Opinión: OPIN-04

Tiempos difíciles

Por Rogelio Alaniz

"La única eternidad a la que se tiene acceso es a la del presente". Alberto Girri.


Pareciera que para el señor Juan Pablo Baylac el problema de la Argentina se llama Tinelli. Queda claro que, si las humoradas de Videomatch fueran inoloras, incoloras e insípidas, el oficialismo no le dedicaría ni un minuto de su tiempo. Tinelli, ¿molesta porque se ríe de De la Rúa o molesta porque su risa es compartida por una mayoría? Tinelli, ¿fastidia porque falsea la realidad o porque la expresa?

En realidad, para el vocero del gobierno, el señor Tinelli no es un problema por las mentiras que dice, sino por las verdades que sugiere. No vamos a complicar a los voceros del oficialismo diciéndoles que lean a Freud, pero a esta altura del partido deberían saber que lo que distingue a un régimen autoritario de uno democrático es su sentido del humor y su capacidad para reírse incluso de sus propios errores.

Aíto de la Rúa se queja porque las cargadas a su padre dañan la imagen del país. El Infante de Olivos debería saber que a un país no lo desprestigian los humoristas, sino ciertos hombres que dicen ser muy serios y que seriamente nos desacreditan con sus negociados. Más que preocuparse por las humoradas de un programa televisivo de dudosa calidad estética, los infantes deberían preguntarse sobre lo que se dice en el extranjero cuando se enteran de que, en ciertas universidades, los hijos del poder pueden aprobar materias haciendo valer sus influencias.

Si para Baylac el problema son los chistes, para el señor Eduardo Escassany el problema son los pobres. Para el titular de ABA el país andaría maravillosamente bien si se pudiera poner punto final a los reclamos de unos tres millones de pobres que no hacen más que perturbar con sus groserías y mal gusto el equilibrado y esforzado mundo de las finanzas. Al señor Escassany no sólo le molestan los pobres. También le molestan los políticos y los periodistas que se dedican a denunciar en los tribunales inconveniencias tales como el lavado de dinero, el narcotráfico y la identidad de las cuentas corrientes secretas.

El mismo funcionario que reclama que se cumpla con la ley cuando los trabajadores ejercen el derecho de huelga es el que se siente muy molesto cuando, en el marco de la ley, se destituye a Pedro Pou, algunos legisladores viajan a Estados Unidos para investigar conocidos negociados o cuando un juez o un fiscal ordenan la detención de un ex presidente acusado de ser el jefe de una asociación ilícita.

Si a De la Rúa se le imputan sus eternas dudas, a Escassany habría que reprocharle sus rigurosos dogmas. Si a uno hay que reprocharle no saber muy bien en lo que hay que creer, al otro hay que objetarlo por creer demasiado. Si De la Rúa -por ejemplo- no sabe qué hacer con las universidades, Escassany sabe que lo mejor que se puede hacer con ellas es reducir su presupuesto a cero y ponerlas a competir con las privadas.

De la Rúa sospecha que es de buena ley defender la escuela pública y la dignidad del maestro. No hace demasiado por ellos, pero -fiel a su estilo- sostiene el beneficio de la duda en la materia. Para Escassany, el tema no merece ni siquiera discutirse: lo primero que hay que hacer es privatizar el sistema educativo y derogar el estatuto del docente.

Mientras a De la Rúa le preocupa la pobreza, a Escassany lo que le preocupa es que los pobres consumen demasiado. Si a De la Rúa no le queda en claro si las funciones del Estado consisten en asistir a los pobres, para Escassany no caben dudas de que la tarea del Estado es la de acudir en salvataje de los ricos cada vez que se arruinen o quiebren.

Entre las dudas de De la Rúa y las certezas de Escassany, queda claro que terminará por imponerse el que sabe lo que hay que hacer. Entre De la Rúa, que no sabe en lo que se debe creer, y Escassany, que cree demasiado en verdades que casualmente coinciden con sus intereses y los programas de las fundaciones que él y sus amigos subsidian, se levanta Carlos Menem que, por no creer en nada, está siempre disponible para todo.

Alfonsín, por su parte, no está dispuesto a derramar una lágrima por Menem. Sin embargo, los que lo conocemos sabemos que se sale de la vaina para ir de visita a la casa de Gostanián y firmar el pacto de don Torcuato en nombre de la unidad nacional y los grandes consensos. De más está decir que los señores Barrionuevo y Nosiglia estarían dispuestos a arreglar los detalles políticos y monetarios de semejante emprendimiento patriótico.

Convengamos que las declaraciones del ex presidente radical poniendo en duda la construcción jurídica de Stornelli los transformaron a Alberto Kohan, Carlos Corach y Eduardo Bauzá en opositores de Menem. Si alguien pudiera darle un consejo al "demócrata de Chascomús", debería decirle que, más que preocuparse por la suerte de Menem, debería dedicarse a juntar votos en la provincia de Buenos Aires porque, según las encuestas, a esta altura de los acontecimientos es probable que compita con el Partido Humanista y la Liga Comunal de Villa Tachito.

En el mismo clima de confidencias, también habría que recordarle que la tarea de un ex presidente no es la de ir corriendo detrás de cada una de las coyunturas, sino la de comportarse como un estadista y señalar los grandes rumbos nacionales. Alguien dijo alguna vez que el Alfonsín de 1983 se parecía al joven Frondizi de "Política y petróleo". Esperemos que las similitudes no se prolonguen en el tiempo y que el Alfonsín del 2001 no termine pareciéndose al Frondizi de los últimos años.

Recuerdo que en los tiempos de Menem las denuncias de los medios eran descalificadas porque carecían de entidad jurídica. "Que vayan a la Justicia..., Bernardo", repetía Menem cada vez que alguien le reprochaba algún negociado. Cuando la Justicia realmente tomó cartas en el asunto, dijeron que estaba manipulada.

Ahora, a través de la flamante conductora de la rama femenina, Cecilia Bolocco, han arriesgado otra hipótesis: el único que lo puede detener a Menem es Dios. Mientras tanto, un villero de la ciudad de La Plata fue condenado hace unas semanas a cinco años de prisión por robar comida en un supermercado. Fiel a su militancia juvenil en el pinochetismo, para Cecilia Bolocco los tribunales sólo existen para los pobres, porque para los ricos, el único tribunal que vale es el de Dios. Con su estilo Alfredo Palacios tradujo esta alternativa de la siguiente manera: para los ricos, el Código Civil; para los pobres, el Código Penal.

Lo más interesante de todo es que este mensaje fue leído por la compañera Cecilia en un ateneo que lleva el nombre de Joaquín V. González. Queda claro que lo que existe en común entre Menem y el autor de Mis Montañas es haber nacido en la provincia de La Rioja, porque pretender comparar al fundador de la Universidad de La Plata y autor del primer Código de Trabajo en la Argentina con la "comadreja de Los Llanos" es tan disparatado y grotesco como pretender hallar parentescos éticos entre la Madre Teresa de Calcuta y María Julia Alsogaray o entre Emir Yoma y Ernesto Sábato.