“La matemática nunca me costó”, dice Leonardo, un pibe que apuesta a romper las barreras de su entorno para darle a su hijo un futuro mejor. Foto: Guillermo Di Salvatore
Es un joven de contexto vulnerable que sigue un estudio superior. Consciente de su realidad y de que hay otras realidades posibles, hace un esfuerzo mayúsculo por cumplir con el sueño de niño: estudiar una carrera universitaria.
“La matemática nunca me costó”, dice Leonardo, un pibe que apuesta a romper las barreras de su entorno para darle a su hijo un futuro mejor. Foto: Guillermo Di Salvatore
Mariela Goy [email protected] Vive en el barrio Cabal, en el noroeste de la ciudad, en un par de piezas precarias que construyó detrás de la casa de su madre. Su mujer tiene 18 años y su hijo, 2. Conoce bien el oficio de albañil. Usa aros en las dos orejas, al estilo Maradona. Y sueña con “ser una persona importante”. ¿Qué hace para lograrlo? Asiste a la facultad, y estudia. “Soy el único de toda mi familia en llegar a la universidad”, dice con orgullo Leonardo Leguizamón. Su historia demuestra que a pesar de las adversidades, hay jóvenes que se esfuerzan por salir adelante, que la pelean día a día y que tienen la mirada puesta un poco más allá del hoy. Él cruza los límites impuestos por una realidad social desalentadora, que indica que son pocos los adolescentes de bajos recursos que siguen una carrera universitaria. Y no lo hacen, porque necesitan trabajar para mantener a sus familias, porque la educación no es vista como una oportunidad de superación personal o porque el futuro tiene más bien el aspecto de un presente continuo. O dicho en palabras del propio Leonardo: “En mi barrio, es como que vivimos más el día a día, el ahora, de una forma más realista, se podría decir. La gente no entiende el sacrificio que uno tiene que hacer para vivir”. Los jóvenes que él conoce “trabajan en la construcción o en algún empleo en negro, o bien vaguean y callejean todo el día. No conozco a ninguno que haya seguido estudiando o que tenga un trabajo en blanco”, asegura. Si bien la universidad no releva el nivel socioeconómico del alumnado, un sondeo por algunas escuelas secundarias periféricas de Santa Fe puede dar una idea de la escasa inclusión. En cuatro secundarios con promociones de 15 ó 20 adolescentes por año, aseguraron que ninguno, uno y, en el mejor de los casos, dos alumnos, prosiguen una carrera universitaria. En una quinta escuela, más numerosa y con 80 graduados por año, apenas 5 ó 6 ingresan a la universidad. El porcentaje mejora cuando se trata del nivel terciario o de cursos de formación cortos. Ahí entre el 10 y el 35 % de los egresados, según la escuela consultada, sigue un estudio. Las carreras de policía, enfermería y algunas ramas de la docencia, son las más buscadas, según este reducido e informal buceo periodístico. Reflotar un sueño Leonardo cursa el primer año del Profesorado de Matemática en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Se levanta a las 7.30 de la mañana y vuelve a su hogar por la noche, tras una hora de viaje en colectivo. Gracias a una beca que le dio la propia universidad, cobra $ 1.600 por mes a cambio de trabajar 20 horas semanales en la fotocopiadora de la facultad. Son 4 horas por día de trabajo que se suman a otras 4 horas de cursado obligatorio. Es un pibe flaco y no hace falta tener un sexto sentido para adivinar que, muchas veces, debe pasar por alto el comedor universitario para dejarle la plata a su familia. “La matemática nunca me costó, es lo que más fácil me resulta. Cuando estaba en 4º grado de la primaria Camila Ballarini del barrio Cabal, nos vino a hablar alguien que había hecho una carrera universitaria y, desde ahí, siempre me quedaron las ganas de ir a la facultad, desde pibe”, confiesa. Ese sueño quedó postergado cuando, al terminar el secundario, su novia quedó embarazada. Le sobrevino entonces esa vida que es por demás de conocida en el barrio: debió dedicarse de lleno a la albañilería para proveer a su familia. Pero la idea de seguir una carrera universitaria le seguía dando vueltas por la cabeza y este año se inscribió, consiguió la beca y cada día se repite a sí mismo que el esfuerzo valdrá la pena. “Hay que animarse a estudiar porque al final habrá una recompensa. Como le digo a mi señora: es un sacrificio que estamos sufriendo ahora, pero que más adelante va a servir para darle a nuestro hijo un futuro muy diferente”, expresa el estudiante de 22 años. El conocimiento, un aporte a la vida El primer cuatrimestre, Leonardo descubrió un mundo que lo maravilla y que le había sido ajeno. “Me gustan mucho las materias de psicología y filosofía. Aprendí cosas que no había dado en la escuela. Siempre tuve eso de pensar mucho sobre lo que pasa adentro de nuestra mente, sobre el poder que tenemos para manejar las sensaciones y emociones. Me encanta todo el tema del desarrollo psicológico de la persona porque lo veo día a día en mi nene. Desde que empecé la facultad, todo lo que leo de psicología lo veo aplicado a Santino”, describe. Ese conocimiento, según dice, lo ayuda a comportarse de forma “muy diferente” a otros padres porque “ahora sé por qué los chicos actúan como actúan”. Y considera que no le cuesta tanto la comprensión de los textos académicos porque “siempre leí la revista Muy Interesante, que trae lenguaje científico”. El joven advierte que ninguno de los 5 secundarios por donde pasó, le exigió mucho, y que él pretende aportar su grano de arena para revertir eso. “Yo quiero ser profesor porque me gustaría enseñar y mostrarles a los alumnos que hay otras formas de aprender. Quiero ser un profesor comprometido”, se entusiasma. Para cerrar, cuenta que está tratando de convencer a los otros siete universitarios becados como él para ir a recorrer las escuelas que se caen del límite urbano y llevarles el mensaje de que “los pibes de barrio también pueden ir a la universidad”. El dato Adversidades
"Los jóvenes de hoy no tienen interés en el estudio. Quizá porque es una generación con padres que no quieren luchar más y que dejan que sus hijos hagan lo que quieran. Para mí, esto no tiene que ser así. Hay que exigirles a los hijos porque ellos deben saber que hay cosas que son importantes”. Leonardo Leguizamón, estudiante.
Opinión Sabina Moya (*) Visibilizar