Roberto Schneider
Roberto Schneider
Lo expresamos de entrada nomás: “La sordomuda”, el espectáculo presentado por el Grupo Biciclisis en la Sala Marechal del Teatro Municipal, es un texto brillante y difícil, por momentos extenso, con una estructura que apasiona y que necesita un buen soporte actoral. Valeria Andelique, María Emilia Haye y Matías Graizaro son esos actores. Las dos primeras son las responsables de la dramaturgia de esta pieza que requiere de un espectador atento a las inquietudes para nada complacientes de un grupo con sólidos antecedentes. Aquí no existen resabios obsoletos; sí una puesta audaz, que atrapa por su singularidad.
La historia que se narra juega con un tiempo presente que remite a un pretérito no tan lejano y a un futuro que cada espectador podrá develar. Las mujeres del relato cobran fuerza vigorosa y el hombre es soporte esencial en el desarrollo de la misma. Los tres tienen la particularidad de tener ausencia de amor. Sólo resquicios de afecto a veces entrañable los circundan. Nadie les enseñó a amar y nunca, tal vez, se sintieron amados. Y por este motivo se convierten en instrumentos del amor. Esa atmósfera se encuentra en la puesta en escena, que traduce a la perfección el clima de agobio provocado por el calor y los mosquitos en un Arroyo Leyes cercano, con mucho verde, en un exquisito trabajo de “paisaje escénico” de Lucas Ruscitti y Federico Toobe, responsables asimismo del elocuente vestuario.
La dirección de Amelia Haye es certera. El tiempo de la obra corre paralelo al desplazamiento de las acciones. Una de las mujeres limpia casi obsesivamente aquello que una inundación provoca y que resulta difícil de sacar. Los espectadores están de algún modo inmersos en la escena, para disolver los marcos de entendimiento. La mirada de la directora permite al público ir apreciando el punto de vista y encontrar algunos resquicios de alegría. Ayuda a la composición de los climas el trabajo silencioso y muy expresivo de las luces de Diego López, que van marcando las temporalidades.
La emoción, el nervio, la pasión, la directora los coloca en la actuación, impecable en los resultados por la respuesta de sus intérpretes. Valeria Andelique ofrece un trabajo actoral convincente y de excelente resultado. Encuentra que su personaje necesita mesura y ciertos tonos de lascivia. Es muy buena la interpretación de Matías Graizaro, quien otorga a su rol la necesaria cuota de compromiso y verdad escénica. Finalmente, es la misma María Emilia Haye que deslumbra en la composición de esa mujer imposibilitada de hablar hasta que, sobre el final, su discurso emociona. Y entonces, la voz potente, clara y expresiva ofrece un texto que queda en la memoria. Teatro joven que permite disfrutar de una totalidad para paladares exquisitos.