Opinión: OPIN-02

Los dictadores también pagan

Por Rogelio Alaniz


No son buenos tiempos para dictadores y torturadores. La globalización podrá ser discutida y sus efectos económicos merecerán en más de un caso la crítica de quienes se consideran perjudicados, pero lo que no se puede discutir es que esa misma globalización es la responsable de que personajes siniestros como Augusto Pinochet, Vladimiro Montesinos y Slodoban Milosevic estén siendo juzgados por la Justicia y de que algunos esperen en la cárcel la inevitable condena.

Con respecto a Pinochet, digamos que ya a esta altura de los acontecimientos sus defensores tratan de convencer a los jurados de que el hombre está senil y que por lo tanto es inimputable. No se equivocan sus abogados al asegurar que sus facultades mentales están alteradas, pero lo que inquieta no es que hoy esté loco; lo que inquieta es que probablemente el hombre siempre haya estado loco.

Humoradas al margen, esta semana en la Argentina fueron condenados los asesinos del general Prats, el militar chileno que por no participar del golpe de Estado de 1973 fue asesinado, él junto con su esposa, a través de un operativo terrorista que contaba con la participación de militares chilenos y la pasividad cómplice de militares argentinos. Pinochet también debería responder por ese crimen.

Tras las rejas


En esta semana fueron noticia Montesinos y Milosevic. Uno fue detenido en Caracas; el otro ya estaba entre rejas, pero una decisión política del primer ministro serbio, Zoran Djindjic, permitió su traslado a la cárcel modelo de Scheveningen para ser juzgado por el Tribunal de Guerra de La Haya. Es muy probable que los dos sean condenados y pasen el resto de sus días entre rejas. Si así fuera, la inmensa mayoría de la sociedad sabrá que se hizo justicia.

No terminan allí las coincidencias. Montesinos ahora deberá compartir la cárcel con los mismos que en su momento detuvo y ordenó torturar. Milosevic entretendrá sus horas con uno de sus enemigos más encarnizados: el general croata Thiasmir Blaskic, que desde hace meses también espera ser juzgado por sus crímenes. Demacrados, pálidos, envejecidos y ojerosos, los dos son una sombra de los personajes imponentes que pretendieron ser cuando ejercieron el poder sin escrúpulos ni límites. No es una ironía, pero pareciera que a los dos les fue necesario hundirse en el fracaso y la derrota para recobrar la condición humana, aunque más no sea desde el dolor y la vergüenza.

Montesinos está acusado de más de cincuenta delitos, entre los que se incluyen soborno, extorsión, apremios ilegales y traición a la patria. A Milosevic se le imputan crímenes contra la humanidad, violaciones al derecho de guerra y genocidio. Los dos han amenazado con hablar; los dos saben más de lo que dicen, pero, en estos momentos, ambos carecen de credibilidad y hasta es probable que carezcan de pruebas para involucrar a sus presuntos cómplices.

La detención de Montesinos ha generado un conflicto diplomático entre Perú y Venezuela o entre los gobiernos de Valentín Paniagua y Hugo Chávez. Los peruanos acusan a Chávez de haber protegido a Montesinos a cambio de dinero; los venezolanos le reprochan al gobierno peruano haber realizado operaciones policiales en Caracas violando la soberanía nacional.

Es probable que los dos tengan razón: los venezolanos hicieron buenos negocios protegiendo a Montesinos y los peruanos no vacilaron en infiltrar a su policía en Caracas. Lo que se sabe con certeza es que Montesinos fue entregado por el jefe de su custodia personal a cambio de una jugosa recompensa.

Montesinos se encontraba en Venezuela desde diciembre del año pasado. Los intentos por capturarlo habían fracasado en dos ocasiones, a pesar de que formalmente las policías de Venezuela y Perú habían acordado colaborar.

Pues bien, con la traición de sus guardaespaldas se supo que los servicios de inteligencia de Chávez lo defendían y que el presidente de Venezuela dio la orden de detenerlo cuando estaba a punto de ser capturado por la policía peruana.

Camino a La Haya


El traslado de Milosevic a La Haya ha representado políticamente la virtual desaparición de Yugoslavia. Las renuncias del primer ministro yugoslavo, Zoran Zizic, y las críticas del presidente, Vojislav Kostunica, prácticamente rompieron la coalición que mantenía unida a Serbia con Montenegro. Para Kostunica y Zizic lo hecho por Djindjic es una afrenta a la soberanía yugoslava.

Se sabe que la decisión de entregar a Milosevic a La Haya fue estimulada por un préstamo del Mercado Común de 1.300 millones de dólares. Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia de Yugoslavia, integrada por jueces que secretamente responden a Milosevic, había prohibido el traslado. El presidente Kostunica consideraba que lo único que podía levantar esa prohibición era una resolución mayoritaria del Congreso. Djindjic estimó que el país no podía darse el lujo de esperar tanto tiempo y entregó a Milosevic a Carla del Ponte, la severa y estricta fiscal de la Corte de La Haya quien, al enterarse de la noticia, simplemente se limitó a declarar : "Fue una bella sorpresa. Hoy podemos decir que se hizo justicia".

Lo cierto es que en menos de una semana dos representantes de gobiernos dictatoriales y genocidas terminaron entre rejas, y el tercero -Pinochet- disfruta de una libertad vigilada debido a que sus abogados probaron que está más loco que una cabra y que por lo tanto no puede ser juzgado.

Alguien podrá decir que aún quedan varios personajes siniestros por condenar o que en estos temas sigue predominando el criterio de que los poderosos nunca rinden cuentas. Es probable que así sea, pero bueno es reconocer que algunos cambios se están dando. Lo ocurrido no es como para hacerse grandes ilusiones respecto del futuro que nos aguarda, pero convengamos que en este mundo cada vez más indescifrable y cada vez más asediado por sombras inquietantes, la detención de estos dos personajes representa una pequeña satisfacción que merece ser valorada.