Opinión: OPIN-01

Las penurias afganas vienen de lejos


Afganistán es un estado pobre y montañoso, sin salida al mar y con recursos naturales que, hasta la fecha, no han sido debidamente explotados, salvo el caso del opio que se ha transformado en el principal recurso de exportación en este país del Asia central dominado por una de las dictaduras más moralistas, retrógradas y represivas de la actualidad.

Pero las desgracias de este pueblo no provienen de la geografía sino de la acción humana. En otras condiciones, Afganistán podría ser una sociedad medianamente próspera. Los entendidos dicen que casi llegó a serlo en la década del 60, pero los golpes de Estado, las invasiones extranjeras, las intervenciones militares y los fanatismos religiosos se encargaron de frustrar esa alternativa.

En los últimos treinta años, Afganistán padeció veintidós años de guerra civil, tres años de una sequía que arruinó su producción agrícola y ya lleva cinco años de dictadura talibán, un régimen teocrático cuya extremismo político y cultural generó en su momento el repudio de la mayoría de los gobiernos musulmanes.

En esas condiciones, no llama la atención la pobreza rayana en la miseria, los altos índices de desnutrición y analfabetismo y la huida de amplios sectores de la población hacia los países limítrofes. El atraso crónico del país y los sufrimientos de la población civil no se iniciaron con la actual ofensiva norteamericana, vienen de larga data, pero se acentuaron de manera extraordinaria con la dictadura talibán.

Los ataques norteamericanos y británicos no han hecho más que agravar la situación, pero es necesario reconocer que el poder político de Afganistán dispuso de casi treinta días para decidir qué hacer con Ben Laden. Como es de público conocimiento, la dictadura optó por proteger a un terrorista que, a juzgar por informes recientes, más que un refugiado es una de las figuras clave del poder político talibán.

¿Quiénes son los responsables de lo que está ocurriendo en Kabul y Kandahar: Estados Unidos o los talibanes que no vacilan en sacrificar a su propio pueblo para proteger a uno de los más grandes terroristas de la historia? La respuesta a esta pregunta no es sencilla, la actitud de los Estados Unidos puede ser opinable, pero es evidente que la principal responsabilidad de lo que está ocurriendo recae sobre esta dictadura teocrática y retrógrada que en nombre del fanatismo religioso condena a muerte a su población civil.

Lo cierto es que, en la actualidad, de los padecimientos del pueblo afgano se ocupa más la comunidad internacional que los propios talibanes. Las tareas de solidaridad se expresan fundamentalmente a través del Programa Mundial de Alimentos en el que, curiosamente, el 80 por ciento de los fondos provienen de los Estados Unidos. También le corresponde a este país haber destinado 185 millones de dólares en el 2000 para alimentos, remedios y albergues. El pasado 4 de octubre se destinaron 320 millones de dólares para asistir a Afganistán y, muy en particular, a los refugiados en Pakistán.

Sería deseable que la guerra concluya pronto y que las bandas terroristas que han hundido en la ruina a este país sean detenidas y juzgadas por tribunales internacionales. La dictadura talibán ha hecho mucho daño a este sufrido pueblo y así parecen entenderlo los dirigentes de la Alianza del Norte, la principal coalición opositora que, con las armas en la mano, lucha contra la dictadura mientras promete constituir un gobierno de amplia coalición democrática que ponga fin a la guerra civil, liquide al terrorismo fundamentalista e inicie para Afganistán el proceso de recuperación social y política.