Opinión: OPIN-01

Que el fútbol no sume violencia


En momentos en que nuestro país tiene amplios y divergentes sectores en la calle, manifestándose y expresando su malestar -a veces asociado a formas de violencia que se cobraron muchas vidas en el último convulsionado mes-, el fútbol, un fenómeno de masas definido por pasiones y enfrentamientos de divisas, lejos de aportar algo de diversión y de entretenimiento a los denominados torneos de verano, dejó su habitual cuota de violencia y se llevó una vida joven. Una más. Nos referimos al caso de Fernando Palermo, el hincha de Boca Juniors que recibió dos puñaladas que le provocaron la muerte tras el cotejo "amistoso" que disputaron Boca y River en Mar del Plata el sábado 26 de enero pasado.

Antes, en el estadio, se vivieron momentos de verdadero pánico con corridas, disparos y gases: gestos e imágenes de una sociedad que está enferma, en estado de ebullición permanente, cada vez más violenta y menos educada, con la manifestación de conductas que difícilmente puedan ser asimiladas a un espectáculo disfrutado en vacaciones.

Como si la vida segada violentamente de un joven (en un país que desprecia, entre otros valores, el de la vida humana, la propia y la del prójimo) no fuera suficiente motivo de alarma, unas pocas horas más tarde, el domingo, en un clásico disputado en Córdoba entre Talleres y Belgrano, se volvieron a ver y lamentar episodios de violencia, que no terminaron en otra tragedia sólo por casualidad.

Cabe aquí reflexionar sobre la razón de ser de estos denominados amistosos de verano, que no obstante convocan a rivales clásicos, "calentando" lo que debería ser una pretemporada o un descanso, y trayendo a escena más fútbol, ya sea éste llamado por la televisión, los propios clubes que -necesitados de fondos- se perfilan para la competencia verdadera o los hinchas que quieren ver a sus equipos preferidos en los centros turísticos más importantes. Cualquiera fuera la motivación, es obvio que la pasión no se distiende, no al menos en la misma medida en que sí parecen hacerlo los controles y los celos organizativos, personas que tienen responsabilidades concretas y que acaso creen que por tratarse del verano, de las vacaciones y de torneos no oficiales, pueden relajarse las habituales medidas de seguridad que un espectáculo de estas características reclama. Mucho más en la situación actual, con una sociedad convulsionada, movilizada, y con elementos violentos infiltrados y listos para aprovechar cada reunión multitudinaria de personas a fin de atentar contra lo instituido.

No es ocioso este repaso si se recuerda que en Mar del Plata también, y en un supuesto amistoso de verano a fines de enero de 2000, antes de un clásico Boca-River, se enfrentaron barrabravas de la entidad de la Rivera que dirimían su propia interna -y que no estaban ni distendidos, ni de vacaciones, ni dispuestos a disfrutar de espectáculo alguno- y que arrojó seis heridos y la muerte de Miguel Cedrón.

No es ocioso tampoco efectuar estas reflexiones horas antes de que Santa Fe vea disputarse una caprichosa edición del clásico Colón-Unión, la que pone corolario sólo para las estadísticas al Apertura 2001, un enfrentamiento cuya tradición no se caracteriza precisamente por la falta de violencia o la amistosa relación entre sus hinchas más fanáticos. Varias muertes, lamentablemente, ha sumado Santa Fe a la triste nómina de violencia que suele acompañar a los espectáculos futbolísticos, siempre infiltrados por delincuentes que se mimetizan entre las veinte o treinta mil personas que se movilizan para un encuentro en esta ciudad.

El propio intendente Marcelo Alvarez, alguien que no está sospechado de impedir las manifestaciones que identifican a la ciudad, advirtió sobre los riesgos adicionales que este clásico en particular acarrea: tener a miles de personas en las calles en un sitio que, como el nuestro, ha estado en continuo estado de protesta (algunas violentas) y con los ánimos exacerbados. No parece ser el clásico un antídoto, un calmante o siquiera una distracción para esta situación de real gravedad que viven el país, nuestra provincia y su empobrecida capital. A ello debe sumarse la distracción -una ocupación casi excluyente- de gran cantidad de agentes policiales, con la obvia desatención de otras responsabilidades.

Es por ello que no puede menos que pedirse que se extremen el celo y el profesionalismo en quienes tienen el deber de prevenir y controlar desbordes. Lo mismo debe exigirse a quienes van a disfrutar de un partido, los miles de hinchas y simpatizantes que le dan calor y color a los clásicos. Esa ha sido y es la festiva y sana función -ahora alterada- de los espectadores: brindar marco al encuentro, dar aliento a sus equipos, disfrutar del partido, del juego. Que el tan mentado clásico no sume violencia o mayor dramatismo a un momento y una sociedad que ya vive horas violentas y dramáticas.