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El día que la Argentina se levantó

%s. Télam. ESPONTANEIDAD. Centenares de personas, la mayoría de clase media, se agolparon anoche frente a la Casa Rosada para protestar contra el gobierno. El discurso de Fernando de la Rúa despertó críticas y movilizó a la gente en distintas ciudades del país.

Los saqueos fueron seguidos de manifestaciones espontáneas de protesta. A lo largo de los últimos años se habían vivido situaciones similares en distintas provincias. Esta vez, la reacción social se extendió a toda la Argentina.


Todo ocurrió en cuestión de horas. Primero fueron los pillajes de Rosario el viernes, luego el fenómeno se repitió en las principales ciudades del país hasta que, finalmente, el caos, el desborde y la desobediencia civil se apoderaron ayer de la Argentina tras una larga agonía.

Nadie pudo detener el devenir de los acontecimientos. No hubo partido político ni sindicato que movilizara a la gente que decidió salir a protestar y a exigir un cambio por cuenta propia. El desenlace fue la consecuencia del agobio, del cansancio, del hartazgo.

Anoche, luego de que el presidente Fernando de la Rúa se dirigiera a los argentinos en un discurso que era esperado por todos, la gente dijo basta.

La Plaza de Mayo fue el epicentro de una protesta impresionante por sus dos principales características: la masividad y la espontaneidad.

Sin cifras estimativas de la policía, se puede decir que como mínimo unas diez mil personas llenaron la histórica plaza en abierto reclamo por un cambio de políticas y de hombres.

Esa cifra, sin embargo, podría resultar modesta, ya que el flujo de ciudadanos que llenaba la plaza no se detuvo por varias horas y las manifestaciones continuaron esta mañana.

La protesta fue protagonizada por una gran mayoría de familias de clase media, en especial jóvenes, todos "armados" con nada más que cacerolas, botellas de plástico, latitas de gaseosa, silbatos, redoblantes y, sobre todo, banderas argentinas.

Por eso el accionar policial apareció como injustificado. Esto generó la reacción de algunos grupos de manifestantes, que se enfrentaron a la policía, arrojaron objetos contra la Casa Rosada -un hecho casi inédito- y terminaron por incendiar sectores del Ministerio de Economía y destruir vidrios de otros edificios oficiales, en la zona que rodea a la Plaza de Mayo.

Sin precedentes


Lo que a las 23.30 parecía ser un cacerolazo más de los que se habían organizado en distintos sectores de la Capital Federal y otras ciudades argentinas, en media hora ya era una pueblada sin precedentes en la historia reciente del país.

El Himno Nacional fue cantado (gritado) a voz en cuello por la muchedumbre en varias oportunidades, las únicas en que el increíble cacerolazo se silenció un poco: desde el comienzo de la protesta hasta por lo menos una hora después el barullo no se detuvo nunca.

Hasta que la manifestación se hizo masiva, no había aparecido ningún cartel de organización política alguna y con sólo observar a la gente que llegaba a la plaza con una expresión mitad alegría y mitad enojo, se notaba que era algo que se les ocurrió, sin ningún activista detrás.

Poco después se supo que Domingo Cavallo había renunciado y que De la Rúa y todos sus ministros deliberaban en la residencia de Olivos, donde se evaluaban alternativas para apuntalar la gobernabilidad.

En el transcurso de la jornada de ayer, hubo muertos, heridos, comerciantes que lo perdieron todo porque se transformaron en el blanco injustificado de la violencia de quienes buscaban alimentos y de los otros, los que aprovecharon el descontrol para robar lo que pudieron.

El país ya había estallado. La gente había demostrado abiertamente su cansancio y su decisión de exigir un nuevo rumbo para un país en el que la agonía se hizo demasiado larga y dolorosa. Un país en el que el futuro aparece como algo incierto.