Opinión: OPIN-04 Exilio y compromiso intelectual
Por Silvia M. Montenegro (*)


El 25 de septiembre murió en los Estados Unidos, Edward Said. Nacido en Jerusalén, Palestina, fue educado en Egipto, donde pasó su juventud. Posteriormente, emigró a Estados Unidos, se graduó en Princeton y doctoró en Harvard. A lo largo de su intensa y original carrera intelectual fue profesor de distintas universidades culminando sus días como miembro de la Universidad de Columbia. Su campo de estudios comenzaría siendo la literatura comparada desplazándose, luego, al heterogéneo ámbito de los llamados "estudios culturales", desde donde ejerció una importante influencia en distintos campos de las ciencias sociales. Sus obras fueron traducidas a más de 24 lenguas y publicadas a través de Europa, África, Asia y América. Numerosos premios académicos y honoríficos, postulación al premio Nobel de la paz incluido, reflejaron el reconocimiento a su producción teórica y a su trabajo en pos del diálogo intercultural. Usando sus propias palabras, podemos decir que fue un "intelectual exílico", convirtiendo esa situación en una virtud lejana a cualquier posición de resentimiento. En su visión, la liminaridad, el estar "fuera de lugar", la condición de outsider permanente, constituía un modelo intelectual, en el cual era posible encontrar el estímulo necesario para evitar la tentación, los acosos y las gratificaciones de la acomodación, del decir sí.

Asumir una posición crítica era para Said la virtud de su desterritorialización, el correrse a los márgenes, estando siempre en condiciones de apartarse para ver "lo que los espíritus que nunca han viajado más allá de lo convencional y lo confortable suelen pasar por alto". Si el exilio era el más triste de los destinos, Said pensaba que el intelectual podía, paradójicamente, encontrar una cierta tendencia a ser feliz con la idea de la infelicidad, una especie de insatisfacción próxima a la melancolía, una suerte de "malhumor gruñón" convertido en estilo de pensamiento, en una nueva morada.

Sin embargo, el exilio al que se refería es aquel que siempre es pensado y vivenciado en cuanto situación temporal y, en este sentido, Said usó su propia situación personal como metáfora del largo exilio del pueblo palestino, aun de aquellos que permanecen en su tierra. El estar "fuera de lugar" era entonces esa condición compleja, la "doble ausencia", la no adaptación total a ningún espacio que permita romper con el ejercicio permanente de prestar atención a lo contingente, a lo provisional, una invitación a salirse de la lógica de lo convencional. Pudo, desde esa posición, ser crítico de Arafat, del sionismo y de las más variadas corrientes que, con justificaciones disímiles, asumían en Medio Oriente posiciones extremas.

El concepto de identidad


Entre los aportes teóricos más importantes de Said debemos destacar la reformulación del concepto de identidad y el análisis de los elementos que confluyen en la construcción de las identidades sociales. En ese sentido, elaboró una noción no esencialista, lejos de los riesgos del culturalismo extremo, tomando quizá como modelo su identidad individual. Solía decir Said que la suya era una "identidad de caja china", esas que se empotran una dentro de otra, pues en Palestina su familia pertenecía a un diminuto grupo protestante, dentro de una minoría de cristianos ortodoxos más amplia, la cual, a su vez, estaba inserta en una mayoría islámica sunita; una vez exiliado se agregaría una última capa, la de ser un palestino en Nueva York.

Su libro "Orientalismo", de 1978 tiene, hasta la actualidad, un impacto inusitado. En esa obra Said argumenta que Oriente fue una especie de "invención" de la Europa Occidental, un lugar de romance, de seres exóticos, el fruto de la creación colectiva de los países que tuvieron una larga tradición orientalista, tales como Francia, Rusia, España, Portugal, Italia, Suiza. El autor afirmó que el "orientalismo" fue un modo de resolver oriente, basado en el lugar especial que éste ocupó en la experiencia occidental europea. Said señaló que ese Oriente fue, por mucho tiempo -primero a través de la literatura y, luego, por medio de la disciplina de estudios orientalistas- una de las más profundas y recurrentes "imágenes del otro" y que, por medio del juego de contrastes, aquellas imágenes fueron fundamentales para ayudar a definir Europa.

