No confiesa su ambición en voz alta: sabe que nada de lo que él convoca ha muerto, y que podría surgir y volvérsele en contra, acaso herido, acaso blasfemado. El poeta florentino Mario Luzi (nacido en 1914 y reconocido como el más grande poeta vivo de Italia) comienza su Viaje terrestre y celeste de Simone Martini, libro de 1994, con lo que parece ser, en una primera lectura, una reescritura de la Divina Comedia. íApuesta ambiciosa! Pero muy lejos se halla cualquier banal adulación por el mármol literario del Dante. Porque lo que estos versos traen de nuevo al idioma italiano es la trama viva de la experiencia del viaje espiritual.
Luzi ha logrado un libro que quema el alma leer, escrito a la luz calcinante del espíritu. Su comentadora, prologuista y traductora al castellano es una excelente poeta que ha trabajado sin red en esas alturas, y lo más reciente de cuya propia obra ensayística y poética se viene difundiendo a través de la revista Hablar de Poesía. María Julia De Ruschi Crespo, cuya voz lírica, también a la hora de traducir, domina el arte de fusionar la cuidada belleza de la forma con la plenitud luminosa del sentido, merece ciertamente el premio que el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia le otorgó a la flamante versión castellana de este libro. Cerrarlo deja la sensación casi física de haber pintado un cuadro: sus colores se quedan pegados a la memoria, donde permanecen con el denso peso leve de restos de pintura. Pero de pintura que hubiera pasado por una combustión capaz de espiritualizarla en un instantáneo, supremo fulgor. Hay algo de sangre sacrificial y de fuego prometeico en el modo en que el poeta contemporáneo nombra los colores del pintor gótico Simone Martini. Si bien el plan de la obra -un viaje a Siena- hace esperar algo parecido a un relato lineal, lo que se narra es siempre la misma experiencia, y siempre distinta: el esfuerzo de traer lo divino al ámbito de lo humano. Son poemas-plegaria donde queda la huella de una visión tremenda. Parecen escritos en el linde con una realidad sobrenatural cuyo peso apenas puede ser soportado por lo que se conoce de lo real. La tierra -justamente- de Siena, el oro, el azul, evocan una materialidad transfigurada. Al hablar de la lucha del pintor por reanimar el alma del mundo, el poeta parece estar anotando sus propias últimas palabras. Cada verso tiene a la vez la contundencia de un epigrama que se siente ya póstumo y la velocidad de lo anotado al vuelo del instante. El clima es agónico y crepuscular: el día está por amanecer, los personajes están por despertar o por decir algo que no dicen, o por morir y no mueren. El temple, en el ánimo del yo lírico, es la vacilación. La fe vacila, constantemente. A veces falta aire, como si se estuviera a una gran altitud. Precisamente el Gótico es un estilo arquitectónico de espacios verticales, altos y estrechos, orientados hacia lo alto. Esta es una poesía altísima. Leerla es escalar, fatigarse. El peregrinaje de los personajes del libro, por entre montañas y valles, es acompañado por ascensos y descensos de los estados espirituales que el poeta expresa en sus angustiosas interrogaciones, en sus ritmos abruptos o bienaventuradamente calmos, en sus exclamaciones alborozadas, en sus susurros que parecen urdidos en los repliegues umbríos de una vigilia interminable.
Presentar al Renacimiento como decadente respecto del Gótico, y crear obras literarias con la ambición de recuperar una cosmovisión premoderna, fue una práctica difundida entre los escritores del Romanticismo. Lo nuevo en Luzi es su falta de ingenuidad, que lo hace preferir una noción del tiempo, por así decirlo, dialéctica. Su máscara histórica de personaje del Trecento no busca negar los siglos transcurridos, no pretende falsificar un horizonte de experiencia. Al contrario, por sus fisuras se cuela el presente. No el presente histórico (aunque llamen la atención algunos pocos anacronismos que aluden a la técnica) sino el más íntimo, el de la conciencia de esta época. Todo en esta poesía es fragmentario, y cuando se señalan al ser, a la unidad o al absoluto, es como si se estuviera avistando una tierra prometida desde muy lejos. Al respecto la imagen de la ciudad de Siena, desencarnada por la luz y la distancia es, si no metafórica, por lo menos sugerente o significativa. (No puede decirse que en esta poesía, donde todo cintila y reverbera, algo sea claramente el símbolo de otra cosa: cada imagen es ella misma y a la vez participa de eso otro que podría estar significando). No hay etapas de ascensión, ni paraíso al que se pueda entrar de una vez y estar con los bienaventurados. Una de las obsesiones de Luzi es la perpetua ecuación entre el paraíso y el vacío: "Y helo aquí -oh felicidad- ya es visible/ el otro cielo de la esfera/ no tocado por la creación/ no habitado por el pensamiento/ sino por su potencia...".
El alma carga con el bagaje de introspección que nos la vuelve verosímil a la presente generación -quienes habíamos optado por darle un elegante apodo griego-. Simone Martini, el alter ego prerrenacentista del poeta, es presa de una voz que narra su interioridad en tercera persona ("Pero he aquí que ya lo aferra,/ lo oprime/ la muela de molino del mundo. Oh, sálvame."). El alma, para expresar su no sabido saber visionario, habla muy poco en el vocabulario de la teología. Pero toma prestado mucho de su lenguaje de la zona humanamente más intensa que se ha permitido el siglo veinte: la enfermedad. Y a diferencia de los enfermos, se trasciende. Esta posible obra culminante de Mario Luzi es muy actual y muy siglo veintiuno, por cuanto en su posicionamiento ético respecto del yo guarda algunas similitudes con recientes tendencias artísticas, superadoras del narcisismo, que expanden el ámbito de la conciencia individual. Se incluyen hoy en la experiencia estética el dolor, la percepción como problema y no como dato cierto, las impresiones extremas, la piedad, el miedo, la imagen de la muerte, la historia de los pueblos, los secretos terribles que guardan las ciudades, en suma: lo humano en su descarnada realidad. El humanismo en la poesía de Luzi es lo suficientemente religioso como para trascender su propio patetismo y elevarlo al éxtasis en una escritura del goce: si no cree en el paraíso, lo construye y lo sostiene con el arte de la palabra.
Por Mario Luzi
Dentro la lingua avita,
fin dove,
fino a quale primo seme
della babuzie umana?-
Discende quei dirupi lui,
si cala
in precipizi
lungo venature e fibre
vibranti alcune
altre ossificate
da disuso e tempo.
Lo attirano
nel loro religioso grembo
recessi, laberinti,
pelaghi di densa oscurit‡
verso le infame radici,
fino
all'ancora muto verbo,
muto ma
conclamato
gi‡, forte, dalla sua imminenza.
Ed eccolo -oh felicit‡- Ž visibile
l'altro cielo della spera
non toccato dalla creazione,
non abitato dal pensiero
ma dalla sua potenza.
Ed Ž paradiso.
Dentro de la lengua de los antepasados,
¿hasta dónde,
hasta qué primera semilla
del balbuceo humano?-
Desciende a esos abismos, él, desciende
a precipicios
a través de vetas y filones
vibrantes unos
osificados otros
por el tiempo y el abandono.
Lo atraen
a su religioso seno
escondrijos, laberintos,
piélagos de densa oscuridad
hacia las recónditas raíces,
hasta
el verbo mudo aún,
mudo pero
proclamando
con fuerza ya por su inminencia.
Y helo aquí -oh felicidad- ya es visible
el otro cielo de la esfera
no tocado por la creación,
no habitado por el pensamiento
sino por su potencia.
Y es el paraíso.
Beatriz Vignoli