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Nosotros

"Marchemos, que se nos muere la vida"

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"Marchamos porque ser niño ya no es un barco de papel, ni una aventura de pan y chocolate. Porque ser niño pobre tiene su destino: prostitución, droga, cárcel o ser asesinado en cualquier esquina de la pobreza...". Movimiento de los Chicos del Pueblo


"A mí me gustaría que en Alto Verde no haya más robos, amenazas y que no se maten entre ellos, porque en vez de mejorar el pueblo lo rompen. Hay que cuidar nuestro pueblo", dice Jonatan. Él tiene 15 años y junto a Ariel, de 13, cuenta, al final de cada día, las monedas que llevarán a su casa tras largas horas de malabarear en una esquina.

"Me gustaría que todos los chicos de la calle tengan un hogar donde vivir y una familia, y que se quieran mucho", desea Ariel desde sus 13 años. "Yo quiero ser rico para comprarme un caballo, ropa y zapatillas. Quiero ser feliz, quiero tener muchos amigos para jugar", apunta Cristian, garabateando sueños.

"Queremos que todo cambie", sintetiza Flavia trepada a sus 11. Ellos se conocen, se cuidan, se acompañan, y cada mañana se reparten los semáforos de una punta a la otra de bulevar, para desafiar la indiferencia enmascarada detrás del parabrisas. Y así, en el pequeño espacio que les queda, muestran alguna que otra nueva destreza, de las que ensayan día a día para seguir viviendo.

Están descalzos y tienen la panza vacía. Por eso Ariel repite: "Me gustaría que todos los chicos de la calle tengan un hogar donde vivir y una familia, y que se quieran mucho...".

El país hoy se desangra en niños. "Como una inmensa boca dispuesta a devorarse a la mayoría de nuestros hijos, el hambre avanza sobre los pequeños que titilan en algún rincón del desamparo. Hay que darle cuerda a nuestra dignidad, decirle no a los accionistas de los niños descalzos. Montar en ganas: un vuelo rasante de palomas, un disparo de globos, el ratón de las monedas, el trencito que trepa y trepa el sueño que somos todos. No hay verdad más armada que la pura inocencia", dice Alberto Morlachetti, el coordinador del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo.

Explica así los fundamentos de la Marcha por la Vida, que el lunes pasado partió desde Puerto Iguazú (Misiones), protagonizada por 200 pibes y 100 adultos, para llegar el 8 de noviembre a la Capital Federal, una vez más con la esperanza de despertar las conciencias y ablandar corazones que parecen de piedra. "Realizamos esta marcha montados en las ganas de vivir de los chicos, para que broten los panes en la mesa en una mirada de manteles, para vestirse de guardapolvo blanco, para decir trabajo, para cantar infancia, para besar familia. Vamos a recorrer 4.500 kilómetros atravesando geografías, buscando ese latido de chocolate que abriga nuestro pueblo, subidos en una esperanza que se construye ternura a ternura, hasta fundar una nueva ilusión de la vida".

En su itinerario, los niños pararán en diferentes ciudades, donde llevarán un mensaje de esperanza y denunciarán, una vez más, la situación de emergencia en que se encuentra la infancia en la Argentina. "Se eligió a Misiones como punto de partida porque es una de las zonas más pobres de este país, donde 7 de cada 10 pibes viven en la pobreza y cerca de un centenar muere por día por falta de alimentos -puntualiza Morlachetti-. Llegaremos a Plaza de Mayo para juntar los pedacitos de sueños. Para encontrarnos en la alegría de saber que podemos construir un país para todos".

Un grito colectivo


Muñecos gigantes, dibujos de colores, globos, redoblantes, rostros sorprendidos, miradas de ternura, sonrisas, mensajes, historias... promete de todo el encuentro que, como un mojón más de la caravana nacional, va a tener lugar el próximo lunes 4 en el Parque del Sur, cuando llegue a Santa Fe el contingente que viene marchando por la vida. Aquí los recibirán los Jonatan, los Ariel, los Cristian, los Flavia...

El Movimiento de los Chicos del Pueblo (perteneciente a la CTA), organizador de esta marcha, ya se movilizó muchas veces en defensa de los -tan nombrados como violados- Derechos del Niño, aunque el trayecto más conocido fue el que se hizo el año pasado desde La Quiaca hasta Capital Federal. Ahora vuelven a repetir la experiencia, atravesando el litoral, unidos en una caravana conformada por chicos de distintas organizaciones que integran el movimiento, a los que se irán sumando agrupaciones sociales de las 8 provincias que abarca el recorrido.

"Uno sueña un hijo. Hay una parte de la vida que es soñar un hijo. Cuando ese sueño se muere, cuando no tiene espacio para florecer, un hombre o una sociedad están ante un grave problema. Uno piensa, los niños son la materia del destino y si un país, como está sucediendo en el nuestro, tiene 12.500.000 niños y el 75 % de ellos vive en estado de pobreza ¿de qué futuro se puede hablar? ¿Con qué madera vamos a construir una Nación? Entonces, para que todos se den por enterados de que el hambre ha llegado, salimos a la calle. Es un grito", define el coordinador nacional de Los Chicos del Pueblo.