En aquel intercambio constante entre el sentido académico de oriente, construido por los estudios orientalistas, y el imaginario general sobre oriente, el "orientalismo" se tornó un discurso canónico. Su análisis, afirmó Said, permite entender cómo la cultura europea consiguió administrar y hasta producir a Oriente, política, sociológica, ideológica e imaginariamente durante el post iluminismo. Sin embargo, fue claro que para Said el estudio del "orientalismo" superaba el círculo de interés de ese universo de análisis, las repercusiones de esa obra se vincularon al hecho de que allí el "orientalismo" aparecía como un laboratorio para pensar la relación entre conocimiento y poder. Al demostrar que Oriente no era un hecho inerte de la naturaleza sino un hecho construido, una idea con historia, una tradición que le otorgó realidad y presencia a una "entidad" forjada en y para Occidente, el autor argumentaba que la dominación nunca es ejercida sin la elaboración de un complejo discurso de legitimación que consiga impregnar la textura de la cultura. Es en virtud de ese ejercicio que ciertas formas culturales e ideas predominan sobre otras creando consenso, hegemonía.

Siguiendo el camino iniciado por Foucault, Said estudió la dominación discursiva que, en este caso, confirió durabilidad y fuerza a los proyectos políticos coloniales que, en el Siglo XIX, reiteraban la superioridad europea sobre el atraso oriental.

Pensador polémico


De allí en más, Said entraría en prolongado debate con los académicos orientalistas, a esa polémica le seguiría, un tiempo después, la que entabló con los principales medios de comunicación norteamericanos, en el momento en que escribió su libro "Covering Islam". En éste, el autor analiza el "neo-orientalismo" de los medios de comunicación en la cobertura de la primera Guerra del Golfo, afirmando que, en sintonía con una larga tradición cultural de modos de ver e imaginar a los "otros", las grandes cadenas de televisión convirtieron al Islam en una "palabra política", en el reverso de Occidente. Sin embargo, lo que más irritación parece haber causado fue que, a través de ese estudio, Said hizo evidente el desconocimiento y los errores históricos presentes en el discurso por medio del cual los medios describían y homogeneizaban un mundo sobre el cual, al mismo tiempo, demostraban tener poco o ningún conocimiento.

En 1992 apareció su libro "Cultura e Imperialismo", en él Said sugería que el orden mundial actual estaría marcado por el ascenso de los Estados Unidos. Su triunfo como última superpotencia era un hecho innegable y, a partir de allí, se conformaría una nueva configuración de fuerzas iniciada ya entre las décadas del '60 y '70. Para muchos, algunas ideas de ese libro presagiaban la realidad actual, Said "sentía" la activación de una nueva "distribución de consenso geopolítico" impregnando los medios de comunicación y la opinión pública, mostraba la proliferación y el abuso de palabras como "terrorismo", "fundamentalismo", la generalización de sospechas de conspiraciones antidemocráticas, la impugnación de "credos alienígenas", la denostación de "culturas atrasadas", creyendo que asistía a la construcción de un discurso que legitimaría futuras incursiones de Estados Unidos en determinados y específicos países.

Cuando más de 10 años después sus presentimientos parecían hacerse realidad, Said escribió sobre la coyuntura, analizando desde una universidad norteamericana los discursos políticos que acompañaron las últimas guerras de los Estados Unidos. En ese sentido, aunque siempre crítico y en busca de la construcción de conocimiento antitético, Said reconocía la libertad de expresión que podía disfrutar en su país adoptivo, desde el cual organizó junto al músico Barenboin la famosa orquesta compuesta por músicos judíos y palestinos, esperando que simbolice la posibilidad del diálogo intercultural.

El papel del intelectual era, según Said, "hablarle claro al poder" y eso implicaba conservar una posición determinada, algo así como la utopía del pensador no alineado más que con las causas más universales de la humanidad.

En su libro "Representaciones del intelectual" aquella postura estaba lo suficientemente enunciada: "No deseas aparecer como excesivamente politizado; te preocupa parecer peleador; necesitas la aprobación de un jefe o de una figura con autoridad; quieres conservar la reputación de ser una persona equilibrada, objetiva, moderada; esperas que se te llame para una consulta, para formar parte de un consejo o comisión prestigiosa y, de esa manera, seguir dentro del grupo que representa la corriente principal; esperas que algún día te harás acreedor a una distinción honorífica, un premio importante, tal vez incluso una embajada. Para un intelectual estos hábitos son corruptores par excellence. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y, finalmente, matar una vida intelectual apasionada es la interiorización de tales hábitos".

Principales obras de Edward Said: Orientalismo; Cultura e imperialismo; Covering Islam; La cuestión Palestina; Fuera de lugar; Representaciones del intelectual.(*) Dra. en Sociología