La historia de los Taricco
Un legado de tesón y cariño
Ésta es la historia de la familia Taricco que, como tantas otras, se sumó a la gran proeza realizada por aquellos inmigrantes que, con enorme voluntad y trabajo constante, fueron la simiente de este país.

Don Carlos Taricco, hijo de Juan Antonio Taricco, nacido en el año 1843 en Vottignasco, provincia de Cuneo, ubicada en la región de Piamonte, Italia, contrajo enlace en 1875, en Villa Faletto, con Margarita Mana, quien había nacido en Fossano en 1856. Y es en Vottignasco donde comienza a crecer la familia, con el nacimiento sucesivo de sus primeros hijos: Juan Antonio, Paola y Catalina.

Corría el año 1881 e imperaba buscar nuevos horizontes. Se hizo necesario partir. Así, acontece el último abrazo en la tierra natal y el fraternal saludo que rezaba: "Si nun se vedemo piú feliche morte" ("Si no nos vemos, feliz muerte"). Los más pequeños llenaron el aire de preguntas y los mayores masticaron en la incertidumbre sus respuestas detenidas en los labios.

Después, las aguas del Atlántico. No menos de cuarenta y cinco días para llegar al puerto de Buenos Aires, donde los esperaban los caudillos políticos, a quienes el gobierno les vendía muy baratas las tierras fiscales con el compromiso de colonizarlas. Fue el Dr. Simón de Iriondo quien los convenció para que vinieran a las tierras de Santa Fe.

Se instalaron en Recreo, en la herrería de Sadonio, ubicada donde actualmente la ruta nacional N° 11 dobla en ángulo recto para no atropellar a las antiguas casas que estaban construidas allí. En Italia, Don Carlos era campesino, pero se transformó transitoriamente en herrero para lograr el sustento, ayudando a construir carruajes, vehículos indispensables para la región en aquellos tiempos.

La familia aún no había crecido en integrantes, y la vida ya los había golpeado con la muerte de su segunda hija, Paola, quien había fallecido en Italia a los 10 meses de edad.

En San Justo se agranda la familia

Hacia el año 1884, atraído por las noticias de las colonias situadas al norte de la provincia, que poseían muy buenas tierras para su vocación campesina, Carlos se trasladó con su familia a San Justo, en un carro construido en la fábrica donde él trabajaba. Se radicó en un cuadrado de tierra del lado este del pueblo, y fue en esta ciudad donde nació el resto de la familia: Carlos, Lucía, José, Paulina, Santiago, Bautista y Constantina.

Allí, Don Carlos pudo llevar a cabo su ilusión de labrar la tierra, aunque primero tuvo que conquistar, junto a su familia y a los demás inmigrantes, las tierras desiertas que amenazaban con su paisaje apaisado y profundo, y con sus aborígenes bravíos.

Fue así como se abrieron espacio entre los algarrobos y levantaron allí sus chacras; cercenaron cuadros de césped y con esos tepes hicieron las paredes; cortaron espartillo para el techo, y madera para hacer la estructura de lo que, de allí en adelante, les brindaría cobijo: el hogar. Con palas e ingentes ganas de trabajar, cavaron la superficie de la tierra, apretada como un puño, para extraer el agua que se encontraba a veinticinco metros de la superficie.

Y fueron capaces de enganchar al arado mancera el buey redomón para abrir los primeros surcos a la tierra virgen. Sembraron el trigo al voleo, que fue cosechado a mano con la hoz y trasladado, después, a lo que llamaban corral de trilla. Sobre cueros de vaca cosidos a una vara y tirados por el buey, ponían un colchón de trigo; luego, echaban la tropilla, que hacían dar vueltas hasta desgranarlo totalmente. Juntaban la paja con las horquillas y, a continuación, lo paleaban tirándolo contra el viento. Y ya estaba lista la cosecha para llevar a la molienda.

Por aquel entonces, el molino más cercano estaba en la localidad de Esperanza, lo que implicaba una serie de riesgos y un mayor sacrificio para lograr con cierta tranquilidad el traslado de la cosecha. Las mujeres, solas en las chacras, y los animales, sin ningún peón que los cuidara, se convertían por aquellos tiempos en blanco de los aborígenes, que se lo llevaban todo. También lidiaron con el temor y la adversidad provocados por las mangas de langostas que se agolpaban sobre los desamparados sembrados y se lo devoraban todo. Y con el agua de la lluvia, cuando se despeñaba en demasía sobre los campos, y venía acompañada por granizo.

