Opinión: OPIN-02

El infierno de Medio Oriente

Por Rogelio Alaniz


Ni Sharon ni Arafat están dispuestos a decir adiós a las armas. Por historia, por formación política y por destino ya no pueden cambiar. Lo grave es que las fuerzas sociales que intentan representar cada uno de ellos tampoco desean cambiar. Palestinos y judíos marchan hacia la guerra total. Los verdugos militan en ambos bandos, pero las víctimas son siempre las mismas. Muchos quisieran otro tipo de salida, pero tal como se presentan las cosas, la guerra es el único horizonte posible.

No es la primera vez que en la historia de la humanidad los pueblos se destrozan en enfrentamientos bélicos que el sentido común hubiera aconsejado evitar. No es la primera vez y seguramente no será la última. Los que sobrevivan para contarlo escribirán la historia y hablarán de los errores y torpezas pero, mientras tanto, cuando hubo que razonar lo que predominó fue la venganza, el delirio y la locura.

Cuando nos enteramos de que la derecha israelí está dispuesta a abandonar el gobierno porque supuestamente Sharon es un tierno, uno no puede menos que pensar que una parte de esa sociedad está enferma de odio y de miedo, lo que a veces viene a ser lo mismo. Por el lado de los palestinos, la locura también está a la orden del día. Sus operativos terroristas no hacen más que hundir en los escombros lo poco que quedaba de su estado nacional. Inmolarse por una causa puede ser muy heroico, pero en términos militares y humanos sus resultados son más que discutibles.

Las cifras son elocuentes. Desde que empezó esta Intifada los muertos palestinos multiplican por cinco a los muertos judíos. La diferencia en vidas no hace más que poner en evidencia la diferencia en poderío, una relación que los palestinos jamás podrán desnivelar. También la diferencia demuestra quienes son los fuertes y quienes son los débiles y a quien no le conviene la guerra.

La tragedia de Medio Oriente consiste en que que todos alientan la vía militar, cuando en realidad todos saben que por la vía militar no hay salida posible. Los árabes jamás podrán cumplir con su sueño de arrojar a los judíos al mar, entre otras cosas porque Israel es una potencia militar con extraordinarios recursos técnicos, una asombrosa capacidad de movilización y el respaldo casi incondicional de la primera potencia del mundo.

Por su lado, los judíos saben que pueden derrotar militarmente a los palestinos, pero también saben que la causa de sus enemigos es invencible en tanto y en cuanto el reclamo de un territorio y un gobierno propio -además de legítimo- es apoyado hasta por Estados Unidos. Atrasados, perseguidos y gobernados por una ANP corrompida, los palestinos pelean por lo justo y el empecinamiento de Israel en desconocerles derechos evidentes alienta las prácticas terroristas, en una región en donde desde hace décadas el lenguaje de las balas y las bombas es el más popular.

Israel es una potencia económica y militar con un pueblo decidido a jugarse la vida para cumplir el sueño de Ben Gurión y Golda Meir. Sus habitantes disfrutan de un ingreso per cápita del primer mundo. Su orden político, sus organizaciones sindicales, su sistema educativo y las pautas culturales dominantes, explican las diferencias existentes entre Israel y el mundo árabe.

Pero esa fuerza es también su "debilidad". Israel es una sociedad democrática y burguesa -tal vez la única en esa región infestada de dictaduras y monarquías absolutas- cuyos habitantes han aprendido a pensar por cuenta propia y a disfrutar de los beneficios de las sociedades de consumo.

En Israel las libertades se respetan y el peso del fundamentalismo religioso se contrasta con la cultura laica de amplios sectores de la sociedad que si bien están dispuestos a defender su tierra, odian la guerra y no quieren saber nada con aventuras militares que en nombre de un pasado discutible ponen en peligro el futuro de todos.

Sharon podrá ejecutar a Arafat, pero no va a liquidar la resistencia del pueblo palestino. El precio a pagar por sus operaciones punitivas contra los palestinos será el de soportar periódicamente nuevos atentados terroristas contra su población civil. Los halcones judíos suponen que la mano dura es la única respuesta posible a los palestinos. La experiencia demuestra que desde que la pusieron en práctica, los atentados terroristas en las principales ciudades de Israel se multiplicaron.

Tal vez la imputación más seria que se le debe hacer a Sharon es la ausencia de una estrategia que vaya más allá de la venganza. Arafat no es una mansa paloma, pero está muy lejos de ser el enemigo principal de Israel como postulan los halcones judíos. Cada vez son menos los que creen en la vocación pacifista de Arafat, pero una cosa son las desconfianzas que pueda suscitar un líder político envejecido y desprestigiado y otra muy distinta es la saña con que es atacado por Sharon, cuando es a todas luces visto que el terrorismo palestino existe con independencia de Arafat y, muchas veces, muy a pesar suyo.

Israel no puede pretender que Arafat se transforme gratuitamente en el carcelero de sus propios militantes y de su pueblo. Y mucho menos cuando la ofensiva militar judía no respeta territorios, ciudades y edificios. Israel no será un ejército de ocupación, pero actúa como si lo fuera. Las muertes de niños y mujeres no se pueden justificar desde ningún punto de vista. La legalización de la tortura y el ajusticiamiento de los prisioneros es un recurso tan bárbaro y repugnante como los métodos terroristas empleados por los palestinos.

Alguien dijo que la verdad es la primera víctima de toda guerra. Es cierto que en la guerra se miente, se tortura y se mata, entre otras cosas porque ésa es su lógica. Lo que ocurre en Medio Oriente en ese sentido es previsible y ése es el argumento que emplea Israel y los palestinos para justificar sus tropelías, pero la opinión pública internacional no tiene por qué aceptar ese tipo de razonamiento fáctico que pretende legalizar lo siniestro.

Tal como se presentan las cosas, la guerra en Medio Oriente continuará con su secuela de horrores e injusticias. Las posibilidades de que los protagonistas centrales acepten una negociación pacífica son cada vez más remotas. Palestinos y judíos parecen haberse entusiasmado con la consigna suicida "cuanto peor mejor". Por el momento no hay indicios de que decidan decidan modificarla por lo cual, antes de que Medio Oriente se convierta en un infierno, sería deseable que la ONU y, muy en particular, Estados Unidos intervengan, no para favorecer a una de las partes sino para imponer condiciones a favor de una paz justa y duradera.