Opinión: OPIN-01

Multitudinaria, cívica y genuina movilización


Sin duda, fue la movilización más convocante de los últimos veinte años. Sin aparatos políticos, operativos de prensa o maniobras de marketing, el señor Juan Carlos Blumberg logró juntar más de cien mil personas en el centro de Buenos Aires. Si a ello se le suman las adhesiones que se produjeron en el interior del país y en los hogares que sacaron una vela encendida a sus ventanas para solidarizarse con los manifestantes, debemos concluir que la gran mayoría de los argentinos se expresó a favor de la vida y de la paz, contra la violencia y la muerte.

Está claro que el señor Blumberg no está dotado de facultades extraordinarias, ni es el sumo sacerdote de una nueva religión, ni el exponente de un nuevo liderazgo carismático. Su coraje civil, su dolor intransferible y su sentido de la moderación y la realidad explican su decisión y su iniciativa. Pero está claro que todo lo que ocurrió fue factible porque existe en la sociedad una combinación de miedo, asco y hartazgo por la creciente sensación de inseguridad.

En el último año, más de trescientas personas murieron en la provincia de Buenos Aires a manos de los delincuentes. En los últimos tres meses se produjeron más de cincuenta secuestros extorsivos y se ignoran aquellos hechos en los que las víctimas prefirieron no hacer la denuncia temiendo precisamente que les ocurriera lo que le sucedió a Blumberg.

Las autoridades políticas han intentado dar una respuesta a estos problemas, pero hasta ahora lo que predominó fueron la improvisación, las administraciones erráticas, las increíbles torpezas y las idas y vueltas entre el garantismo más laxo y la retórica de la mano dura.

Los intentos realizados por las diversas autoridades de la provincia de Buenos Aires para reformar y depurar a "la Bonaerense" hasta la fecha no han obtenido resultados significativos. En ese contexto, el asesinato de Axel no hizo otra cosa que precipitar la crisis, poner en evidencia los límites, vicios y falencias de los sistemas de seguridad y demostrar que existe una sórdida y consistente coalición de intereses entre policías corruptos, punteros políticos, grupos marginales y funcionarios venales.

Lo valioso de todo esto ha sido la calidad de la respuesta popular. No hubo rencores, ni resentimientos, ni consignas autoritarias o extremistas. En un país habituado a las movilizaciones prefabricadas, los excesos de los piqueteros y los eslóganes agresivos, lo que predominó en todo momento fueron la espontaneidad, la razonabilidad y la moderación.

El gran talento de Juan Carlos Blumberg, su mayor virtud, es que, hundido en el dolor y el duelo, ha sido capaz no sólo de salir a la calle a reclamar justicia y punto final a la impunidad, sino que lo ha hecho con altura, preservando los valores humanistas y proponiendo iniciativas concretas y realizables.

Fueron los organizadores del acto los que definieron las grandes consignas, los que impidieron desbordes verbales, los que se preocuparon por afianzar los valores de la democracia y los que rehuyeron la tentación de proponer penas de muerte o justicia por mano propia.

De aquí en adelante, la palabra la tienen los dirigentes políticos, los legisladores, que están obligados a dar una respuesta adecuada a las exigencias planteadas por la sociedad, los funcionarios de la provincia de Buenos Aires, que deberán preguntarse en serio hasta dónde están dispuestos a convivir con una policía minada por la corrupción, el delito y la ineficiencia.

Está claro que con la policía bonaerense algo hay que hacer de manera urgente. En su momento, el gobernador Eduardo Duhalde había iniciado, luego del asesinato de José Luis Cabezas, un proceso de depuración interna, pero las reformas planteadas no pudieron aplicarse o se aplicaron mal, entre otras cosas porque la resistencia de los policías comprometidos con la corrupción era muy grande y contaban con la adhesión de reconocidos políticos del oficialismo provincial. Luego, el gobernador Ruckauf diseñó una estrategia opuesta y, de allí en más, las constantes fueron la improvisación y la convivencia con policías vinculados con la corrupción y el gatillo fácil.

Los días venideros dirán hasta dónde la lección de lo ocurrido en estos días es asimilada por quienes tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de la nación o las provincias. Sensibilizados por la movilización popular, los legisladores se han comprometido a votar un conjunto de leyes que hagan más eficaz la seguridad. Queda claro que éste es el primer paso de un largo y complejo camino para devolverle a los argentinos la sensación de la seguridad perdida.