Un final anticipado

Las mujeres engalanaron la casa con su trabajo doméstico y colaboraron en las tareas de la chacra. Ellas llenaron sus cocinas a leña con panes y guisos calientes, y repartieron los escasos terrones de azúcar para enmendar la dureza de tanta vida ríspida.

Después de ver reventar en frutos jubilosos a los surcos; luego de las cosechas y las parvas, para las cuales se ayudaban entre vecinos, venía el merecido descanso, con la música de algún acordeón, bailes en los galpones, picardías como las de cambiar los caballos de las jardineras a la salida del baile o de desatar el caballo de algún sulki, y contar anécdotas a la orilla de algún fraterno fogón.

A pesar de lo difícil de aquel comienzo, Don Carlos logró comprar la finca en la que vivían. Pero no pudo ver realizado su sueño, pues lo detuvo la muerte el 29 de mayo de 1898. Un día de mucho calor, él se encontraba trabajando y lo sorprendió una fuerte tormenta de agua y piedra. Como consecuencia de aquel enfriamiento, le sobrevino una pulmonía que, por falta de atención médica, le provocó la muerte a los 53 años de edad.

Su hijo mayor, Juan, con apenas 22 años debió hacerse cargo de la familia. Había que terminar de pagar el campo. Con mucho sacrificio, lograron salir adelante. Tanto es así que varios años después, y luego de realizar la siembra, se trasladaron al km 187, hoy localidad Pedro Gómez Cello, que se estaba construyendo. Fabricaban ladrillos para conseguir unos pesos más.

Los integrantes de la familia vivieron todos juntos hasta 1909, cuando, por lógica consecuencia, ésta ya se había agrandado porque varios de ellos se casaron y tuvieron hijos. Juan, que se había casado con Dominga Alassia en 1904, se radicó en el campo de Saralegui y se llevó con él a Santiago y a Bautista, que eran solteros. Con Doña Margarita, quedaron Carlos, casado con Luisa Baldani; José, casado con Benita Ferrero, y Constantina, aún soltera. Las demás hermanas estaban casadas; Catalina, con Esteban Bertola; Lucía, con Francisco Alesso; Paulina, con Andrés Alesso.

Distintos rumbos

Siguieron trabajando en familia hasta 1921. El 5 de abril de ese año falleció, a los 65 años, Doña Margarita. Ya estaban casados: Santiago, con Dominga Fontana; Bautista, con Margarita Avatáneo; Constantina, con Pedro Fontana. Entonces, decidieron vender el campo, se repartieron el valor entre todos los hermanos y cada uno fue dueño de su propio destino. Carlos se trasladó a Ramayón, a trabajar de colono en la Estancia La Laura; José se radicó en el campo de Saralegui, como colono.

Ésta es la forma en que se fue distribuyendo la familia de los Taricco, pero felizmente, siempre con cariño, unidos y en paz.

Que el legado de tesón y amor, como sus esperanzas, que por aquellos tiempos se convirtieron en arados para preparar la tierra fértil del corazón y que ahora se hallan dormidas en la paz, perduren por siempre en las generaciones que vendrán. Ése es el deseo de Constantino y de Romina Taricco, quienes relataron para De Raíces y Abuelos esta historia.

Los Taricco se encuentran

Mañana, domingo 19 de junio, se realizará el tan esperado encuentro de la familia Taricco. Se llevará a cabo en la Sociedad Ítalo Argentina, calle Francisco Angeloni 2276, de la ciudad de San Justo, provincia de Santa Fe, desde las 10 de la mañana.

A partir de las 12.30, compartirán un sabroso almuerzo familiares de San Justo, Gobernador Crespo, Calchaquí, Santo Tomé, Rosario, Concordia, Córdoba, Brinnkman, Resistencia, Buenos Aires y Cipoletti. Durante toda la jornada, los Taricco se reunirán para recordar y renovar en un abrazo fraterno los lazos familiares.

Lía Masjoan