Area Metropolitana: AREA-03 Las historias de la huida

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Miles de santafesinos atraviesan hoy un momento traumático. Algunos son extremadamente humildes, otros provienen de la clase media empobrecida. Todos tuvieron que cargar sus cosas en carros y camiones, y escapar.


Perros, chanchos, patos, gallinas, muebles, colchones, cocinas oxidadas, sillas destartaladas. Todo arriba de la canoa, en una triste escena que se fue extendiendo como una mancha, con el paso de las horas, por los barrios que forman el oeste santafesino.

Los que tuvieron suerte y algunos minutos para prepararse, consiguieron camiones y emprendieron una caravana por las avenidas, hacia algún lugar donde esperar que el río baje. Pero muchos perdieron todo.

"El agua nos llevó todo", es la síntesis en medio de la catástrofe. Es la frase que repiten Daniel de Las Lomas, que logró escapar con su familia a la casa de sus suegros; Mary de Cabal, que huyó a lo de su hija; Nora Chamorro, que se alojó en lo de un vecino que tuvo más suerte que ella, porque vive más al este del barrio.

"El domingo a la noche, en el camino viejo a Esperanza y Boneo, había 10 cm de agua. El lunes a la mañana, ya había un metro y medio. Las casas, los chicos, todo inundado. Ahora no tenemos alimentos, no tenemos ropa, no tenemos nada. Perdimos cama, ropero, ropa, colchones, todo...", sostenía Daniel.

Mary optó por autoevacuarse. "Ya no hay nadie en el barrio, se están yendo todos..." -decía, y trataba de contener las lágrimas debajo de los anteojos. Su casa está sobre Chiclana, entre Estado de Israel y Hernandarias. El agua llegó a las 9 de la mañana y, en pocas horas, trepó hasta la altura de las ventanas.

Las postales se repiten en cada casa, en cada cuadra. A la altura de Hernandarias al 5300, la solidaridad entre vecinos logró salir a flote, a pesar de todo. "Yo quiero hablar por el señor que está allá -dice, señalando la cuadra siguiente, donde todavía anoche no había llegado el agua-. Tiene ocho hijos y está enfermo de cáncer. Pedimos por favor que lo ayuden a él". La chica tiene veinte años y está rodeada de vecinas que, posiblemente por estas horas, ya hayan tenido que abandonar sus propios hogares.

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íLlega el agua, llega el agua!


A las ocho de la noche de ayer, en San Agustín, Ramona no se alcanzaba a recuperar del golpe. "El agua llegó en un minuto. Eran las cuatro de la mañana, estábamos durmiendo y un vecino empezó a gritar: íLlega el agua, llega el agua!, pero no tuvimos tiempo a nada". Ayer, cuando la noche estaba cayendo como una capa rosada sobre el agua, sus hijos estaban todavía sin comer. En total son ocho, en una escalera que va desde los 16 a los 6 años. Ella trabaja en un comedor comunitario y gana 100 pesos. "Ahora me voy a quedar arriba del techo. Perdí todo. Las camas quedaron abajo. Ropa, calzado, todo. No sé dónde vamos a dormir esta noche, qué voy a hacer con mis hijos, no sé", repetía y lloraba.

"Lo poco que tenemos nos costó a mi marido y a mí. Te imaginás, que de un día para otro te quedás sin nada... Es para matarte" decía Olga, ama de casa, parada en la puerta de su casa de material, en San Agustín.

La principal preocupación son los chicos, porque el agua trae consigo una amplia variedad de bichos. "Yo pienso que tiene que haber alguien, una asistente social, que nos salve", decía una mujer con el agua hasta las rodillas y un bebé en los brazos, ciega de bronca, repartiendo culpas y exigiendo a gritos que lo imposible se cumpla.