Giuliana Sgrena y las alienaciones ideológicas

Mojada por las lágrimas, el rostro transformado en una mueca de dolor, Giuliana Sgrena apareció en las pantallas de televisión pidiendo por favor que se haga algo por ella, que el gobierno de Italia negocie con los terroristas musulmanes y la liberen de su martirio.

Todo el mundo se sensibilizó con su drama. Sgrena es una periodista de izquierda que había viajado a Bagdad para informar a los lectores de su diario sobre las alternativas de la guerra. Su decisión de viajar no fue improvisada: estudiosa de la realidad del mundo árabe, Sgrena participaba desde hacía años en movimientos pacifistas auspiciados por la izquierda y orientados a condenar la presencia norteamericana en Irak y la política que los gobiernos yanquis desarrollan en el mundo árabe.

Curiosamente la vida de Sgrena no estuvo amenazada por los norteamericanos, sino por los musulmanes, las supuestas víctimas que ella iba a defender. Los que la secuestraron y estuvieron a punto de degollarla fueron miembros de un comando islamista que no hubiera vacilado un segundo en asesinarla si el gobierno italiano no hubiera accedido a pagar el rescate, suma que, se sospecha, ascendió a unos seis millones de dólares.

Lo cierto es que para la felicidad de ella misma y la de la sensibilizada opinión pública, Giuliana recuperó la libertad. La siguiente vuelta de tuerca de este proceso fue el desgraciado incidente ocurrido cuando era trasladada al aeropuerto. Como se sabe, una patrulla norteamericana disparó sobre el auto y como consecuencia de ello murió el agente de seguridad de Italia, Nicola Calipari. La propia Giuliana fue herida en un brazo.

Cualquier observador medianamente objetivo y honesto habría considerado que lo ocurrido fue un accidente, un desgraciado accidente. Estados Unidos no tenía ningún interés en matar a Sgrena y lo sucedido si a alguien perjudica es al gobierno de Bush. Es delirante y de mala fe suponer a los yanquis atentando contra un operativo del gobierno italiano, su principal aliado en Irak.

Por último, digamos que si la CIA hubiera querido liquidar a Sgrena, habría recurrido a un grupo de mercenarios árabes -los hay de sobra- o algo parecido, sin necesidad de arriesgar o de inventar nuevas tensiones. Digamos que los yanquis son capaces de muchas cosas, pero aceptemos en principio que no son idiotas.

Sin embargo, lo sucedido dio lugar a que se interprete que en realidad Estados Unidos deseaba asesinar a Sgrena. Lo más sorprendente es que la primera que abonó esa tesis fue la propia Sgrena; lo más sorprendente es que la señora fundamentó su afirmación invocando como fuente las conversaciones mantenidas con sus secuestradores y, lo más sorprendente de todo, es que la señora en ningún momento se ocupó de condenar o de decir alguna palabra crítica contra sus secuestradores.

Según las declaraciones de Giuliana, fueron los terroristas los que le advirtieron que Estados Unidos quería asesinarla. íAsombroso! Es así como, de pronto, nos enteramos que en realidad los terroristas musulmanes habían sido amables ciudadanos y heroicos luchadores, mientras que los verdaderos asesinos fueron los norteamericanos.

Se dice que cuando el secuestrado empieza a identificarse con la ideología de sus verdugos es porque se ha producido el llamado "síndrome de Estocolmo". No estoy de acuerdo. En el caso de Giuliana Sgrena lo que habría que decir es que lo que funciona en ella es la simple, sencilla y aberrante alienación ideológica. Su odio por Estados Unidos es tan fervoroso y militante y su solidaridad con los terroristas es tan intenso que incluso no vacila en pensar en contra de sí misma, en contra de lo que le dictaba su propio cuerpo cuando su horizonte inmediato era concluir bajo la cimitarra del asesino y en contra de sus propias lágrimas cuando salía por la televisión pidiendo por piedad que se acuerden de ella, que no la dejen morir.