El sueño de otro tiempo


La Convención de los Derechos de los Niños asegura a todos nuestros pibes el derecho a la vida. Está contemplada en la Constitución Nacional y reivindica el derecho a la familia, a la educación, a la salud, a la vivienda y a la alimentación. Sin embargo, para el 75 % de los chicos argentinos éstas no son más que bellas palabras.

Por eso marchan: por el cumplimiento de las leyes; contra el modelo económico que "saquea bienes y alegrías y es el verdadero accionista de los niños descalzos"; porque se desocupa a los padres expropiándoles el derecho de criar a sus hijos, se victimiza a los viejos, se hambrea a los maestros y se condena a la infancia a habitar las calles de la miseria.

"Los tiempos se han profundizado en términos de violación de los derechos en general, entonces esta marcha y este movimiento -a diferencia quizás de otros-, será de los chicos, y de maestros, y de padres del pueblo. Otras marchas eran más educativas y formativas, aquí la urgencia es crear conciencia ciudadana", argumenta Adriana Falchini, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (Medh), una de las organizaciones que oficiará de anfitriona de la marcha en Santa Fe.

"Antes había pudor de que los chicos pidieran por sus padres. Hoy ya sabemos que ellos necesitan que sus papás tengan trabajo, necesitan un maestro; la red de la pobreza y de la marginación se ha profundizado. Y por eso estamos todos juntos, por el trabajo de los padres, porque el maestro pueda educarlos, porque la comida pueda volver a la casa y no tengan que venir a buscarla a los comedores", sostiene Adriana.

"Nuestra tarea es un compromiso de amor con la hermosura y un compromiso de sangre con nuestro pueblo -define Morlachetti-. Marchemos, entonces, porque es posible soñar otro tiempo, el tiempo del trabajo, de los salarios dignos, donde ser jubilado sea una bendición y ser niño un privilegio. No estamos lejos ni cerca de ese futuro, estamos en el tiempo exacto para diseñar la tierra y el cielo que queremos".

¿Por qué la murga?


Los distintos encuentros que se generan a lo largo del recorrido de los pibes que marchan tienen a la alegría como una condición que los aferra a la vida. De allí la presencia de las murgas, que aportan su ritmo y colorido. Los chicos de Murgancia (del barrio Belgrano) explican que en la murga hay algo ancestral que tiene que ver con la comunidad, en el sentido de comunión, eso de ser muchos y ser uno al mismo tiempo. Y encontraron otros muchos porqués:

  • Porque en esa comunión nadie deja de ser quién es, ya que la murga quiere ser una expresión libre que no niegue al individuo.
  • Porque es una escuela de solidaridad, de tolerancia, que ayuda a soñar, planear y construir en conjunto un proyecto.
  • Porque educa el cuerpo sin inhibiciones, promueve la creatividad y las relaciones interpersonales. Porque, y sobre todo en los sectores en riesgo social, ayuda a autovalorarse y sentirse valorado, útil, capaz.
  • Porque promueve actividades comunitarias, que potencialmente pueden abarcar cualquier aspecto de las necesidades de una comunidad, empezando por el discurso crítico-social que está profundamente ligado a la estética murguera y del carnaval.
  • Porque amplía el horizonte cultural, abriendo las puertas a la recuperación de la memoria colectiva y las tradiciones latinoamericanas del canto popular, la murga uruguaya, el candombe, el toque brasileño y otros ritmos de origen afroamericano, al tiempo que se conecta con el gusto local por la cumbia.
  • Porque puede incorporar numerosos lenguajes expresivos: la plástica, la música, la danza, las canciones, la teatralidad, las destrezas circenses. ¿Te parece poco?
  • La aventura del pan


    Andrés tenía 7 años cuando empezó a vivir en la calle. "Me fui por cuestiones de hambre y porque mi padrastro le pegaba a mi mamá. También la ligaba yo", recuerda hoy, con 31. De chiquito trabajaba en una verdulería, donde antes de irse le daban fruta y verdura para que se lleve. "Siempre fui así, de cuidar a mi madre y a mis hermanos".

    Andrés tenía un sueño: una bicicleta, pero sabía que nunca la iba a tener. Un día que lo mandaron al almacén, la vio ahí, apoyada en el cordón de la vereda. La miró un largo rato hasta que decidió llevársela. Cómo no sabía andar, la llevó corriendo, tomada del manubrio. En casa explicó que se la habían regalado, pero su padrastro no le creyó y a las 5 de la mañana lo llevó "de los pelos" a la comisaría.

    "Otro día que mi padrastro me estaba pegando, salí corriendo y no volví. En la calle me junté con otros pibes. Vivíamos detrás de la Facultad de Derecho (en Capital Federal). Ahí había unos juncales y hacíamos nidos y nos metíamos a la noche. Ahora pienso cómo podíamos vivir en esas cuevitas, con el frío, la lluvia", dice.

