Mitos populares
Santa Gilda
A un costado de la llamada "ruta de la muerte", en la provincia de Entre Ríos, se erige el Santuario de los Milagros, el lugar adonde diariamente llegan peregrinos para pedirle favores a la desaparecida cantante de música tropical.

La noche del 7 de septiembre de 1996, camino a Concordia (provincia de Entre Ríos), en el kilómetro 129 de la ruta 12, Gilda, estrella de la música tropical argentina, moría en un accidente de ómnibus. Desde poco tiempo después y todavía hoy, nueve años más tarde, el lugar de la tragedia es un santuario para sus fans, que llegan a diario para pedirle milagros e intervenciones divinas.

"Milagrosa Gilda, te rogamos que, por tu intermedio, Dios y la muy santa Virgen nos liberen de nuestros enemigos corporales y espirituales", escribe un feligrés sobre una plancha puesta en la modesta capilla de ladrillos y chapa, construida a dos pasos de la carcasa calcinada del vehículo.

A la fecha de su muerte, a la edad de 35 años, Gilda era el mayor ídolo de la cumbia. También era la heroína de los pobres. Porque la cumbia era vista con desdén en los medios intelectuales, reflejando los prejuicios de la Argentina blanca hacia la población mestiza.

Miriam Alejandra Bianchi -su verdadero nombre- trabajó largo tiempo en un jardín de infantes. Recién a los 29 años comenzó a dedicarse a la música, y grabó éxito tras éxito.

Su vida se interrumpió brutalmente cuando el colectivo en el que se dirigía a un concierto fue embestido por un camión y se prendió fuego. Otras seis personas murieron en ese lugar desolado de la ruta nacional 12, la "ruta trágica", donde suceden miles de accidentes casi cotidianamente.

Los peregrinos rezan al llegar, a menudo con el rosario en la mano. El santuario, con su altar dedicado a la ídola, se hunde bajo las flores de plástico. Allí se encuentra una verdadera confusión de modestas ofrendas: lentes de sol, rosarios, banderines de fútbol, estatuas de Cristo, camisetas dedicadas, gorras del sindicato de camioneros...

Las imágenes de San Jorge y de la Virgen de Luján (la santa patrona de la Argentina) cohabitan con imágenes de Gilda, pintadas, bordadas o, incluso, de fotos arrancadas de revistas. Colecciones de tetinas, osos de peluche o de escarpines invocan el pasado de maestra de escuela de la cantante.

En las paredes blanqueadas con cal del "santuario de los milagros", una mujer escribió: "Gilda, muchas gracias por el milagro". Con una foto de apoyo, Adela Cabrera agradece a su santa haberle "sanado las piernas".

Ernesto Alvez, con su pequeña Celeste de 15 meses sobre los hombros, llegó a depositar un mechón de cabello de su hija. "Vinimos cuando mi mujer estaba embarazada. Ahora estamos de vuelta para cumplir nuestra promesa", explicó.

"Yo trabajo en un jardín de infantes, como ella", dice Mirtha Medina, que viaja todos los años a visitar el santuario. "Todo lo que le pedí, a nivel salud, trabajo, estudios, lo conseguí", asegura.

Hoy, luego de haber pasado por un incendio que destruyó la anterior construcción, el santuario se impone al costado de ruta. El complejo está formado por una pequeña capilla de ladrillos y techo de chapas, los restos del micro en el cual viajaba la cantante y varios puestos de merchandising y choripán.

Entre lo profano y lo sagrado

Santificada tras su muerte, Gilda nunca se caracterizó en vida por una piedad o un modo de vida ejemplares. "Junto al pensamiento racional, existe otra mentalidad, que no conoce la división moderna entre lo profano y lo sagrado, entre lo ordinario y lo extraordinario. Y con esta mentalidad, cualquiera puede ser objeto de una santificación", opina el sociólogo Pablo Seman, especialista en creencias populares de la Universidad de San Martín.

Gilda tenía a su favor su belleza, su muerte trágica, su romanticismo ("tomó riesgos en nombre del amor"), su manera de cantar ("que suscitaba sentimientos fuertes"), su capacidad de enfrentar la adversidad y su gran humildad.

"Todos los sacrificios que debió hacer para alcanzar el éxito" contribuyeron a hacerla un ser excepcional para sus fieles, dice Seman.

Para la Iglesia Católica, la santificación de la estrella es el fruto "del deseo fanático de algunos seguidores de perpetuar la existencia de su ídolo", sostiene el padre Guillermo Marcó, portavoz de la arquidiócesis de Buenos Aires.

¿Será el tiempo el que sumerja en el olvido el culto de Gilda? Así parece dejar suponer la afluencia relativamente modesta de peregrinos en el fin de semana aniversario de su muerte. Algo que desmiente, sin embargo, la llegada cotidiana de los "fieles".

Fréderic Garlan