Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a La Plata)
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Se terminó un torneo que, más que una competencia, terminó siendo un suplicio. Colón sufrió en la cancha los desaciertos institucionales. El equipo no tuvo, nunca, respuestas claras para superar la adversidad.
Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a La Plata)
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Los caminos de Colón se juntaron en la desgracia. Cuando el orden institucional se desnaturalizó, llegaron los padecimientos futboleros que no tuvieron piedad con lo más sensible que tiene el hincha de fútbol: lo que le pasa a su equipo en los 90 minutos. Cuando los problemas de afuera se agravaron, los de adentro se hicieron notorios e insolubles. Colón pasó de ser un equipo ofensivo, agresivo, del que todos hablaban bien, a ser un equipo frágil, inconsistente y derrotado. Hoy, Colón es tierra de nadie y preocupación de todos. Tierra de nadie porque no hay una cabeza ni tampoco existe la brújula a nivel dirigencial o del propio equipo. Colón se rinde en la cancha ante la primera adversidad y el equipo parece entregado “a la buena de Dios”. Desde ya que urge un cambio, pero también es preciso saber que los golpes de timón deben darse con inteligencia y sabiduría.
Éste es un plantel que apenas tuvo un momento, casi podría decirse una racha, en la que hubo buenos resultados, interesantes actuaciones y la sensación de que se podía torcer el rumbo. Fue en los últimos cinco o seis partidos del año pasado y los primeros tres encuentros de este torneo. Hoy, la realidad lo pone en una situación similar a la de los pasajes finales del torneo pasado, con un promedio preocupante, pero esta vez sin ese aliciente de terminarlo bien, como pasó con el plantel de Franco luego de la disputa de la liguilla en la que casi se consigue el pasaje a la Sudamericana.
Todo se acentúa ahora por la crisis institucional, por los dos clásicos perdidos y por las grandes dudas que despiertan la mayoría de los jugadores del actual plantel. De todos, hay dudas. Algunos tienen potencial suficiente para revertir el mal momento, caso Conti o Ledesma; otros, casi con seguridad habrán dado anoche el último aporte que les quedaba y se irán del club, en muchos casos sin pena ni gloria.
Colón no puede jugar sin un mínimo de seguridad defensiva (lo convierte en un equipo de mandíbula fácil) ni ser un equipo que no lastime en ofensiva (lo transforma en un equipo de mano blanda). Así no. Tampoco puede hacer girar el juego en base a Bastía, ni dejar tan solo en la creación a Ledesma ni depender de las corridas de Silva, que no llegó precisamente para ser titular o pieza clave, pero que se lo ganó no sólo por su esfuerzo, sino por el fracaso rotundo de varios que vinieron con más chapa, mejor contrato y menor rendimiento.
Hay que mejorar todo. Que asuma una dirigencia que establezca reglas claras pero que, por sobre todas las cosas, normalice la vida institucional del club. Hay que traer un entrenador que trabaje fuerte, recupere jugadores y acierte con el diagnóstico. Deberán venir refuerzos que jueguen y rindan, que potencien a los chicos del club. Y tendrán que recuperar el nivel aquellos que en su momento fueron la base del equipo y que hoy están aletargados, tocados por esa realidad nefasta que ha llevado a este plantel a ese acostumbramiento a perder.
Hoy, Colón no es un club normal ni tampoco tiene un plantel confiable. Daría la impresión de haber perdido todo, desde la coherencia (es evidente) hasta esa mística grupal tan necesaria para darse fuerzas unos a otros para salir de situaciones adversas. Menos mal que se terminó el torneo y esto hará que se produzca ese tan mentado y señalado “barajar y dar de nuevo”. Que hoy se hace absolutamente necesario.