Cultura: CULT-03

Pavese decadente

Por Alberto Moravia


He leído en estos días, por primera vez, Il mestiere di vivere de Cesare Pavese. Es un libro penoso; y esta pena, si bien se mira, procede sobre todo de la combinación singular de un dolor constante, profundo y acerbo, con los caracteres mezquinos, solitarios y casi delirantes de un literato de oficio. Por un lado, este dolor, que en Pavese tenía motivos concretos y, por desgracia, irremediables; por el otro lado, una vanidad infantil, desmedida, megalómana (...).

Estos caracteres de Pavese se ven en su justa luz si, dejando de lado toda cuestión de cualidades, comparamos Il mestiere di vivere con el Zibaldone de Leopardi. También Leopardi, además de ser poeta, era literato. Pero en Leopardi la poesía y la vida se comunicaban y se equilibraban y se purificaban recíprocamente. En Pavese, en cambio, antes que todo, y tan sólo, está el literato, así en la vida como en la obra. Y aquel dolor que, como hemos dicho, no parece encontrar expresión en la vida ni en la obra, permanece sin desahogo de acción y sin purificación poética y finalmente lo lleva al suicidio.

De la lectura del Diario, y después, de los libros, se recaba la impresión de que, todo sumado, las ideas de Pavese son más importantes que su obra. Ésta sufre de cierta literariedad, nunca feliz ni resuelta en poesía, parecida a un humanismo al revés. El esfuerzo de Pavese, que tendió sobre todo a la creación de un lenguaje hablado, directo, inmediato, todo acción, parece haber fracasado principalmente por no haber entendido bien los límites y la naturaleza de semejante lenguaje. En efecto, un escritor puede fundir su cultura y su inspiración en el lenguaje literario, culto, de su tiempo (como por lo general hicieron todos los grandes narradores del pasado), o bien puede transferirse a un personaje-pantalla, a una voz, a un "yo" enteramente popular, como, para indicar sólo pocos nombres, hicieron Verga (tercera persona), y Belli y Porta (primera persona). Pero lo que no puede absolutamente hacer es fundir su propia experiencia y su propia psicología de hombre culto (en el caso de Pavese, cultura de origen decadentista e irracionalista) en el lenguaje popular. Y ello porque el lenguaje popular es tal no porque emplea modos de decir coloquiales y dialectales, sino principalmente porque con esos modos expresa una concepción de la vida y de los valores, tradicional, amarrada al sentido común, estrechamente limitada y determinada por las necesidades naturales y prácticas: que es como decir nada decadente e irracional. El lenguaje popular, en otros términos, antes que expresar un mundo que está fuera de la historia, como creía Pavese, expresa un mundo en el que la historia ya muerta y apartada de sus motivos éticos ha podido convertirse en hábito, costumbre, proverbio, cordura y también -¿por qué no?- cinismo y escepticismo. En cambio Pavese, persiguiendo la idea nietzschiana y decadente del mito, intentó la operación imposible de hacer decir por personajes populares, con un lenguaje popular, las cosas que le interesaban a él, hombre culto, de psicología y experiencia decadentes. Es curioso observar cómo, siguiendo por este camino, Pavese tenía que encontrarse forzosamente con la experiencia dannunziana ("tu clasicidad: las Geórgicas, DïAnnunzio, la colina del Pino"). Sólo que DïAnnunzio, decadente consciente, nunca trató de transferirse a un personaje popular que hablase en lenguaje dialectal: escribió en forma áulica, con el idioma de la cultura, como correspondía. Verga, que no era decadente, y que no buscaba el mito sino las razones reales de la vida y de la poesía, en cambio, escribió en lenguaje popular y casi dialectal (...).

En Il mestiere di vivere, escribe Pavese: "El tuyo es un clasicismo rústico, que fácilmente se convierte en etnografía prehistórica". Esto era lo que Pavese pensaba de sí mismo; pero nosotros sabemos que no se ha de juzgar a los hombres por lo que creen o quieren ser, sino por lo que realmente son. Y que toda autodefinición tiene un significado ignoto para quien se autodefine. Pavese se autodefinía clásico rústico; en realidad, era un decadente provinciano. Probablemente, Melville, a quien Pavese tanto admiraba, hubiera dado de sí una definición ingenuamente moral y literaria, opuesta a la de Pavese, tan culta y tan crítica. Pero Melville creó el mito de la ballena blanca precisamente porque no estaba en su intención inventarlo. Pavese persiguió toda su vida el mito, con la intención de alcanzarlo, y no se logró.

(De "El hombre como fin". Traducción de Attilio Dabini. Losada, Bs. As., 1967).