Nosotros: NOS-09
Nosotros

Toco y me voy: ¿Vamos a comer un asadito?

No sólo que están cambiando nuestras costumbres alimenticias de prepo, sino también las prácticas sociales más arraigadas. Minga te voy a invitar a un asadito.


Decíamos que la crisis terminal por la que atraviesa el país -frase hecha si las hay: y si es terminal, ¿por qué sigue atravesando lugares lo más campante?- está cambiando los cimientos mismos del argentino, la forma en que come, se relaciona, se hace el bocho y todos los etcéteras que son alcanzados implacablemente. Mah, sí: pongamos toda la carne en el asador.

Una de esas inveteradas prácticas argentinas era -en pasado- reunirse en torno de una mesa, a cualquier hora. Nos envidiaban en el mundo por nuestra capacidad gregaria, por salir siempre, por el encuentro de amigos. Y, como una nave insignia de esas reuniones, el asado.

"Che, a ver si nos comemos un asadito", era el disparador, difuso o no, para una presunta reunión. Podía suceder que la invitación fuera una expresión de deseos, porque primaba más la demagogia o la chantada de no precisar una fecha, porque todo por estos lados es así, casual y posible, potencial eterno, capaz que sí, que hoy mismo comen el asado; capaz que nunca, que cuando vuelvan a cruzarse en la calle, che, a ver si nos comemos un asadito.

Sucede que el precio de la carne fue podando el asadito y lo puso en concordancia con el diminutivo: un asadito de dos por dos, unos pocos centímetros cuadrados de carne. Nótese qué artero golpe a nuestra idiosincrasia de fanfarrones irredentos. Antes "el asadito" incluía chorizos, morcillas, ubre, riñones, tripa rellena (no lloren mis chiquitos: recién empiezo), mollejas, chinchulines, después costillas y encima marucha. Y todo en cantidad industrial. El asadito argentino era un asado colectivo, pa'que tenga y pa'que traiga.

Enseguida se empezaron a suprimir algunos cortes: o carne o achuras, porque el presupuesto ya no daba. También se redujo sensiblemente la cantidad de comensales: nada de invitar al conjunto de fútbol entero, ni de lanzar al aire masivas convocatorias. Se empieza a invitar de a uno y si no tiene muchos chicos.

Pero la cuestión no quedó ahí: ya los primeros visionarios se dieron cuenta de que lo del asadito ya no corría más. Así que los vagos empezaron a invitar, sin perder entusiasmo, a comer unos pollitos. Y después, unos pescaditos. Y después un arroz, unas pizzas, unos fideos. Ahora unos porrones (aun cuando arteramente se rompió la paridad uno a uno del producto: maulas no se le hace eso a la gente) o unos mates y más vale que vos traigas los bizcochos o las facturas.

Por estos días, si todavía hay un millonario o un descolgado o un rebelde que te dice che vamos a comer un as..., no termina la frase que ya estamos abrazados al filántropo y benefactor, mientras apuramos a los chicos y cancelamos de inmediato cualquier compromiso, aunque se trate de la operación de vesícula de la nona, que bien puede reprogramarse. íUn asado! íCómo no vamos a acompañar a este prohombre, a este héroe, a este ejemplo y a este ciudadano que hace docencia, pues muchos en cualquier familia desconocen en qué consiste ese otrora tradicional alimento de los argentinos!

Y si ya fue aniquilada esa (convengamos que) a veces exagerada capacidad para generar comilonas de la nada, comilonas que por otra parte debían tener carne vacuna asada porque "si no, no es comida", lo malo es que junto con ella terminaron con las invitaciones y el intercambio y nos remitieron al fondo de nuestro patio, donde rumiamos ilusiones perdidas y donde el asador es una incomprensible construcción decorativa, que además se empieza a llenar de macetas...

Queda el clásico asado de los domingos para la familia, también en retirada, por lo que se empiezan a recordar ancestros italianos y reaparecen las pastas.

Mientras pensamos en recuadrar y colgar en la pared la foto de la última reunión cárnica con los vagos, bien podemos decir que este país en llamas nos arrebató, literalmente, el asado.

Néstor Fenoglio