Opinión: OPIN-02 Relaciones con la existencia
Por Carlos Catania


El asunto es tan viejo que retomarlo produce cierto pudor. Falso pudor; inefable si se quiere. Como quiera que sea, permanece vigente: desde Tales de Mileto hasta Jürgen Habermas, se extiende una línea inquebrantable que, en el correr de los siglos, puede haber cambiado de nombre y de "tratamiento", pero que mantiene en vilo al pensamiento occidental. Se entiende que para Heráclito, postulante del perpetuo cambio (devenir) y del polemos como origen de todas las cosas, resultara aburrida la lógica de Parménides, que aspiraba a lo eterno e inmutable: su uno-realidad no nace ni muere, no se mueve ni cambia, es homogéneo y no puede dividirse. A diferencia del río de Heráclico, es una esfera la que ocupa la totalidad del espacio. Los componentes esenciales de ambos principios, aun cuando Parménides sea un "esencialista", permanecen en relación directa con la existencia y sus espejismos. Consecuentemente, las preguntas que sugieren y las conductas humanas provocadas por respuestas particulares (que bien pueden ser inconscientes), siguen en pie. Sin ánimo de instaurar una "tipología" de la existencia, observamos lo que a simple vista se revela.

Mallarmé consideraba a Hamlet un "señor latente que no puede devenir", interpretación digna de ser indagada con mayor amplitud, piedra de toque para facilitar el examen de seres replegados, crecidos al abrigo de miedos y resentimientos que lo superan. Y si nos preguntamos qué hombre "sensato", en un mundo donde la "realidad" ha desaparecido engullida por la estupidez de imágenes artificiales, prestará atención a las concepciones de un rastreador de basurales, a un aguafiestas, será quizás porque nadie entre nosotros está exento de caer un día en esos fosos donde las decisiones quedan abolidas y las acciones paralizadas, como adormecidos ante el rugido de un mundo en agonía. De tal modo, revestidos de un manto glacial, ejercemos una paradójica depreciación de la vida, pues seguimos viviendo... a condición de que el rugido discurra por encima.

Valle de lágrimas


No es raro considerar el ciclo vital como una injusticia, un valle de lágrimas que es necesario "reparar" con algún tipo de expiación. Tampoco es raro asumir lo trágico de la existencia (su absurdo, si se quiere) con la alegría de una lucidez despojada de brumas. Pero abdicar, significa que se ha perdido toda posibilidad de réplica, desechando la rebelión que, en un universo donde las esperanzas han sido traicionadas, propina un puntapié al nihilismo, haciendo frente a la condición humana con el ejercicio de una función creadora consciente de sus límites.

El hombre "escondido", indigestado de efectos, el hombre-topo, practica un solipsismo que bloquea todo conocimiento, incluyendo el de las funciones más nobles de la existencia. En tal sentido, se asemeja al reverso de la moneda, al hombre-ético, compulsado a sostener el edificio vital-espiritual, a fin de otorgar un sentido a la "culpabilidad" de la existencia y a la mala conciencia que roe sus paredes. Así, afectando una solemnidad extrema, se escupen normas morales, como si a la existencia se la pudiera sentar en el banquillo de los acusados.

Destinado al anterior razonamiento, una recusación superficial, utilizaría el anatema de anarquía, confundiendo, como suele decirse, chicha con limonada. Estas manifestaciones reactivas, responsables de equívocos canónicos muy transitados, pervierten la sencillez de planteamientos profundamente honestos. Sólo para dar un ejemplo: Ingmar Bergman, luego de haber consumido etapas místicas y escépticas, declara que se nace sin objeto, se vive sin sentido... y al morir no queda nada. íOh, qué negativo!, exclaman las almas puras, convencidas de que las reacciones son argumentos. Sin embargo, un hombre capaz de haber creado Cuando huye el día, Gritos y susurros, Persona y otras genialidades cinematográficas, iluminan vastas zonas de la existencia aferrándolas desde las raíces y sin verter lagrimitas de cartón. Algo que difiere como el día y la noche, tanto de la hipocresía estática del santurrón, como del ladrido terrorista del nihilismo. Un polvillo ceniciento, particularmente fúnebre, amortaja la vida que el "vengador" convierte en culpable de lo que somos y, al igual que aquel que suaviza su frustración matando la felicidad de los demás, pone obstáculos al devenir, favoreciendo todo tipo de expectativas irracionales. No hablamos aquí de la auténtica fe, propia de quienes siguen los reales pasos de Cristo, algo muy superior y humilde en relación a la teatralización exterior de la creencia.

Para Heráclito, la existencia es inocente y justa. Las relaciones que mantenemos con ella, apenas expuestas a la lente del microscopio, deparan sorpresas, sobresaltos digamos, que requieren de una asidua asistencia. Las costumbres inveteradas desdibujan la conciencia. Proust recordaba, en La prisionera, esa inclinación que tenemos a encontrar en las familias ajenas las mismas taras que padecemos en la muestra, para demostrarnos a nosotros mismos que no tienen nada de excepcionales ni de deshonroso. Proust era un genio aristocrático, pero la reflexión cabe en cualquiera de las que suelen llamarse "capas sociales".

Dudas incesantes


Mientras permanecemos cautivos de incesantes dudas, nos preguntamos en qué casilla estará metido uno. Pero esto no aminora nuestras efusiones, y aunque a menudo masticamos ingredientes de saborizada trivialidad (como esas personas que al enervarse cambian de voz), sabemos que cuando examinamos al hombre en realidad el primer examinado es uno mismo. Negarlo sería una elegante mentira. No obstante, aunque adeptos a un equilibrio, sabemos que en ocasiones la lógica cede terreno a los sentimientos, y que cuanto éstos irrumpen sin esos espasmos de codicia, interés o aguada sensiblería, que incendia el corazón de las sapos, hay que ubicarlos en un sitio de privilegio. "Las razones del corazón", caras a Pascal. La intensidad del momento tiene mucho que ver con la perdurable. La tibieza, lo "oportuno" y la indiferencia son perecederas.

En una novela póstuma de Hemingway, Al romper el alba, el escritor sostiene que "Siempre hay tierras míticas que pertenecen a nuestra infancia. Las solemos recordar y visitar algunas veces cuando estamos dormidos y soñamos. De noche son tan fascinantes como cuando éramos niños. Pero si alguna vez regresas para verlas, ya no están allí. Pero por la noche, si tienes la suerte de soñar con ellas, son tan maravillosas como lo fueron siempre".

Aquí Heráclito y Parménides dan un paso al costado. Nunca hemos soñado con la Crítica de la razón pura.