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Toco y me voy: Disquisiciones sobre la harina

En mi vida se me hubiese ocurrido escribir sobre la harina. Pero los aumentos sucesivos del producto tamizaron de tal manera mi pensamiento, que ahora es pan comido.


Es que uno tiene cuando es pibe una representación mediada de lo que es la harina: a lo sumo es uno de los elementos de la lista que debía traerse del almacén o del súper; y, en el caso de gente muy informada, la certeza de que las tortas fritas, el pan y las masas para el mate se hacen con esa materia prima. Además, en tiempos de las colas sintéticas (y no hay aquí ninguna referencia a cirugía plástica alguna), el engrudo tiene un sonido cavernoso y de mala palabra impronunciable, aunque en una época era indispensable.

El engrudo, una cosa pegajosa que se hace con harina y agua (y de sólo pensar que algo parecido va a parar a nuestro estómago, dejo voluntariamente de comer pan por el resto de mi vida), era un útil escolar sumamente apreciado, capaz de pegar para siempre a San Martín (y al combate de San Lorenzo completo, con pino y todo) en el cuaderno de nombre ídem, que a fuerza de nuevas aplicaciones en páginas sucesivas, se iba engrosando hasta quedar como una masa de hojaldre, capa sobre capa, y preocupando al portafolio con su afán expansionista.

Igualmente, nadie concebía la realización de un barrilete con adhesivo sintético. Un poco porque demandaría unos cuantos envases, encarecería la confección y sobre todo se perdería el peso justo que el embadurnado (embardunado decíamos sin corrección posible) general le daba al artefacto presuntamente volador. Y si bien era engorroso elaborar el engrudo y salir indemne (uno podía terminar irremediablemente pegoteado si no hacía bien la cosas; y quien suscribe, nunca las hacía bien), una vez que eso pegaba, podían venir catorce dotaciones de bomberos con cortafierros y todo, que despegarían cualquier cosa menos el área sellada con tan noble y artesanal producto.

Las abuelas se manejaban con la harina común como si se tratare de aire o agua: un elemento indispensable, básico e insustituible. Después, le agregaban el omnipresente polvo de hornear o se manejaban con levadura (de olor y aspecto intimidatorios, imposibles de asociar con algo comestible) y recién muy cerca en el tiempo sucumbieron a los encantos de la harina leudante, que parecía y era quizás más cómoda pero obligaba a readaptar centenarias recetas transferidas de generación en generación. Con la "d" sobrante de "tradición", se pasaba a traición sin escalas y la nona debía persignarse delante de la foto de su madre parada y durita para toda la eternidad detrás del hombre, más canchero aunque con unos mostachos que también parecían haber sido barnizados con engrudo.

Conscientes de ese cambio, la mayoría de las marcas de harina leudante traían recetas, hasta las de los primarios buñuelos; además de ofrecer gratis manuales completos que llegaban por correo.

Ahora la nona sonreiría (o empezaría a las puteadas en piamontés: hasta las merluzas de la pescadería se irían por sus propios medios a los piques del súper) con sólo comprobar en los estantes de las harinas dos cosas de fácil percepción: el precio sideral que el paquete tiene con relación a otros productos; y la mariconada de presentar harinas para pizzas, para tortas fritas, para escabeche de pollo y para pan con queso. Encontrar un paquete de harina a secas nomás (a mojadas, sería el fatídico engrudo) es casi un milagro. íNo sean haraganes y compren la harina de siempre en vez de aceptar el verso -además caro- de que así está lista para una tarta o para armar una torta de cumpleaños ya decorada y con velas y todo! íNo perdamos más lo artesanal, que no cuesta o cuesta menos, tiene valores hasta históricos y sociales además de nutritivos! Y ojo que no se trata, creo que está claro, de negarse al progreso o a la comodidad. Pero harina para tortas fritas, háganme el favor...

Bueno, ya me descargué. Es increíble el carácter terapéutico y de catarsis que tiene el Toco y me voy, al menos para quien lo escribe (y ustedes arréglense, mis chiquitos).

Y si bien la harina está presente de muchas formas en nuestras vidas, acá sólo nos referimos a lo básico. Se me ocurre que bien puedo escribir también sobre masas, facturas, bizcochos y otras hermosuras que hacen nuestra vida un poco más calórica pero feliz. Pero no quiero que los panaderos me den un bollo y además no puedo ser tan gil de quemar un tema que puede desarrollarse de manera unitaria la semana que viene, o la otra, o la otra, en sucesivas horneadas. Así que disculpen: mi mente ya quedó en blanco. Estoy hecho polvo. Y los productos derivados son harina de otro costal.

Néstor Fenoglio