Si los que mirábamos entonces la pantalla de televisión no estábamos confundidos, los que la iban a asesinar a esta mujer eran los musulmanes y no los yanquis; los que la secuestraron y la tuvieron semanas encerrada en una llamada cárcel popular fueron los musulmanes y no los yanquis, y los que hoy mantienen secuestradas a las periodistas francesas del diario Liberación son los musulmanes y no los yanquis.

Pero ahora resulta, gracias al relato conmovedor de Sgrena, que los asesinos se transformaron en sabios y prudentes humanistas preocupados en aconsejarle con una amable sonrisa que tenga cuidado de la perfidia de los yanquis; y así nos enteramos que uno de los secuestradores era un inocente hincha de fútbol que extrañaba ir a las canchas de Roma o Milán y también nos enteramos que las mujeres que participaban del secuestro eran dulces muchachitas, eso sí, siempre con el rostro tapado con el chador, una costumbre bárbara que Sgrena jamás admitiría para ella, pero que aplicada a las mujeres musulmanas se justifica en nombre del respeto a las tradiciones culturales de los pueblos oprimidos.

Decía que la conducta de Sgrena hay que entenderla más como alienación ideológica que como "síndrome de Estocolmo". Los lectores recordarán que ese síndrome se produce cuando el secuestrado, colocado en una situación límite se identifica con su verdugo porque descubre, a pesar de todo, ciertos rasgos humanos en él. Lo de Sgrema es más complejo y más sórdido, porque antes de estar secuestrada la mujer ya estaba identificada con los que luego serían sus verdugos. Precisamente, las primeras palabras que les dijo al comando islamista fueron de reproche porque la secuestraban justamente a ella, que estaba en contra de la guerra y defendía la causa árabe. Para completar su pensamiento, tenemos derecho a deducir que si hubieran secuestrado a un periodista independiente todo habría estado muy bien y hasta es posible que la señora Sgrena hubiera aplaudido esa decisión revolucionaria.

íPobre Sgrena! No entendía nada y a juzgar por lo sucedido no aprendió nada. La señora Sgrena no sabe que para los terroristas musulmanes todo occidental es un enemigo y, si es de izquierda es doblemente enemigo, porque además de no ser un devoto de Alá está en contra de la propiedad privada, valor que los jeques y ayatollahs que alientan el terrorismo defienden a capa y espada.

El sentido común diría que luego de lo sucedido esta mujer se replantearía algunas de sus posiciones. Curiosamente fue el reaccionario de Berlusconi el que dio al orden de negociar con los secuestradores y pagar seis millones de dólares para que recupere la libertad, seis millones que salen de los bolsillos de los contribuyentes italianos y que ahora los terroristas lo usarán para continuar con sus faenas y sus operativos.

¿Correspondía entonces no pagar? Todo lo contrario, pero sería deseable por parte de esta mujer un poquito de claridad ideológica o, aunque más no sea, un poquito de agradecimiento. Después de todo, a la hora de pedir por piedad que le salven la vida, no se le ocurrió dirigirse a los gobiernos musulmanes que adora, sino a los despreciables capitalistas occidentales.

Lo cierto es que la señora Sgrena no aprendió nada. Parece que se ha olvidado del momento en que hundida en el llanto pedía por favor que la salven. ¿Qué la salve de quién?, habría que preguntarle ahora: ¿De los norteamericanos, de los italianos, de los Testigos de Jehová, del Ejército de Salvación...? Creo que no hace falta ser un sabio para conocer la respuesta a esta pregunta.

Sgrena dice que ahora la maltratan y que le exigen que pida disculpas por haber estado secuestrada. No es cierto; nadie le exige que pida disculpas, ni siquiera que deje de pensar lo que piensa, lo que se le reclama es que la próxima vez sea más atenta con los amiguitos que elige.

Rogelio [email protected]