Estambul
Puente entre dos mundos
Esta sugestiva ciudad turca es la única del mundo que enlaza dos continentes: Europa y Asia o, lo que es lo mismo, Oriente con Occidente. Aquí, algunas pinceladas que surgen al caminar sus calles.

Pocas ciudades en el mundo pueden hacer gala de una historia tan rica y llena de vicisitudes semejante a la de Estambul. Capital de tres imperios, esta ciudad de Turquía ha representado, durante siglos, "la civilización".

Griegos procedentes de Megara la fundaron en el año 657 antes de Cristo, para aprovechar el incomparable valor estratégico del estrecho de Bósforo.

Durante mil años fue Bizancio, hasta que en el 326 después de Cristo, Constantino la convirtió en capital con el nombre de Constantinopla. Al dividirse en dos el imperio romano, pasó a ser la capital del imperio Bizantino, hecho que se prolongó durante mil doscientos años.

En 1453 fue conquistada por los turcos. Se convirtió en la capital del imperio Otomano hasta 1923 -en que la capital turca pasó a ser Ankara- y la sede de la "Sublime Puerta".

Entonces, cambiaban la historia, los poderes y los imperios, pero Estambul seguía siendo la capital.

Con una saga tan imperial a sus espaldas, son numerosos los sitios de interés que merecen ser visitados. En uno de sus libros de viajes, Paul Theraux recoge párrafos de una guía en la que cuantifica el tiempo necesario para conocerlos todos: "Un día para murallas y fortificaciones, unos cuantos días en busca de acueductos y cisternas dentro y fuera de la ciudad, una semana para los museos, otra para los palacios, un día para las columnas y torres, semanas para las iglesias y mezquitas... Pueden dedicarse días a tumbas y cementerios". Y habría que agregar por lo menos un día para el Gran Bazar, que es un verdadero cosmos donde se mezclan los productos de pacotilla con las antigüedades, el arte y las artesanías.

Es de suponer que los consejos dados por Paul Theroux, extraídos de una guía, no dejan de ser valederos, pero imposibles de llevar a la práctica por el común de los viajeros. Por eso, a la hora de optar por los lugares y monumentos de reconocida fama, no hay dudas de que la Basílica de Santa Sofía se encuentra en primer término.

Ayasofya Musezi o Santa Sofía Museo

En la actualidad es museo, pero, en un principio, fue basílica cristiana. Es el ejemplo clásico del estilo bizantino, cuya influencia iba a irradiar por todo el Occidente Cristiano y el Oriente Musulmán.

En 1453, tras la conquista turca, fue utilizada como mezquita, por lo cual se añadieron los cuadros alminares y el mihrab.

Está edificada en ladrillo, con refuerzos de piedras y tirantes de maderas. Su superficie cubierta es nada menos que 9.571 metros cuadrados, y la cúpula central, de 31 metros de diámetros, apuntalada en los extremos por dos semicúpulas.

El arquitecto Sacrite (*) describe con emoción su entrada: "El efecto que depara Santa Sofía al penetrar en ella es impresionante: la mirada se sumerge en un ámbito enorme; una luz fría la invade toda. Al desplazarnos, comienza un juego rico y variado de formas y de espacios, que pareciera que jamás se repitiese; juegos producidos por planos, arcos, superficies curvas, columnas, etcétera. Hoy, a pesar de los años que han pasado, el brillo de sus mármoles, no obstante hallarse cubiertos la mayoría de sus mosaicos, a pesar de estar vacía, el efecto de Santa Sofía enmudece. Si se recuerdan los mosaicos de Ravenna que describen la corte Bizantina, no es difícil imaginar Santa Sofía en todo su esplendor: con sus mármoles brillantes, los mosaicos refulgentes, la chispeante luz artificial, y ocupada por una corte fastuosa. Como resultado de ese esfuerzo, aparece Santa Sofía en toda su grandiosidad, y como una de las obras cumbres de la arquitectura".

Con el corazón palpitante por la emoción de haber conocido la mítica Santa Sofía, salimos a caminar Estambul, que -no olvidemos- tiene la exclusividad de ser la única ciudad que enlaza dos continentes: Europa y Asia. Por esta razón, recorriéndola, nos vamos a encontrar con gente de todos los orígenes: griegos, judíos, otomanos, albaneses, gitanos, armenios, polacos, kurdos.

Muchos de estos grupos han hecho suyos en algún momento un barrio de la ciudad o de sus alrededores. Por ejemplo, Arnavuykoy -el pueblo de los albaneses- o Polonezkoy -el de los polacos-. El primero se caracteriza por vivir en casas antiguas de maderas, que fueron muy comunes en todo Estambul hace algunas décadas. El segundo fue fundado hace más de un siglo por un príncipe polaco que fue desterrado y se estableció allí con su corte.

El Gran Bazar

Como se dijera anteriormente, Estambul es, sobre todo, el Gran Bazar donde se palpa el verdadero pulso de la ciudad. Inmenso, atrapante y con un toque de decadencia y exotismo.

Con su más de 200 mil metros cuadrados de extensión, es el mercado cubierto más grande del mundo. Su veintena de puertas se abre a un mundo intrincado de calles, callecitas y callejones sin salida, de plazas y recovecos que se entrelazan sin fin.

Está conformado por alrededor de 4.600 tiendas, una mezquita, diez lugares más de oración, veinte fuentes, baños turcos, cafés y restaurantes.

En este Gran Bazar convive lo mejor al lado de lo peor. La joya más preciada y el ícono más sagrado se pueden encontrar casi mezclados con falsas antigüedades. Pero todo es parte de las reglas del juego, como lo son el regateo y el incesante asedio a los paseantes, que constituyen, a la sazón, sus potenciales clientes.

Pero Estambul es mucho más aún; es la más importante encrucijada donde se trafican febrilmente mercancías procedentes de los lugares más remotos, con destino al puerto del Bósforo. Juntamente con ellas, llegan hombres con pensamientos, culturas e idiomas distintos, que no tardarán en fundirse con los propios de esta ciudad-puente entre dos mundos: Oriente y Occidente.

El palacio museo Topkapi

Hace mucho tiempo que el palacio Topkapi no sabe de los fastos de los sultanes y su corte de jenízaros, odaliscas y eunucos. énicamente lo visitan los ávidos turistas que intentan imaginar las escenas allí vividas, pero, en cambio, se tienen que conformar con ver las múltiples colecciones de porcelana china, los trajes de gala, las miniaturas, los relojes y las reliquias del profeta. Lo más interesante es el fastuoso tesoro de los sultanes, con diamantes de 86 kilates, esmeraldas talladas gigantescas y cientos de kilos de oro.

Una vez terminado el recorrido, hay que subir a su terraza, desde donde se disfruta una panorámica excepcional del Bósforo y el Cuerno de Oro, que es un brazo de mar que divide en dos al Estambul europeo. Debe el nombre a su forma, al color que toma al atardecer y a la riqueza que traían y llevaban los barcos que anclaban en él.

Nidia Catena de CarliFotos: El Litoral

(*) Eduardo Zaheriste, "Huellas de edificios"