de un tiempo a esta parte a las mujeres que estudian en las universidades se les exige llevar el velo, y en la línea de aviación “Turkisch Airlines” -cuya mitad accionaria pertenece al Estado- los camareros tienen prohibido servir alcohol a los pasajeros cuando el destino del vuelo es una ciudad musulmana. Las campañas contra el alcohol no están orientadas a proteger la salud de los consumidores, sino a exigir el cumplimiento de un mandato coránico que incluye la publicidad de estas prohibiciones en diarios y revistas, además de amenazas de sanciones a quienes desobedecen este tipo de disposiciones. Como para verificar que la campaña a favor del Islam es ya una vigorosa estrategia de Estado, en la ciudad de Ankara una pareja de novios fue detenida por estar besándose en la estación de un metro. La respuesta de la sociedad no se hizo esperar y fue contundente. Para el día previsto, cientos de parejas en la llamada “hora pico” se instalaron en la estación del mismo metro y se dedicaron a besarse delante de las pantallas de la televisión nacional y extranjera. Las relaciones del régimen con la prensa y los periodistas tampoco es buena. Con acierto y sin exageraciones, Turquía está calificada como la mayor cárcel de periodistas en el mundo. Diarios y revistas clausurados, periodistas despedidos o en la cárcel son datos que hoy se han transformado en una constante. Los argumentos de Erdogan para acosar a la prensa y amordazar a la libertad de expresión no son muy diferentes de los que en Latinoamérica emplean los actuales regímenes autoritarios y plebiscitarios. A los problemas internos se suman en esta coyuntura los conflictos planteados con Siria. Una de las consecuencias de esta beligerancia se expresó hace unas semanas con el atentado terrorista en la ciudad fronteriza de Reyhanli, donde murieron cuarenta y tres personas y hubo cientos de heridos. El Parlamento turco, donde el oficialismo dispone de una cómoda mayoría, autorizó la movilización de las tropas, pero un importante sector de la opinión pública se opuso a que Turquía se involucre en la guerra civil siria. A las presiones internas se suman en este caso la discreta pero eficaz presión diplomática de los Estados Unidos y Europa. Al respecto, no se debe perder de vista que Turquía es el principal aliado de los yanquis en la región y desde hace décadas, desde los tiempos de la “Guerra Fría” para ser más precisos, en su territorio están instaladas bases militares de Occidente. Por otra parte, Turquía viene reclamando desde hace tiempo su ingreso a la Unión Europea, por lo que estos conflictos no hacen más que predisponer a los países que la integran en contra de esta pretensión. Por lo tanto, Erdogan deberá manejar con mucha prudencia la relación con la guerra civil siria, un conflicto que ya se ha interrnacionalizado y que involucra a las grandes potencias militando en uno y otro bando. Por su posición geográfica, Turquía se ha transformado en uno de los actores principales de la crisis regional, motivo por el cual su inestabilidad interna agravaría la situación desde todo punto de vista. Como todo mandatario aferrado de manera obsesiva al poder, Erdogan registra un creciente grado de paranoia. Según sus opiniones, detrás de las movilizaciones del Parque Gezi está la mano de Damasco, una imputación indemostrable hasta la fecha, pero que habilita a endurecer la actividad represiva, ya que el gobierno estima que la nación está siendo destruida por una intriga urdida en el extranjero. Nada de esto, por supuesto, pude probarse, pero para la lógica del poder esta observación es algo menos que un detalle. Precisamente, a la hora de debatir la cuestión del poder es donde queda más en evidencia la naturaleza del conflicto que hoy desgarra a Turquía. Erdogan está en el gobierno desde 2003 y hasta la fecha ganó tres elecciones consecutivas. Su popularidad está fuera de discusión, y es ella la que lo autoriza a proponer una reforma constitucional que le permita continuar en el poder por lo menos hasta 2020. Estas movilizaciones golpean en el costado más sensible de su proyecto reeleccionista, entre otras cosas porque están fortaleciendo a una oposición que hasta el momento aparecía fragmentada e impotente. Por lo pronto, y para demostrar que su poder se mantiene intacto, en estos días, en los que arrecian las protestas, ha decidido realizar una gira internacional, gesto de suficiencia política que ha ensoberbecido a la oposición y alienta legítimas alarmas entre los oficialistas. Al respecto, no se debe perder de vista que, como consecuencia de la rebelión popular, en estos momentos hay más de mil setecientos detenidos. Hace unas horas, un joven estudiante de diecinueve años perdió la vida al ser atropellado en una autopista por un vehículo cuyo conductor se dio a la fuga. El joven encabezaba una movilización e intentaba paralizar el tránsito. En otras circunstancias lo sucedido hubiera sido un simple y lamentable accidente, hoy parece ser la frutilla del postre de la creciente protesta nacional.
Las movilizaciones golpean en el costado más sensible del proyecto reeleccionista de Erdogan, entre otras cosas porque están fortaleciendo a una oposición que hasta el momento aparecía fragmentada e impotente.