Opinión: OPIN-02

Solo ante su destino


Llegó a congregar a un millón de serbios en un mítin triunfal al principio de su carrera, pero cuando su entrega a la Justicia internacional parecía inminente sólo unos miles de personas protestaron en las calles.

Slobodan Milosevic, ex presidente de Serbia y de Yugoslavia, líder de los serbios durante 13 años, fue puesto a disposición del Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia. El martes, unos 10.000 belgradenses salieron a las calles en su defensa, pero al día siguiente apenas llegaban a un par de miles.

Su estrella se apagó el 5 de octubre del 2000. Unas 300.000 personas llegaron a Belgrado de toda Serbia para obligarlo a aceptar que había perdido las elecciones, cuando aún maniobraba para convocar una segunda vuelta.

El 1° de abril del 2001, horas después de expirar el plazo dado por EE.UU. a Yugoslavia -si quería verse libre de sanciones-, fue detenido bajo sospecha de abuso de poder y malversación de fondos y encarcelado en la Prisión Central de Belgrado.

La causa tropezó por falta de pruebas y expiraba un nuevo ultimátum de Washington, que condicionaba su asistencia a la primera conferencia de donantes para Yugoslavia a la extradición de Milosevic.

El Tribunal para la ex Yugoslavia lo acusó en mayo de 1999 de crímenes contra la humanidad, asesinato, persecución, deportación y violación de las costumbres de guerra en Kosovo y la Fiscalía investiga su actuación en Bosnia y Croacia.

"Yo duermo muy tranquilo y mi conciencia está en perfecta paz", dijo Milosevic en diciembre de 2000, en una de sus raras entrevistas, ya como líder de la oposición en Serbia.

Un hombre gris


Las crónicas de su ascenso al poder hablan de un hombre gris, un burócrata a la sombra de su amigo y presidente serbio, Ivan Stambolic, que lo mandó a Kosovo el 24 abril de 1987, el día en que pronunció la frase que lo proyectó ante los serbios: "nadie osará pegaros".

Milosevic emprendió la tarea de abolir la autonomía de que gozaban los albaneses de Kosovo y no pestañeó a la hora de desplazar a Stambolic, quien confesaba en aquel tiempo que lo había "querido más que a su propio hermano".

"Los nacionalistas se apoderaron de él. Y no es que a él le gustara demasiado, pero supo que políticamente era muy rentable", explicó Stambolic, secuestrado en Belgrado en agosto del 2000, sin que aún se sepa su paradero.

Algún diplomático que se entrevistó con Milosevic para detener las guerras yugoslavas llegó a comentar que se ofendía sinceramente cuando se lo llamaba "nacionalista".

La Yugoslavia comunista daba síntomas de desintegración y Milosevic vio en la causa serbia un filón y en el mito de Kosovo, del heroico enfrentamiento contra el Imperio Otomano, su componente romántico. Prometió a los serbios el derecho a "vivir juntos en un solo Estado" y se ganó a un pueblo que se sentía discriminado en la Yugoslavia del croata Tito, que había despedazado Serbia dando la autonomía a las provincias de Kosovo y Voivodina.

El 28 de junio de 1989, con ocasión del 600° aniversario de la Batalla (perdida) de Kosovo, un millón de personas se congregaron allí para escuchar, entusiastas, a Milosevic. "El heroísmo de Kosovo no nos permite olvidar que fuimos valientes y dignos (...) Seis siglos después, estamos de nuevo en la lucha", les dijo Milosevic, dándoles a entender que habría que prepararse para la batalla.

Carnicero de los Balcanes


Fueron años de guerras en Croacia (1991) y Bosnia (1992-95) en los que Milosevic apoyó a los serbios en su lucha por el territorio y se ganó en Occidente el apelativo de "carnicero de los Balcanes".

La guerra supuso para Yugoslavia años de bloqueo y un río de medio millón de refugiados serbios de las repúblicas vecinas, que nunca fueron bien recibidos en la "madre patria" y que Milosevic intentó usar para repoblar Kosovo.

En Kosovo, el líder albanés Ibrahim Rugova había declarado la independencia y gestado un estado paralelo que Milosevic dejó estar hasta 1998, con la aparición de la guerrilla del UCK.

Fue Milosevic el que introdujo el multipartidismo en Serbia y se alzó con la mayoría en todas las elecciones con las guerras de trasfondo, hasta que perdió Kosovo luchando contra la Otan, en 1999.

En su estilo, poco dado a apariciones públicas, de verbo sin brillo, compareció sólo dos veces por televisión para explicar a su pueblo por qué se enfrentaba a la Otan, al principio y al final. Aún seguía hablando del triunfo de la independencia, la libertad y la paz. Su argumento fue hasta el final que los serbios eran víctimas de una conjura de Occidente y gozaban del apoyo de todo el otro mundo "libre".

Un chiste que circulaba por Belgrado en el verano de 1999 describía el sentir serbio tras la pérdida de tanto territorio: Milosevic calma a su esposa, Mirjana, explicándole que los hombres armados que rodean su casa son guardafronteras. Eso es lo que les queda a ellos de Serbia.

La herencia que dejó Milosevic fue una Serbia a punto de perder también Montenegro, la república de la que eran originarios sus padres, un pope ortodoxo y una maestra comunista que se suicidaron cuando "Slobo" era joven.

En uno de los múltiples intentos por describir la personalidad de Milosevic, el historiador Aleksa Djilas, hijo del disidente yugoslavo Milovan Djilas, lo consideraba excelente para maniobrar pero pésimo a la hora de planificar, un demagogo, pero sin llegar a agitador de turbas, capaz de ser encantador, pero poco apegado a otras personas.

Su esposa, compañera desde la adolescencia, también aliada política, fue su gran defensora. Los muchos críticos de Mirjana Markovic decían que soñaba con que su "Slobo" fuera tan grande como Tito.

En una entrevista en plena guerra de Kosovo, Markovic, quejumbrosa y dolida, negaba que su marido pudiera ser responsable de matanzas o expulsiones de albaneses, cuando las televisiones de todo el mundo emitían la imagen contraria. En los días en que lo visitaba en la prisión de Belgrado, a Mirjana se le ocurrió que su "Slobo" "se habría merecido un país más grande y más agradecido".

Julia R. Arévalo (EFE)