    En la calle Andrés se dedicó a la venta de bicicletas. "Las robaba y se las vendía a un quiosquero. A veces le llevaba dos por día. Me pagaba monedas. La calle te hace rápido...", reflexiona.

    Cierto día él y su pandilla -como le llama- conocieron a Claudia, una estudiante que se ganó su confianza y "nos propuso salir de la calle. Le dijimos que sí, pero todos juntos. Nos llevó con Alberto (Morlachetti) y él nos dijo que quería fundar un hogar".

    Andrés pasó gran parte de su vida deambulando o en un Instituto Correccional. Hoy dice que "en la calle se salva sólo el que tiene esperanza". Participa de la marcha y reafirma su compromiso de "no olvidarse nunca que afuera te necesitan, que hay chicos en la calle".

    Organización y compromiso


    El Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo es un espacio de encuentro de alrededor de 300 hogares, casas del niño, redes barriales, comedores y ONGs de todo el país que se dedican al trabajo directo con niños y adolescentes en estado de riesgo. Surgió de la necesidad de unión, cooperación e intercambio entre quienes, a lo largo de todo el territorio nacional, enfrentan similares problemáticas, comparten un mismo desafío y apuestan a la construcción de un mismo sueño.

    El Movimiento es independiente de cualquier organización política o religiosa (aunque varias de sus instituciones pertenecen a diversos credos) y es integrante de la Central de Trabajadores Argentinos, bajo la premisa de que sin trabajo no hay infancia.

    Sus orígenes se remontan a 1987 y sus primeros trabajos desembocan en el 1er. Congreso de Chicos de la Calle en la CGT, realizado en 1988, seguido del Encuentro Latinoamericano de Chicos de la Calle en 1990. De allí en adelante, se suceden encuentros, marchas y bicicleteadas.

    Sus coordinadores son el padre Carlos Cajade y el sociólogo Alberto Morlachetti, creador de una de las obras más emblemáticas en el área de la infancia que comenzó hace unos 20 años, en la ciudad bonaerense de Avellaneda, con el Hogar Pelota de Trapo y que hoy incluye una granja, otro hogar (Juan Salvador Gaviota) y dos emprendimientos llevados adelante por los jóvenes del lugar: una imprenta y una panadería.

    El Movimiento privilegia las marchas como forma de comunicación de su pensamiento, como vehículo de denuncia de una realidad apremiante y dolorosa, como construcción de caminos de encuentro entre los ciudadanos. Las marchas son una extensión de los pequeños andares que las organizaciones realizan día a día en sus propios lugares.

    Que nadie mire a los costados


    "Estamos haciendo lo que, por criterio, siempre dijimos que no haríamos, que es darle de comer a los pibes, ya que antes -hace unos años- el asunto era sacarlos de la calle, darles un oficio. Ahora el hambre está en cada barrio, en tantos lugares que tuvimos que ver la realidad desde ese lugar, buscando cubrir eso que ya es un flagelo en las periferias. Estamos sembrando comedores por donde podemos porque hay algo que es imprescindible para comenzar a dialogar con un pibito, que no tenga hambre. Que no tenga la pancita vacía", explica el padre Cajade.

    "Creo que la marcha de los Chicos del Pueblo es una forma de poner la protesta en la calle. Es para que nadie mire hacia los costados. Acá hay demasiada gente mirando para los costados. Sobre todo, aquellos que tienen responsabilidades y andan peleando internas o puestitos. La realidad es otra. Hay que darle de comer a los chicos. Nada tiene sentido en una sociedad si tenemos una infancia con hambre y sin destino o, mejor dicho, un destino de marginalidad, droga y cárcel".

    El arte y la organización


    Nuestra visión del arte y el teatro como un instrumento de transformación social, parte del concepto de que el arte no es un fin en sí mismo y no puede imponerse con omnipotencia ante la realidad que lo rodea y de la que se nutre.

    Por eso, desde Puro Teatro, siempre alentamos la idea del teatro como una forma de comunicación entre los hombres. Como instrumento de expresión puesto al servicio de los procesos organizativos de los sectores populares y de todas aquellas organizaciones que trabajan en la promoción de una mejor vida de la gente.

    Participamos de esta Marcha de los Chicos porque desde hace años trabajamos con distintos sectores por la defensa de los derechos individuales y sociales de las personas y, especialmente, de los chicos.

    El teatro popular que hacemos está concebido desde una posición de militancia social y de la idea de un arte que debe mostrarse adecuado a cada situación con una visión humanista del mundo.

    Un teatro que sea una representación de lo real y no su mera reproducción, dado que la familiaridad de lo cotidiano lo torna insensible a nuestros ojos, y para que lo real pueda ser comprendido en su dimensión humana, que le da sentido y razón, y posibilita que sea visto, a pesar del horror que nos causa.

    Pablo Jiménez