Opinión: OPIN-02

Apenas una batalla ganada

Por Rogelio Alaniz


Se dice que la Alianza del Norte tomó la ciudad de Mazar-e-Sharif, pero en realidad habría que decir que quienes realizaron la hazaña militar fueron los aviones norteamericanos. Los afganos pusieron los hombres y el coraje; los yanquis el dinero, las armas y las bombas.

A un mes de iniciados los bombardeos, los resultados no son para subestimar. La Alianza del Norte ya controla un tercio del territorio, y todo parece indicar que, más tarde o más temprano, las tropas enfilarán a Kabul para poner fin a una de las dictaduras más trogloditas y sanguinarias de los últimos tiempos.

El apoyo militar, logístico y económico de Estados Unidos e Inglaterra ha sido decisivo. Liberada a sus propias fuerzas, la oposición a los Talibán nunca podría haber aspirado a una ofensiva de esta naturaleza. La probable victoria de la Alianza del Norte es por lo tanto una victoria de Estados Unidos.

Puede que la conclusión sea un tanto descorazonadora para más de un afgano, pero no tiene por qué desanimarse, ya que no sería ésta la primera vez que los afganos ganan una guerra gracias al apoyo de una potencia extranjera. Esta verdad la conocen mejor que nadie los propios Talibán, que en su momento derrotaron a los rusos y conquistaron el poder gracias al apoyo norteamericano, la plata saudita y las intrigas paquistaníes.

Dos inconvenientes pueden demorar la victoria final: el Ramadán y el general invierno. La celebración religiosa musulmana que se inicia en estos días puede dar lugar a que Estados Unidos demore la ofensiva, aunque uno de sus principales voceros declaró que cuando se está en guerra no hay festividad religiosa que valga.

Por su parte, el llamado general invierno puede ser un enemigo de cuidado, pero no es ésta la campaña de Napoleón contra el zar Alejandro o la ofensiva de Hitler contra Stalin. Por el contrario, tal como se presentan los hechos, es muy probable que el frío congele a los desharrapados soldados Talibán que a las abrigadas y calefaccionadas tropas de la Alianza del Norte.

Pero hay otro factor que puede retardar la ocupación de Kabul: Estados Unidos no quiere dar saltos al vacío y, por lo tanto, no está dispuesto a servirle el poder político en bandeja de plata a la Alianza del Norte sin antes haber aclarado algunas cosas.

En primer lugar, el gobierno de Bush quiere una garantía de que los nuevos ganadores no intentarán ensayar aventuras militares o montar provocaciones contra Pakistán, orientadas a romper el frágil equilibrio político de la región. Para ello, Estados Unidos supone que es necesario establecer un gobierno de consenso, en donde haya lugar incluso para los Talibán moderados.

Con respecto a la calidad política de la Alianza del Norte, no conviene hacerse demasiadas ilusiones. Las diferencias de algunos de sus dirigentes con los Talibán son más de forma que de fondo. Que nadie crea que se está ante una coalición política racional, previsible, progresista y moderna. La Alianza del Norte de alianza sólo tiene el nombre, porque lo que allí se ha formado es un pacto pampa, dictado más por la necesidad de sobrevivir que por principios políticos y, mucho menos, por principios políticos occidentales.

Con generosidad y algo de buen humor, podría decirse que la diferencia entre los Talibán y los tajiks es que unos viven en la edad de piedra y otros en la edad de bronce. Unos creen que los sacrificios humanos son necesarios y los otros se conforman con adorar al becerro de oro.

Por último, Estados Unidos presionará para que se firme un compromiso militar y político orientado a expulsar del territorio afgano a los terroristas de Osama Ben Laden. Los yanquis no se tomaron el trabajo de ir hasta Afganistán para decirles a sus dirigentes cómo deben gobernarse, sino que fueron para desmontar la red terrorista dirigida por el multimillonario saudí y capturarlo a él "vivo o muerto". La tarea aún está pendiente.

Ni la derrota de los Talibán, ni el desmantelamiento de la red terrorista, ni la propia muerte de Ben Laden le aseguran a Estados Unidos haber logrado los objetivos propuestos. Lo que sí queda claro es que si todas estas premisas se pudieran cumplir en un plazo más o menos razonable, el fundamentalismo musulmán lo va a pensar mucho cada vez que quiera extender su actividad terrorista a Occidente.